NUEVA YORK, 22 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Una de las instituciones más criticadas por su papel en la globalización, el Fondo Monetario Internacional, parece que ha tomado nota de las protestas.
En julio, el indio Raghuram Rajan fue nombrado consejero económico y director del departamento de investigación del Fondo Monetario Internacional (FMI). Anteriormente, Rajan ha sido profesor de economía en la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago.
A principios de este año Rajan publicó, junto a su colega Luigi Zingales, un libro titulado «Saving Capitalism From the Capitalists» (Salvando de los Capitalistas al Capitalismo). El libro está muy a favor del sistema de libre mercado, pero reconoce que las protestas en aumento contra algunos de sus fallos tienen verdadero fundamento.
En una conferencia el 24 octubre sobre el legado de Milton Friedman, Rajan dijo al Banco de Reserva Federal de Dallas que el contragolpe contra el libre mercado causado por el movimiento antiglobalización se ha visto respaldado por una combinación de quiebras económicas y de recientes escándalos empresariales.
«Muchas de las personas que protestan en las calles contra la globalización están protestando contra el capitalismo», al que acusan de oprimir a los trabajadores, explotar a los pobres, y de sólo hacer al rico más rico», advertía. Una de las consecuencias de la creciente oposición a los mercados libres ha sido el fracaso de la cumbre de Cancún de la Organización Mundial de Comercio.
En su libro, Rajan y Zingales afirmaban que las fronteras abiertas de un mundo globalizado han mejorado el bienestar de muchas personas. Sin embargo, los mercados también crean perdedores, añadían. Y «los costes de la competición y del cambio tecnológico recaen de manera desproporcionada sobre algunos».
Argumentaban que era un error ignorar las preocupaciones de los perdedores. Pero también defendían que sería un error abandonar los beneficios del libre mercado al tomar en consideración sólo los costes y no ver los beneficios futuros de un sistema económico abierto para muchos.
La tesis central del libro es que ni la derecha ni la izquierda tienen la respuesta para hacer frente a las tensiones causadas por los mercados libres. La izquierda tiende a defender en exclusiva una mayor intervención del gobierno, y la derecha favorece la libre empresa sobre lo que ve como la ineficiencia y corrupción del sector público. Ambas posiciones tienen elementos de verdad, establecen Rajan y Zingales. Sin embargo, «la estabilidad política de los mercados no puede basarse sobre prescripciones ideológicas unilaterales», afirman. Proponen, por tanto, un «sistema sofisticado de controles y de balances».
Defectos del libre mercado
El libro se centra sobre todo en los mercados financieros, un sector vilipendiado desde hace tiempo por su inmoralidad manifiesta. Los financieros, reconocen, son con frecuencia tenidos por sanguijuelas o excesivamente poderosos, y muchas obras de literatura «presentan a los financieros ocupando un lugar moral considerablemente inferior al de las prostitutas».
Algunos factores inherentes al sector financiero lo hacen inseguro: hay incertidumbre sobre cuánto se ganará en una inversión; mala suerte; y deshonestidad en algunos. En países subdesarrollados la situación se complica por una falta de competencia, que significa que hay menos prestamistas para elegir, y carencia de derechos de propiedad que con frecuencia va contra los pobres que no pueden presentar con claridad un título para su casa o su tierra, que podría, en otras circunstancias, servir como fianza para los préstamos.
Cuando las estructuras están subdesarrolladas, las finanzas tienden a beneficiar a los ricos, observa el libro. El financiero tenderá por naturaleza a conceder préstamos a gente o a empresas que ya tienen conexiones y activos, haciendo difícil que otros den el primer paso hacia la prosperidad.
Si bien resulta económicamente racional un trato preferencial a aquellos que ya van bien, observan Rajan y Zingales, es también un motivo de preocupación. «Como resultado, sale dos veces dañado, no sólo porque pierde una oportunidad sino porque además se debilita su poder de competencia al trabajar para aquellos que tienen recursos».
Asimismo, cuando unos pocos controlan los recursos, se tiende a restringir el acceso a la información y a hacer colusión para lograr beneficios a expensas de la economía en general. De hecho, observan los autores, muchos de los males del capitalismo — opresión de los trabajadores, cárteles, desigual distribución de la renta– tienen lugar cuando el sistema financiero está subdesarrollado y los ricos pueden impedir con éxito la entrada de los recién llegados.
¿Qué se puede hacer?
El siglo XX demostró que la solución a estos defectos no reside en extender la presencia del gobierno en la economía. «La economía socialista fracasa al aumentar el tamaño de la tarta social o incluso al redistribuir los ingresos reducidos de manera equitativa», defienden Rajan y Zingales.
Una respuesta mejor es dispersar el poder económico. Una de las formas de lograrlo es aumentar el acceso a las finanzas. Las agencias de riesgo, los mercados de stocks, derivados y otros instrumentos ayudan a reducir los riesgos de los inversores, permitiendo así mayores flujos financieros que benefician una economía. Los mercados financieros desarrollados y competitivos también obligan normalmente a las empresas a divulgar al público más información financiera, beneficiando así a los extranjeros que desean invertir.
Una parte importante de la mejora de los mercados, continúan, reside en asegurarse que los gestores trabajarán para beneficiar a los accionistas, y no saquearán las empresas para su propio beneficio. Para que esto suceda los gobiernos necesitan asegurar una cuerpo legal comprehensivo, se necesita que los tribunales sean justos y eficientes y que sea eficaz la aplicación de impuestos, lo que requiere el acceso a los beneficios.
El libro también defiende la importancia de permitir relevos en las empresas. Algunos presentan los relevos como parte de una cultura de avaricia en la que los financieros actúan como buitres, cayendo sobre las compañías con sus activos. En lugar de buitres, los autores prefieren pensar en los relevos mercantiles con un papel «similar al de los empresarios de pompas fúnebres». Al quitar a los directivos que están haciendo perder fondos a los accionistas se permite un proceso de eliminación que al fin y al cabo asegurará una economía más productiva.
Destrucción creativa
Permitir los relevos no significa que Rajan y Zingales estén a favor de compañías enormes, verticalmente integradas. Por el contrario subrayan la ventaja de competir y promover empresas más pequeñas y flexibles. Por citar un ejemplo, explican que a finales de la década de los ochenta, General Motors empleaba a 750.000 trabajadores para construir 8 millones de coches, mientras que Toyota empleaba sólo 65.000 para hacer 4 millones y medio. Toyota podía llevar a cabo esto confiando en suministradores independientes.
General Motors tuvo que cambiar sus métodos, y en el 2001 tenía solamente 362.0000 empleados produciendo 8 millones y medio de coches. Detrás de esto está el progreso del cambio tecnológico, el crecimiento en las nuevas empresas basadas en la innovación, y el aumento de la competencia, que han hecho a la economía moderna más dinámica y eficiente. La desventaja es que el concepto de un trabajo para toda la vida ha terminado.
En general, Rajan y Zingales consideran beneficioso para los trabajadores el nuevo estilo emprendedor, puesto que las empresas más pequeñas y menos jerárquicas valoran mucho más sus recursos humanos. Además, los trabajadores cualificados consiguen en la economía moderna mejor remuneració
n. Un observador crítico podría añadir, sin embargo, que prestan escasa atención al destino de los trabajadores no cualificados o a las dificultades de los empleados (especialmente los de edad más avanzada) que tienen que hacer frente a cambios de puesto de trabajo.
En cuanto a los mercados financieros abiertos, el libro pone de relieve algunas desventajas. El aumento de la volatilidad financiera lleva a quiebras más frecuentes y más desastrosas. Los mercados financieros libres tienen el poder de hacer tanto un gran bien como un gran mal, observan. Además, los países en desarrollo con instituciones débiles hacen frente a riesgos sustanciales al abrir sus economías.
El libro termina con algunas recomendaciones: desde evitar la concentración del poder económico, asegurando que se usa de manera eficiente, hasta mejorar el gobierno empresarial. También recomiendan asistencia a los trabajadores que pierden sus puestos de trabajo a través de una reestructuración y mejora de la educación y la sanidad en los países en vías de desarrollo.
Existe una gran diferencia entre los puntos de vista expresados en este libro y la posición de muchos críticos a un sistema económico globalizado. Pero es un signo positivo que el Fondo Monetario Internacional dé un papel importante a alguien que, si bien está a favor del libre mercado, reconoce sus límites.