Mujer en el Vaticano

Rocío Figueroa, nueva oficial para este argumento del Consejo Pontificio para los Laicos

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 10 septiembre 2006 (ZENIT.org).- La doctora Rocío Figueroa, laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación (Fraternas), ha sido nombrada oficial del Consejo Pontificio para los Laicos. Su especificidad es el tema de la mujer.

Esta laica peruana sustituye a Lucienne Sallé, que ocupó el cargo las últimas décadas. Rocío Figueroa ha sido profesora de teología en Salerno y actualmente reside en Roma. Su comunidad, la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, fue fundada por el peruano Luis Fernando Figari, que también es fundador y superior general del Sodalicio de Vida Cristiana.

Zenit la ha entrevistado en su despacho, situado en el Pontificio Consejo para los Laicos en el Palacio San Calixto de Trastevere, en Roma.

–Benedicto XVI, en su última entrevista, dejaba entrever el deseo a una mayor participación femenina en la Iglesia. ¿Cree que ya es una realidad?

–Figueroa: En su última entrevista el Santo Padre señala que desde el punto de vista histórico han existido mujeres que han tenido un papel de gran importancia en la edificación de la Iglesia. Más allá de situaciones y experiencias concretas de discriminación, éstas no han de dejar que desconozcamos que la participación femenina en la Iglesia ha sido una realidad que se ha dado bajo la forma de evangelización, catequesis, obras de caridad y promoción humana, educación en la familia, fundaciones de comunidades religiosas y presencia en la historia de grandes místicas y santas. Realidad cuyo ápice y modelo en el designio de Dios se manifestó en María, la Madre de Dios.

Sobre la realidad actual, en el encuentro que tuvo con el clero romano el 13 de mayo del 2005, el Papa Benedicto XVI señaló que «a nivel carismático, las mujeres hacen mucho por el gobierno de la Iglesia».

En su última entrevista en vistas a su viaje a Alemania constata la presencia de las mujeres no sólo en la dimensión carismática sino también en la dimensión institucional: «Hoy, están bien presentes también en los Dicasterios de la Santa Sede».

Sobre esta realidad más visible y activa en la vida de la Iglesia pensemos también en la presencia de tantas mujeres en consejos parroquiales, en el liderazgo de movimientos y comunidades, servicios de administración y organización en tantas diócesis del mundo, docencia escolar y universitaria, teólogas e intelectuales en diversas áreas del saber.

Vemos pues que si bien ha habido siempre una presencia de la mujer en la Iglesia, se trata de una realidad en crecimiento, de una presencia que ha ido cambiando y desarrollándose en la medida que la sociedad y las mismas mujeres han ido adquiriendo mayor conciencia de su dignidad y su misión en el mundo y en la Iglesia.

Esta mayor participación femenina en la Iglesia dependerá de dos factores importantes que el Santo Padre mencionó en su última entrevista: por un lado, el Papa Benedicto XVI invita a las mujeres a «hacerse espacio» utilizando como afirma «su empuje y su fuerza», su «potencia espiritual».

El Santo Padre confía en las mujeres y nos lanza un desafío. La participación de la mujer será consistente cuando ésta viva intensamente su propia vocación y misión: ante todo su vocación a ser persona humana y por tanto llamada a conformarse con Jesucristo.

La santidad es esa «potencia espiritual», esa potencia que renueva la historia y la vida de la Iglesia. Y con ese horizonte de santidad, la mujer ha de responder a los desafíos que presenta la sociedad actual para el anuncio del Evangelio, una sociedad que cada día ve claudicar la verdad y los valores que defienden la dignidad humana y la familia, un mundo que se construye prescindiendo fácticamente de Dios y que urge por una respuesta que dé razones de nuestra esperanza.

Es con esta conciencia que la mujer, según sus características propias deberá concentrar su fuerza y su empuje y deberá con conciencia formar y desarrollar sus capacidades humanas, intelectuales y espirituales para hacer llegar el anuncio del Evangelio a las personas humanas en los distintos ámbitos de la sociedad: la familia, la educación, los medios de comunicación, las ciencias, las leyes, la política etc. Podemos decir que como la Iglesia es universal por su llamada a evangelizar el mundo entero, el espacio que se abre ante la mujer es el mundo entero.

El otro factor para esta mayor participación, es como señalaba el Papa Benedicto XVI la necesidad de no poner obstáculo a la misma: «Y nosotros deberemos intentar ponernos a la escucha de Dios, para que no seamos nosotros a impedirlo, es más nos alegramos de que el elemento femenino obtenga en la Iglesia el pleno lugar de eficacia que le conviene».

Se hace necesario una mayor reflexión por parte de todos de la importancia de la reciprocidad de hombres y mujeres bautizados en la misión eclesial. La reciprocidad sólo será posible cuando hombres y mujeres vivamos en un proceso continuo de conversión y reconciliación en nuestras relaciones humanas desde la propia identidad.

Todos debemos continuamente ser evangelizadores permanentemente evangelizados, que vivamos un proceso de purificación de toda búsqueda de poder, de protagonismo, de búsqueda de intereses personales. La humildad y el servicio fiel a la Iglesia promueven al otro porque la mirada está puesta en la edificación común y en la extensión del Reino.

–Como mujer y teóloga, ¿cuál debe ser, según usted, la aportación femenina a la teología?

–Figueroa: Considero que la primera vocación de la mujer cómo señalé precedentemente es la de responder a su vocación a ser persona humana, por tanto llamada a ser fiel a los dinamismos ónticos de su mismidad, creada a imagen y semejanza de Dios.

Una mujer será verdaderamente “mujer” en la medida que responda a su identidad cristiana y descubra en Cristo la revelación de su propia identidad.

En este camino de vida cristiana algunas mujeres descubrirán su vocación teológica y una característica fundamental será la fidelidad a la identidad de teóloga. La vocación del teólogo es la de ahondar racionalmente en los contenidos de la Revelación y de la fe de la Iglesia para poder vivir su dinamismo en la historia.

Por lo tanto, la fidelidad a la fe de la Iglesia y a las enseñanzas del Magisterio se convierte en el fundamento desde el cual el teólogo puede alzar el vuelo con su razón hacia una comprensión más profunda del misterio de Cristo.

Las mujeres llamadas a la vocación teológica tienen la responsabilidad de adquirir una seria preparación intelectual.

Hoy son más las mujeres –y esto es un aspecto positivo que ayuda a una mayor participación de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia– que tienen la posibilidad de una formación intelectual vasta y consistente.

Con estos sólidos fundamentos, aquellas mujeres con la vocación y las cualidades especulativas para la labor teológica, aportarán desde sus características femeninas en su reflexión, desde su «genio femenino» como nos señalaba Juan Pablo II.

Edith Stein afirmaba además que la diferencia entre el hombre y la mujer no sólo se encuentra en la dimensión psicológica sino también llega hasta la configuración del espíritu: «la relación cuerpo y alma es distinta, y dentro de lo anímico la relación de espíritu y sensibilidad, así como la relación de las fuerzas espirituales entre sí». Por lo tanto, el fruto de la labor teológica de una mujer, el fruto de su «hacer» teología tendrá la huella de todas estas características propias de su ser: cuerpo, alma y espíritu femenino, aportando con su propia impostación una reflexión teológica que enriquecerá la reflexión del hombre. En una mujer teóloga es la femineidad con sus características la perspectiva que colorea su aporte.

–¿En qué consiste su labor dentro del Consejo para los Laicos?

–Figueroa: Mi labor, que apenas ha comenzado hace algunos meses, consiste en seguir todas las cuestiones relativas a la vocación y misión de la mujer en la Iglesia y en la sociedad. Desde su compromiso por poner en práctica las enseñanzas del Concilio Vaticano II concerniente a los laicos, el Consejo Pontificio para los laicos ha siempre tenido una especial atención por promover la igual dignidad entre el hombre y la mujer como personas bautizadas.

Son diversos los seminarios, encuentros y publicaciones que nuestro Dicasterio ha dedicado a este tema, sin dejar de mencionar la activa participación de la Santa Sede en las diversas Conferencias mundiales sobre la Mujer.

Así pues se trata de colaborar con asociaciones, movimientos y organizaciones que trabajan en la promoción de la mujer.

El Consejo Pontificio para los Laicos se preocupa por promover la dignidad de la mujer a nivel internacional tratando de coordinar esfuerzos e incrementar su integración en la misión de la Iglesia; al mismo tiempo nuestra labor es promover una mayor profundización a nivel filosófico y teológico sobre las cuestiones concernientes a la mujer.

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ZENIT Staff

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