La sordera ante Dios, drama de nuestra época; constata el Papa

En la homilía de la multitudinaria misa celebrada en la Nueva Feria de Munich

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MUNICH, domingo, 10 septiembre 2006 (ZENIT.org).- El drama occidental es la sordera ante Dios, reconoció Benedicto XVI este domingo al celebrar la eucaristía ante más de 250 mil personas en la Nueva Feria de Munich.

En uno de los actos más multitudinarios de su cuarto viaje internacional, se hizo portavoz del sentimiento de los pueblos asiáticos y africanos, que admiran el desarrollo tecnológico de Occidente, pero que tienen miedo ante una concepción de la vida que excluye «totalmente» a Dios.

El Papa pronunció una comprometedora homilía ante sus compatriotas en una mañana soleada de final de verano en la archidiócesis de la que fue arzobispo entre 1977 y 1981, antes de ser nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Presidía la asamblea el crucifijo más antiguo del mundo, colocado en el palco con esta ocasión, originario del siglo IX, testimonio de las antiguas raíces cristianas de Baviera.

«Sufrimos una debilidad de oído ante Dios especialmente en nuestro tiempo –reconoció el Papa–. Simplemente ya no logramos escucharle: hay demasiadas frecuencias diversas que acaparan la atención de nuestros oídos».

«Lo que se dice de Él nos parece pre-científico, como si ya no fuera adaptado a nuestro tiempo», añadió.

El Papa reveló que al recibir a los obispos de África y de los Países Bálticos en visita «ad limina apostolorum» en los meses pasados testimoniaron la enorme ayuda que ofrece la Iglesia en Alemania al resto del mundo.

Ahora bien, añadió, de vez en cuando, «algún obispo africano dice: «si presento en Alemania proyectos sociales, encuentro inmediatamente las puertas abiertas. Pero si vengo con un proyecto de evangelización, encuentro más bien reservas».

«Obviamente algunos tienen la idea de que hay que promover los proyectos sociales con la máxima urgencia, mientras que lo que afecta a Dios o incluso a la fe católica es algo más bien particular y de menor importancia», denunció.

«Sin embargo –subrayó–, la experiencia de esos obispos es precisamente que la evangelización tiene que tener la precedencia, que el Dios de Jesús tiene que ser conocido, creído y amado, tiene que convertir los corazones para que incluso las cuestiones sociales puedan avanzar, para que se emprenda la reconciliación, para que –por ejemplo– se pueda combatir el sida, afrontando verdaderamente sus causas profundas y curando a los enfermos con el debido amor y atención».

«El hecho social y el Evangelio son inseparables entre sí», alertó el Papa.

«Las poblaciones de África y Asia admiran nuestras posibilidades técnicas y nuestra ciencia, pero al mismo tiempo se asustan ante una concepción de la razón que excluye totalmente a Dios de la visión del mundo», una concepción que debería «imponerse también a sus culturas».

«La auténtica amenaza a su identidad no la ven en la fe cristiana, sino más bien en el desprecio de Dios y en el cinismo de quien considera el escarnio de lo sagrado como un derecho de la libertad y hace de la utilidad el criterio moral supremo».

«¡Este cinismo no es la tolerancia y la apertura cultural que los pueblos esperan y que todos nosotros deseamos»», advirtió.

«La tolerancia de la que tenemos necesidad urgente implica el temor de Dios, el respeto de lo que para los demás es algo sagrado ».

El obispo de Roma reconoció al mismo tiempo que la fe «no la imponemos a nadie. Este tipo de proselitismo es contrario al cristianismo».

«La fe puede desarrollarse sólo en la libertad. Interpelemos la libertad de los hombres para que se abran a Dios, lo busquen y le escuchen», exhortó.

«El mundo tiene necesidad de Dios. Nosotros tenemos necesidad de Dios». Pero, «¿de qué Dios?», se preguntó.

La respuesta «definitiva» «la encontramos en quien murió en la Cruz: en Jesús, el Hijo de Dios encarnado», en «el amor hasta el final».

«Este es el Dios que necesitamos –concluyó–. No faltamos al respeto de las demás religiones, al profundo respeto de su fe, si confesamos en voz alta y sin subterfugios a ese Dios que se opone a la violencia con su sufrimiento, que ante el mal y su poder pone como límite y superación su misericordia».

En los próximos días de su visita, Benedicto XVI recorrerá algunos de los lugares más significativos de su infancia y juventud: el santuario de Altötting, símbolo del catolicismo bávaro; su pueblo natal, Marktl am Inn; la ciudad de Ratisbona, en cuya Universidad fue profesor y vicerrector, y la tumba donde están enterrados sus padres y su hermana.

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ZENIT Staff

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