PARÍS, lunes, 8 mayo 2006 (ZENIT.org).-La libertad de expresión «no es ilimitada», reconoció el observador permanente vaticano ante la UNESCO (Organización de la ONU para la Educación y la Cultura), monseñor Francesco Follo, durante la 174 sesión del Consejo Ejecutivo de la organización, celebrada en París.
El 12 de abril pasado, en su intervención sobre «Respeto a la libertad de expresión y respeto a las creencias, valores sagrados y símbolos religiosos», el representante de la Santa Sede afirmó que la libertad de expresión «tiene como objetivo el crecimiento de la persona y la defensa de su dignidad», motivo por el cual hay «un límite razonable al derecho de expresión».
Para monseñor Follo, «si hay un espacio público y político en el que pueda ser enunciada y escuchada una palabra seria, este es la UNESCO», como se vio con motivo de la crisis internacional provocada por las caricaturas de Mahoma, publicadas por la prensa occidental.
«¡Sí, la UNESCO es un lugar público y político, capaz hoy de debatir seriamente sobre este asunto extraño que es la fe religiosa, que da sentido a la existencia de millones de personas y que sin embargo permanece tan ajena a quienes no la comparten!», exclamó.
El representante vaticano quiso recordar «un tema esencial y subyacente a todo aquello que» se «acaba de vivir con la crisis de las viñetas», «el de la dignidad del hombre».
Como subrayó el Concilio Vaticano II, en especial la declaración ‘Humanae Dignitatis’ (7 de diciembre de 1965), así como Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, «las raíces de la libertad residen en la singular dignidad del hombre».
«El sentido de nuestro trabajo es el de utilizar nuestros recursos para que esta dignidad sea reconocida, vivida, promovida y respetada –afirmó monseñor Follo–. Pero hará falta también reconocer el carácter sagrado de esta dignidad».
La libertad, «tan a menudo invocada durante la crisis de las viñetas», no debe «convertirse en tan sagrada que ignore la dignidad de la persona», denunció.
«Cuando la libertad de expresión no está limitada por la norma del respeto de la dignidad de la persona, la justicia parece a menudo el único recurso. Y la justicia sin libertad es una justicia formal, la de los totalitarismos y las dictaduras de todo tipo».
Por este motivo, es esencial «actuar en favor de la libertad y de la justicia, con el fin de garantizar ambas a todos».
«El hombre que no es libre, el hombre al que se le priva de la justicia» es «un hombre mutilado que el hombre reduce a la realidad biológica de su cuerpo –concluyó–. Una vez más, toda dimensión de su ser, a la que haríamos bien en llamar espiritual, es negada».