CIUDAD DEL VATICANO, martes, 28 febrero 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI rezará en especial en marzo «para que crezca en la Iglesia entera esa conciencia misionera, común a todos, capaz de fomentar la colaboración y el intercambio entre los agentes misioneros».
Así lo anuncia la intención misionera del Apostolado de la Oración que el Santo Padre asume como propia para ofrecer sus oraciones y sacrificios junto a miles de laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos del mundo entero.
Arzobispo emérito de Bolonia –sede en la que estuvo casi dos décadas–, el cardenal Giacomo Biffi ofrece a la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos, un comentario a esta intención, difundido íntegramente por el organismo informativo del dicasterio, «Fides».
El prelado es autor de numerosas y conocidas publicaciones de carácter teológico y catequístico –con las que expuso el Magisterio de la Iglesia particularmente en años de grandes debates, como fueron los sesenta y setenta–, caracterizadas por un agudo sentido del humor.
Y no ha dudado en reconocer, en su comentario a la intención misionera de marzo, que «la Iglesia católica bajo el perfil organizativo es la realidad más descentralizada del mundo», de forma que «cada diócesis, incluso cada parroquia, tiene una vida autónoma».
Una circunstancia que no es percibida con claridad por los «extraños» –apunta el purpurado–, «y cuando se trata de algunas dificultades, sobre todo económicas, aún de las entidades más periféricas, siempre tienen la tentación de sacar a la luz al «Vaticano» (que debe por el contrario pensar en sus propios casos)».
«Pero paradójicamente tal realidad tan descentralizada es la más «una» que existe sobre la faz de la tierra», como de hecho recoge la profesión de fe: «Creo en la Iglesia, que es una», subraya.
«Está tan íntimamente concadenada –insiste– que constituye un único
«cuerpo», que es el «Christus totus» (el «Cristo total»)».
De forma que «cada diócesis, cada parroquia», «tendrá su propia identidad –advierte el purpurado– sólo si no pierde la conciencia de esta sustancial conexión», que tiene repercusión inmediata en la evangelización.
Así, «toda comunidad cristiana se legitima –escribe– en el momento en que siente también cargar sobre sí la incumbencia, la responsabilidad, el impulso apostólico que claman en el corazón de la única Esposa del Señor; y cada comunidad cristiana, en la medida de sus posibilidades, busca –debe buscar– corresponder a tales ineludibles apremios».
El cardenal Biffi se refiere a la «particular urgencia» del «mandato de evangelizar, en la acepción más intensa del término».
«Se trata de dar a conocer a todos al Señor Jesús, el único Salvador de los hombres y el único que puede dar sentido a nuestra existencia –explica–; se trata de hacer llegar a toda criatura la luz, la gracia, la suerte de la regeneración bautismal; se trata de instalar en todos los rincones del universo el «Reino», es decir la santa Iglesia Católica» [el «Reino de Cristo ya presente sacramentalmente en el mundo»].
«Que luego Dios (estamos bien persuadidos de ello) –reconoce el cardenal Biffi–, no deje que se pierdan los que, sin culpa, no hayan recibido el “anuncio”, esto es ya cosa suya, y Él no dejará de realizar en ellos su voluntad salvadora universal».
«Pero nuestro tarea permanece intacta e inderogable: es la tarea de anunciar», exhorta; por eso «cada núcleo de creyentes –más aún, cada cristiano que ama a nuestro Señor Jesucristo– está llamado a cultivar esta ansiedad misionera».
Y si la generosidad de las comunidades «es perseverante y sistemática» –anima–, «no se quedará sólo en una donación con una sola dirección», sino que «fácil y felizmente dará origen a un «intercambio»».
Y es que, «de los territorios de misión, alcanzados por nuestra caridad fraterna, llegarán a las cristiandades de antigua fecha, a menudo entumecidas y casi exangües, las ayudas de una fe joven y fresca y una cultura rica en tantos valores humanos, que pudieran haber padecido algún desgaste y algunos eclipses por nosotros», asegura.
«Se aumentará así la vitalidad del «Cristo total» y la alegría de las filas celestes», concluye el cardenal Biffi.
El Papa también reza todos los meses por una intención general, que en el mes de marzo dice así: «Para que los jóvenes, que están a la búsqueda del sentido de la vida, sean comprendidos, respetados y acompañados con paciencia y amor».