ROMA, jueves, 26 mayo 2005 (ZENIT.org).- Subsecretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe –a cuyo frente estuvo el cardenal Joseph Ratzinger hasta su elección como Papa–, el padre Joseph Augustine Di Noia OP resalta de Benedicto XVI su profunda serenidad interior y dedicación al servicio de la Iglesia.
Para conocer con mayor profundidad al Santo Padre, el sacerdote dominico estadounidense ha trazado a Zenit el perfil de Joseph Ratzinger, de quien ha sido en los últimos tiempos cercano colaborador en el dicasterio vaticano.
Sus relaciones de trabajo las describe como las de un «buen equipo operativo», gracias a la profunda capacidad de escucha del entonces prefecto.
«Ciertamente es verdad que se trata de una persona de intensa dedicación –asegura–. De cada día hace una plena jornada de trabajo, no sólo cuando estaba aquí, en la oficina, sino también a través de un notable número de publicaciones, conferencias, lecciones y debates».
«Es bastante digno de atención considerar la cantidad de correspondencia que recibía, por supuesto con ayuda de los secretarios –recuerda–. Por lo tanto es ciertamente una persona de auténtica dedicación, disciplina, concentración, que posee ese elemento académico en el sentido de un hombre que piensa y escribe mucho, pero que siempre está dispuesto a compartir su conocimiento con quien desee oírle o hablar con él; por otra parte es también bastante conversador».
Benedicto XVI ha sacrificado además muchos de sus intereses personales para trabajar enteramente por la Iglesia y la fe, subraya el padre Di Noia.
«Existe una buena disposición para hacer sacrificios en el sentido que –naturalmente es mi suposición– él habría sido perfectamente feliz haciendo lo que estaba haciendo antes –como arzobispo de Munich, viviendo en Alemania y sirviendo a la Iglesia allí– cuando Juan Pablo II le llamó a la Curia romana»,dice.
Riendo, añade: «Imagino que todo católico, todo religioso o sacerdote está entrenado para decir “sí” primero, y considerar las consecuencias después».
«Esto ocurrió con él: Pedro le llamó y él acudió, dejando atrás su vida en Alemania, a la familia, a los amigos y la cultura durante más de 22 años. Y ahora, por supuesto, ya no regresará de forma estable», constata.
Pero como el padre Di Noia subraya, abrazó Roma, así como Roma claramente le abrazó a él, dándole la bienvenida con carteles en la ciudad y aplausos entusiastas durante la ceremonia de toma de posesión como obispo hace algunas semanas.
«No puedo decir cuántas personas corrientes me he cruzado por la calle» –relata el subsecretario– «que me dicen lo contentas que están por la “obvia elección” que se había realizado. Ha sido bello constatar ese apoyo por parte de Roma».
En cuanto a la espiritualidad del nuevo Papa, su colaborador expresa: «Una de las cosas que es evidente del trabajo con él, que ahora se hará evidente a todo el mundo, es que es una persona de una tremenda serenidad interior».
«Se percibe, inmediatamente en su presencia, a una persona que –como solían decir los antiguos autores de espiritualidad– es “recogida”. Es decir, no se deja atrapar por el pánico por cualquier cosa, sino que es una persona serena (y por lo tanto se supone), profundamente espiritual. Normalmente esto es signo de una vida interior y de una persona que está en comunión con Dios», apunta.
«Ha escrito mucho sobre su propia espiritualidad y sobre lo que recomienda a los demás. Claramente es una espiritualidad profundamente litúrgica», explica.
«Lo que intento decir con esto –precisa el padre Di Noia– es que el año litúrgico, sus distintos tiempos, las grandes fiestas, están integradas en la experiencia del espíritu. Así que no se trata de una espiritualidad puramente privada, sino que se nutre del año litúrgico».
El dominico pone un ejemplo: «Él se iría siempre a su retiro anual entre Ascensión y Pentecostés. Le gustaba tener el retiro precisamente en el período en que Cristo promete la venida del Espíritu Santo. Si se presta atención a la liturgia de cada día, vemos ese tipo de textos que yo definiría profundamente patrísticos, o bien enraizados en el pensamiento de los Padres de la Iglesia, entre ellos en particular San Agustín. Es una espiritualidad eclesial muy rica».
Añade que el Papa, que eligió llamarse Benedicto XVI, igualmente «tiene un profundo amor por San Benito» y los benedictinos, con quienes «le gusta estar».
«San Benito –recuerda– decía que sus monjes, además de rezar las horas de liturgia, también trabajaran. No es una espiritualidad que no se ensucia las manos. Se trata de un hombre que trabaja y que hace todo lo que hace en nombre de Jesucristo».
En opinión del padre Di Noia, estos elementos serán comunicados «porque es normal que una persona que tiene una profunda espiritualidad quiera comunicarla a los demás, si bien, como Papa, ahora deberá tener en cuenta también el atractivo de muchas otras formas de espiritualidad que puede que no le hubieran atraído antes».
Señalando un cuadro de Teresa de Lisieux en su oficina, el padre Di Noia revela la especial devoción del nuevo Papa por la santa. «Sé también que le atrae mucho el “camino” de la “pequeña flor”, y contribuyó decisivamente a que fuera doctora de la Iglesia como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe».
Aunque la Iglesia hable de fe y espiritualidad, la realidad es que el mundo tiende a juzgar en términos absolutos de «conservador» o «liberal», juicios de valor que exasperan al sacerdote dominico cuando se aplican al cardenal Ratzinger, ahora Benedicto XVI.
Dice: «Hay un deseo natural por parte de la gente de intentar clasificar un poco, con el fin de entender quién es esa persona. En cualquier caso, creo que el mejor modo para describir a Benedicto XVI es considerarlo una “persona con un planteamiento tradicional”. En otras palabras, él es una persona, independientemente de haberse convertido en Papa, que contempló el Concilio Vaticano II como la recuperación de la más profunda identidad en la tradición católica, remontándose a las Escrituras, a los Padres de la Iglesia y a la liturgia, que fue la pasión dominante de muchas de las grandes figuras de ese Concilio».
Continúa el dominico: «La visión de muchos de aquellos grandes padres del Concilio, y de los teólogos también (Von Baltasar, Congar, se pueden citar muchos nombres), era que una vez que la tradición es mostrada como una gran pintura u obra de arte no necesita explicación. Una vez que se presenta, las personas la contemplan y la aman. Esto era ciertamente lo que Juan Pablo II creía –el rostro de Cristo es bello y la gente será atraída hacia él».
«Y el cardenal Ratzinger –recalca– es absolutamente un hombre de inspiración del Concilio, y de lo que yo llamaría “planteamiento tradicional”. Ciertamente es verdad que había otras personas presentes en el Concilio que consideraban este evento como una cuestión de “aggiornamento”, o estar con los tiempos; pero para alguien como el cardenal Ratzinger –y de esto ya hemos hablado en relación con sus escritos sobre el tema– el “aggiornamento” por sí solo siempre tiende a acomodarse a los tiempos. En otras palabras, está, como concepto, vacío; se adapta a lo que sea la norma».
«Ahora, los progresistas o liberales podría parecer que han abrazado ante todo la agenda de la puesta al día, pero no necesariamente el corazón del Concilio, que fue la recuperación de la tradición», menciona.
El padre Di Noia sigue diciendo que todo esto, en cualquier caso, es totalmente independiente del hecho de que este hombre sea ahora Papa.
Prosigue: «Esto se ve en la profunda confusión y en los comentarios que
se han expresado en el curso de las últimas semanas, como por ejemplo: “qué políticas abrazará” o “no me importan sus programas, son demasiado conservadores”. Es como si estuviéramos hablando del cambio de una presidencia de los Estados Unidos».
En realidad se trata de un papel mucho más grande y distinto del de un jefe de Estado, como explica el religioso dominico: «El Papa está más obligado a ser fiel a la tradición que cualquiera de nosotros, en el sentido de que él la articula».
«Es el sucesor de Pedro, por ello, así como Pedro recibió el Evangelio y el mensaje de salvación de Nuestro Señor, así ocurre con su sucesor. Por lo tanto, estas etiquetas que también se pusieron a anteriores Papas, aún bienintencionadas, son sencillamente confusas y confunden a aquellos que les prestan atención. Se trata de ser fieles al don de amor y de verdad que hemos recibido de Cristo y que el Papa, como sucesor de Pedro, tiene obligación, por compromiso y ministerio, de transmitir», concluye.