Francis Bock, esclavo liberado de Sudán

Hoy milita en el Grupo Antiesclavitud de Estados Unidos

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BOSTON, 5 mayo 2002 (ZENIT.org).- Francis Bok, miembro del Grupo Antiesclavitud estadounidense, es una de las muchas personas del sur de Sudán que han sido secuestradas en su aldea por bandas de milicianos del norte que los venden como esclavos. Francis, que ahora vive en Boston, lucha contra la esclavitud contando su propia historia.

«Un día de 1986, mi vida cambió para siempre –cuenta Francis–. Mi madre me envió al mercado con chicos de mi aldea en el sur de Sudán para ayudarla a vender huevos y judías. Fue la última tarde. Después los soldados de la milicia atacaron. Oí gritar alrededor de mí y vi gente que caía, víctima de disparos. A mí me agarró un soldado y me puso en una cesta sobre un burro y me llevó al norte. Todo lo que yo podía pensar era: «¿Dónde está mi madre?»».

En el norte Francis fue entregado a un soldado, Giema Abdullah. «Me llevó a casa de su familia –recuerda–. Todos ellos vinieron con varas y empezaron a golpearme, incluida su mujer y los niños. Así fue mi bienvenida. Yo era el esclavo de Giema. Me hacía dormir fuera con los animales, me golpeaba cada mañana, me daba una comida horrible y me obligaba a vigilar las vacas. «Tú eres un animal», me decía».

«Durante diez años, no tuve nada por lo que alegrarme –añade Francis–. Durante diez años, nadie me amó. Pero después de diez años, decidí que prefería morir a ser un esclavo. Por eso, escapé corriendo durante la noche y tuve la suerte de encontrar la oficina de refugiados de Naciones Unidas en El Cairo».

La ONU le ayudó a instalarse en Estados Unidos y hoy trabaja en Boston con el Grupo Antiesclavitud estadounidense. Cada semana, habla en las escuelas e iglesias y en televisión, contando a la gente su historia y recordándoles que es uno de los que han tenido suerte y han podido escapar.

El Grupo Antiesclavitud, con 35.000 activistas en 52 países, ha ayudado a liberar a muchos esclavos y alza la voz para romper el muro de silencio que rodeaba a esta verdadera plaga en la que viven millones de personas en todo el mundo.

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ZENIT Staff

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