CIUDAD DE GUATEMALA, 16 septiembre 2002 (ZENIT.org).- Cuarenta y cinco días después de la canonización del Hermano Pedro, millares de personas, entre fieles y curiosos, visitan el mausoleo donde reposan sus restos, en la iglesia de San Francisco El Grande, Antigua Guatemala.
Desde que Juan Pablo II canonizó al Hermano Pedro, el templo donde está inhumado se mantiene abarrotado de fieles, constata este lunes el diario «Prensa Libre».
Todos los días llegan peregrinos de los cuatro puntos cardinales del país, Honduras, El Salvador y México; pero cuando realmente aumenta la afluencia es los fines de semana, explica el padre Ernesto Palma.
Los fieles entrevistados afirman que visitan el templo antigüeño para agradecer favores concedidos por intercesión del nuevo santo guatemalteco, nacido en las Islas Canarias.
Dinero, veladoras y flores son muestra de la devoción de miles de feligreses, que a veces hacen fila para orar ante la tumba del Santo Hermano Pedro.
«La gente que asistió a la canonización también ha venido a la iglesia; son miles de personas cada día», dice el padre Palma, quien considera que el reto de la Iglesia católica ahora es solidificar el fervor del pueblo.
Según explica, los fines de semana no se dan abasto para atender a tanta gente, ya que siete sacerdotes confiesan al mismo tiempo. Los domingos visitan la iglesia entre 20 y 30 mil personas.
Considera precisamente como un milagro del nuevo santo el que muchos fieles que no se confesaban, ahora lo hagan, movidos por el fervor
Raúl Alfredo Vega, devoto del Hermano Pedro desde hace 30 años, relata: «Él me ayudó a que desapareciera una enfermedad intestinal». Desde la canonización viaja todos los domingos desde El Salvador a la iglesia de San Francisco El Grande.
Otra seguidora del santo dice que él escuchó sus oraciones y le permitió que su hija sanara de una enfermedad pulmonar.