Inmediatismo compulsivo

Hoy nos podemos comunicar a cualquier lado, pero falta el diálogo

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En días recientes, estábamos en asamblea plenaria episcopal, tratando asuntos de importancia. Sin embargo, varios de mis hermanos estaban atentos a sus celulares (móviles), recibiendo y contestando mensajes que les llegaban, dividida su mente y disperso su corazón. Por una parte, estaban presentes en la discusión de cuestiones a resolver; por otra, pendientes de problemas que no podían dejar de resolver en sus diócesis, o quizá sólo entretenidos en tantos mensajes que llegan por estos medios, muchos de ellos sin trascendencia, pero que distraen y entretienen.

En muchas de nuestras reuniones, sean pastorales, entre amistades, e incluso espirituales, sucede lo mismo. Estamos discutiendo situaciones que se presentan y buscando soluciones, lo cual requiere concentración, y no deja de sonar el celular de algunos, distrayendo a todos. Muchos ya lo tienen sólo con vibrador; pero eso mismo les distrae, pues les inquieta qué mensaje les haya llegado. No se logra la misma concentración. No ha faltado un sacerdote que, estando en el confesionario, se distraiga con su celular y no dé toda la atención debida a quien tiene enfrente. Y mucho peor, que no lo apaga al celebrar la Eucaristía.

Se ha hecho una obsesión compulsiva estar enterados de todo y al instante. Pierdes la paz y la tranquilidad si no tienes el celular al alcance de tu mano. Algunos tienen hasta dos. No hay momentos para el silencio. No te educas para la paciencia de esperar los tiempos oportunos. No te importa la persona que tienes junto a ti. Interrumpes la comunicación personal y cercana, muchas veces con una gran falta de respeto, para distraerte con mensajes a veces intrascendentes y superficiales. El nerviosismo te invade y la división te inquieta. Es muy bueno saber al instante lo que pueda pasar a alguien de tu familia, pero no se acaba el mundo si, por atender a otras personas y tus obligaciones, tardas un poco en enterarte.

PENSAR

El Papa Francisco ha dicho: “Hoy nos podemos comunicar a cualquier lado, pero falta el diálogo. Cerrad los ojos. Imaginad esto: En la mesa, mamá, papá, mi hermano, mi hermana, yo, cada uno de nosotros con su propio móvil. Todos hablan, pero hablan fuera; entre ellos no se habla. Todos comunican a través del móvil, pero no dialogan. Este es el problema: la falta de diálogo y la falta de escucha” (12-III-2017). “La escucha es el primer paso para el diálogo. Una de las enfermedades más feas del tiempo de hoy es la poca capacidad de escucha. Como si nosotros tuviéramos los oídos bloqueados. Quizás estás comunicando con el teléfono, pero no escuchas a los que están cerca de ti, no dialogas. Se comienza a dialogar con el oído” (11-III-2017).

En la nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, en que se dan las pautas a seguir para la formación de los futuros sacerdotes, se indica: Considerando la abundante atención dedicada por el Magisterio al tema de las comunicaciones sociales y el fecundo ámbito de evangelización que constituyen los ‘nuevos lugares’ de la red mediática, no podrá faltar en los seminarios una sensibilización específica al respecto. Para ello será necesario, además de enseñar las nociones técnicas y el uso de instrumentos, habituar a los seminaristas a un uso equilibrado y maduro, libre de apegos excesivos y dependencias” (No. 182).

ACTUAR

Eduquémonos para saber usar el celular. Hay que darle el tiempo necesario, pero no hacerse su esclavo, como si no se pudiera vivir sin él. Hay que estar disponibles para atender lo que se ofrezca, pero sin obsesiones por el inmediatismo. Es muy laudable estar prontos para servir a quien nos llame, pero es compulsivo perder la calma por no saber esperar el momento de responder.

Desde luego que no todos estamos en las mismas circunstancias. Hay personas que lo necesitan a todas horas, pues deben estar pendientes de muchos asuntos que deben resolver de inmediato, o tan pronto sea posible. Pero también hay que saber esperar, descansar, y sobre todo respetar a quien tenemos cerca. Hay que darse tiempo para dialogar en familia, sobre todo a la hora de los alimentos. Hay que tomar acuerdos para abstenerse del celular en determinados momentos y tiempos, y así no dañar la armonía familiar, tan importante y necesaria. Y dejar en las manos providentes de Dios nuestra historia y lo imprevisible.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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