ROMA, 22 sep (ZENIT.org).- El debate público sobre la existencia de Dios anunciado entre dos destacados personajes, uno del mundo cristiano y otro de la esfera laicista, despertó ayer una especial expectación en esta capital. Los dos personajes eran el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y Paolo Flores d´Arcais, filósofo y director de la revista de pensamiento «MicroMega». Moderaba la confrontación el periodista Gad Lerner, judío, y director de la cadena televisiva Rai Uno.
La convocatoria se produce a raíz de la reedición del número especial de la revista «MicroMega», de orientación de izquierda dialéctica, curiosamente dedicado a «Filosofía y Religión», en el que colaboran los mismos Ratnzinger y D´Arcais. Inesperadamente la revista, que circula en ámbitos intelectuales laicistas, ha vendido ya nada menos que cien mil ejemplares, lo que da idea del interés que suscita el tema.
Ayer, a las puertas del teatro Quirino, lugar del debate, se congregaba un buen número de personas que no había podido entrar por falta de sitio. En el interior, atestado, la gente estaba incluso sentada en el suelo. Al público, que siguió el duelo dialéctico con pasión, y aplausos a uno u otro de los ponentes, se le hicieron pocas las dos horas y cuarto de intenso debate y probablemente hubiera querido continuar.
El periodista Lerner se preguntó si son tan netos los confines entre quien cree y quien no cree y si no habría algún rasgo en común. Y respondió que el rasgo común que comparten los dos ponentes es «el rechazo de una religiosidad acomodaticia, con un Dios hecho a la propia medida, sin medirse con el problema de la verdad, que está muy difundida hoy, como se ve en la «New Age» y en cierta idea de budismo». Preguntó a los ponentes de qué nace la necesidad de discutir sobre el tema.
El cardenal Ratzinger respondió que «nace del hecho de que los creyentes creemos que tenemos algo que decir a los demás. Estamos convencidos de que el hombre tiene necesidad de conocer a Dios. En Jesús ha aparecido la verdad, que debe ser conocida. En esta época de crisis es necesario que no vivamos sólo hacia el interior».
Por su parte Flores d´Arcais indicó que «en un debate de este tipo hay una gran asimetría. El creyente está interesado en convertir. El ateo no tiene esta necesidad». Y se preguntó por qué un ateo está interesado en la fe. Respondió que «ser ateo significa mantener que todo se juega aquí, en esta existencia finita. Sobre esta base se establecen las alianzas, las solidaridades, los conflictos, los choques. La convivencia basada en la tolerancia no es indiferente al tipo de fe. Si la fe de un cristiano es la de las primeras generaciones de cristianos, la fe escándalo para la razón, no hay ningún conflicto con el no creyente. Pero si la fe pretende ser el resumen y el cumplimiento de la razón, lo que es más característico del hombre, se comprende que tenga la tentación de imponerse. ¿Por qué no renunciáis los creyentes a la demostración de la verdad, por qué pretendéis la racionalidad?».
El cardenal Ratzinger rebatió esta afirmación diciendo que «los creyentes de las primeras generaciones no creían en la absurdidad de la fe. Pablo habla en el Areópago. Pablo predica una fe que es por una parte escándalo pero estaba convencido de que no anunciaba nada absurdo, sino un mensaje que podía apelar a la razón, una religión que no es inventada sino que está en consonancia con nuestra razón. Estoy de acuerdo con Flores d´Arcais en que esto no se debe imponer».
A la pregunta de si se puede vivir sin fe, Flores d´Arcais respondió que, «depende de lo que se entienda por fe». «Si se entiende como profunda pasión existencial por ciertos valores que hagan de la vida algo sensato, no. Pero si se entiende como creencia religiosa, sí se puede vivir sin fe», confesó ofreciendo su opinión íntima.
«La fe –añadió– es algo más pero también algo menos. La lucidez de lo finito permite vivir con una pasión y una conciencia crecida las vivencias de nuestra vida».
Respecto al tema de si hay algo común entre creyentes y no creyentes, el cardenal Ratzinger indicó que «hay un terreno común. Puede haber coincidencias sobre valores que hacen digna la vida: combatir la intolerancia, los fanatismos, el compromiso por la dignidad del hombre, la libertad, la ayuda a los necesitados. Es un terreno en el que, a pesar de la división, tenemos una responsabilidad común. El amor contra el odio, la verdad contra la mentira, es innato en el hombre. La conciencia y el compromiso por la dignidad humana es una presencia escondida de una fe más profunda, aunque no esté definida en términos teológicos. Es una raíz común del bien contra el mal».
Siguió un animado debate sobre la Ilustración y el laicismo en el que Flores d´Arcais, que se considera orgullosamente uno de los últimos jacobinos, al oír hablar al cardenal de tolerancia, le dijo: «¡cuánto os habéis dejado contaminar como Iglesia por el mundo laicista! El término tolerancia es un término iluminista». El cardenal Ratzinger respondió que el laicismo tiene un significado en Italia diverso en otros países. Indicó que «el cristianismo quería ser una Ilustración en un cierto sentido». «Es el momento –añadió– de trascender estas oposiciones. La Ilustración se oponía al cristianismo pero había corrientes de Ilustración cristiana. El cristianismo debería replantear sus raíces. Hay oposición sólo en ciertos modos de Ilustración. Yo no hablaría de contaminación. Me parece positivo que estas dos corrientes, que estaban separadas, se encuentren y que cada una empiece a aprender de la otra». Palabras estas subrayadas por un gran aplauso de los asistentes.
Respecto al terreno común entre un creyente y un ateo, Flores d´Arcais indicó que «el terreno común es el Evangelio y los valores del Evangelio. Hay dos valores fundamentales: la frase de Jesús: «que tu decir sea sí, sí, o no, no», es la idea de que toda diplomacia exagerada es obra del demonio. El segundo es que el pecado de los pecados es el privilegio, la diferencia en las riquezas. Estos dos valores a veces son más sentidos por muchos que no son creyentes que por la mayoría de los cristianos». También en este caso aplaudieron los asistentes.
El debate se prolongó con otras cuestiones que siguieron suscitando la apasionada intervención de los dos ponentes, defendiendo cada uno su posición en una confrontación dialéctica que no perdió interés en ningún momento.