20,00 – En el Santo Sepulcro el abrazo de Francisco y Bartolomé

En el encuentro con el Patriarca Bartolomé, el Papa recuerda que las divergencias no deben intimidarnos ni paralizar nuestro camino

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«En esta Basílica, a la que todo cristiano mira con profunda veneración, llega a su culmen la peregrinación que estoy realizando junto con mi amado hermano en Cristo, Su Santidad Bartolomé». Con estas palabras ha comenzado el discurso del papa en el Santo Sepulcro de Jerusalén.

Después del encuentro privado en la Delegación Apostólica de Jerusalén que ha tenido lugar esta tarde, el Santo Padre Francisco y el Patriarca Bartolomé se han dirigido al Santa Sepulcro para la Celebración Ecuménica, momento culminante de la Peregrinación en el 50 aniversario del histórico encuentro entre el papa Pablo VI y el Patriarca Atenagora.

En Papa ha entrado en la plaza por la Puerta del Muristan, el Patriarca Ecuménico por la Puerta de Santa Elena, y se han encontrado en el centro de la plaza. En el momento del abrazo fraterno han sonado las campanas.

En la Celebración Ecuménica, ha dado inicio a las 20.00, han participado los Ordinarios Católicos de Tierra Santa, el arzobispo copto, el arzobispo siriaco, el arzobispo etiópico, el obispo anglicano, el obispo luterano y otros obispos.

El Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico han sido acogidos por los tres superiores de la Comunidad del «Statu quo» (Greco-ortodoxa, Franciscana y Armenia Apostólica): el Patriarca Greco-Ortodoxo de Jerusalén, Theophilos III; el Custodio de Tierra Santa, el padre Pierbattista Pizzaballa; y el Patriarca Armenio Apostólico, Nourhan; quienes han venerado la “Piedra de la Unción”.

El Papa y el Patriarca Ecuménico la veneraron contemporáneamente, arrodillados lado a lado, mientras todos los otros participantes a la celebración se dirigieron hacia el «coro de los Franciscano», frente a la edificio del Santo Sepulcro donde han sido acompañados el Santo Padre y el Patriarca. La celebración ha sido introducida por las palabras de acogida de su beatitud Teófilo III, Patriarca Greco-Ortodoxo de Jerusalén en nombre de las tres comunidades del «Statu quo». Tras el canto del Aleluya y la proclamación del Evangelio de la Resurrección, el Patriarca Ecuménico y el Santo Padre han pronunciado sus discursos.

En primer lugar ha hablado el Patriarca, quien ha indicado que «esta Tumba sagrada nos invita a vencer otro miedo que es quizás el más extendido en nuestra época moderna: el miedo al otro, el miedo a lo diferente, el miedo al que sigue otro credo, otra religión u otra confesión». Por ello ha observado que el fanatismo religioso «amenaza la paz en muchas regiones de la tierra, donde incluso el don de la vida es sacrificado en el altar del odio religioso». En estas circunstancias –ha afirmado el Patriarca– el mensaje de la tumba vivificante es urgente y claro: amor al otro, al diferente, a los seguidores de otros credos y de otras confesiones.

Asimismo, ha señalado que hace 50 años el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras «se liberaron del miedo que había prevalecido durante un milenio». Como sucesores suyos, ha añadido, «hemos intercambiado un abrazo de amor, si bien nuestro camino hacia la plena comunión en el amor y en la verdad continúa, para que el mundo crea que no hay otro camino para la vida sino el camino del amor, la reconciliación, la paz auténtica y la fidelidad a la Verdad».

Así, Francisco ha recordado que «peregrinamos siguiendo las huellas de nuestros predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, que, con audacia y docilidad al Espíritu Santo, hicieron posible, hace cincuenta años, en la Ciudad santa de Jerusalén, el encuentro histórico entre el Obispo de Roma y el Patriarca de Constantinopla».

El Papa ha recordado que en este lugar el sepulcro vacío, «es el lugar de donde salió el anuncio de la resurrección». Este anuncio, ha afirmado, «es el corazón del mensaje cristiano, trasmitido fielmente de generación en generación». Y ha añadido que «lo que nos une es el fundamento de la fe, gracias a la cual profesamos juntos que Jesucristo, unigénito Hijo del Padre y nuestro único Señor». El Obispo de Roma ha recordado que «cada uno de nosotros, todo bautizado en Cristo, ha resucitado espiritualmente en este sepulcro, porque todos en el Bautismo hemos sido realmente incorporados al Primogénito de toda la creación, sepultados con Él, para resucitar con Él y poder caminar en una vida nueva».

De este modo el Papa ha invitado a acogerse a la gracia especial de este momento: «Detengámonos con devoto recogimiento ante el sepulcro vacío, para redescubrir la grandeza de nuestra vocación cristiana: somos hombres y mujeres de resurrección, no de muerte». Del mismo modo ha pedido que «aprendamos, en este lugar, a vivir nuestra vida, los afanes de la Iglesia y del mundo entero a la luz de la mañana de Pascua». Francisco ha expliado en su discurso que el Buen Pastor, cargando sobre sus hombros todas las heridas, «sufrimientos, dolores, se ofreció a sí mismo y con su sacrificio nos ha abierto las puertas a la vida eterna» y que «a través de sus llagas abiertas se derrama en el mundo el torrente de su misericordia». Por esta razón ha exclamado el Papa: «¡No nos dejemos robar el fundamento de nuestra esperanza! ¡No privemos al mundo del gozoso anuncio de la Resurrección!».

El Papa ha pedido también no hacer oídos sordos al fuerte llamamiento a la unidad que resuena precisamente en este lugar.

Aunque el Papa ha reconocido que «no podemos negar las divisiones que todavía hay entre nosotros, discípulos de Jesús»,  «este lugar sagrado nos hace sentir con mayor dolor el drama».

Ya han pasado 50 años después del abrazo de aquellos dos venerables Padre, y el Santo Padre ha afirmado que «hemos de reconocer con gratitud y renovado estupor que ha sido posible, por impulso del Espíritu Santo, dar pasos realmente importantes hacia la unidad».

Francisco ha añadido al respecto que «somos conscientes de que todavía queda camino por delante para alcanzar aquella plenitud de comunión que pueda expresarse también compartiendo la misma Mesa eucarística, como ardientemente deseamos; pero las divergencias no deben intimidarnos ni paralizar nuestro camino». Y ha realizado una metáfora al comparar la piedra del sepulcro que fue movida con «los obstáculos que impiden aún la plena comunión entre nosotros», que también pueden ser removidos.

 Será una gracia de resurrección, que ya hoy podemos pregustar, ha reconocido,  «siempre que nos pedimos perdón los unos a los otros por los pecados cometidos en relación con otros cristianos y tenemos el valor de conceder y de recibir este perdón, experimentamos la resurrección».

Así como «siempre que, superados los antiguos prejuicios, nos atrevemos a promover nuevas relaciones fraternas, confesamos que Cristo ha resucitado verdaderamente». Y finalmente «siempre que pensamos el futuro de la Iglesia a partir de su vocación a la unidad, brilla la luz de la mañana de Pascua». A continuación, Francisco a renovado la voluntad ya expresada por sus predecesores, de mantener un diálogo con todos los hermanos en Cristo para encontrar una forma de ejercicio del ministerio propio del Obispo de Roma que, en conformidad con su misión, se abra a una situación nueva y pueda ser, en el contexto actual, un servicio de amor y de comunión reconocido por todos.

El Papa ha tenido presenten nuevamente a toda la región de Oriente Medio «desgraciadamente lacerada con frecuencia por la violencia y los conflictos armados». También ha pedido no olvidar «en nuestras intenciones de tantos hombres y mujeres que, en diversas partes del mundo, sufren a causa de la guerra, de la pobreza, del hambre; así como de los numerosos cristianos perseguidos por su fe en el Señor Resucitado». El Pontífice ha explicado que cuando cristianos de diversas confesiones sufren juntos «se realiza el ecumenismo del sufrimiento, se realiza el ecumenismo de sangre, que posee una particular eficacia no sólo en los lugares donde esto se produce, sino, en virtud de la comunión de los santos, también para toda la Iglesia».

Para conclui
r Francisco ha pedido dejar a un lado los recelos que hemos heredado del pasado y abrir el corazón a la acción del Espíritu Santo, el Espíritu del Amor y de la Verdad «para marchar juntos hacia el día bendito en que reencontremos nuestra plena comunión».

Para finalizar la ceremonia, se ha rezado un Padre Nuestro y finalmente el Santo Padre y el Patriarca Bartolomé han venerado el Santo Lugar y encendieron una vela. Antes de marchar dieron la bendición juntos.

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ZENIT Staff

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