Audiencia general, 6 de marzo de 2019 © Vatican Media

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Audiencia general, 6 de marzo de 2019 – Catequesis del Papa

«¡Venga a nosotros tu Reino!»

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(ZENIT – 6 marzo 2019).- Reflexionando sobre la oración del ‘Padre Nuestro’, el Santo Padre ha indicado que «¡Venga a nosotros tu Reino!» es como decir: «¡Padre, te necesitamos!, ¡Jesús te necesitamos! ¡Necesitamos que en todas partes y para siempre seas Señor entre nosotros!”. “Venga a nosotros tu Reino, ven en medio de nosotros”.
La audiencia general ha tenido lugar esta mañana a las 9:20 horas, en la Plaza de San Pedro donde el Santo Padre ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo. Prosiguiendo el ciclo de catequesis sobre el Padre nuestro, el Papa se ha centrado en el tema “Venga a nosotros tu reino” (Pasaje bíblico: Evangelio de San Mateo, 13, 31-32).
«¡Venga a nosotros tu Reino!»: «Sembremos esta palabra en medio de nuestros pecados y fracasos. Regalémosla a las personas que están derrotadas y dobladas por la vida, a los que han saboreado más odio que amor, a los que han vivido días inútiles sin haber entendido nunca por qué», ha invitado el Papa Francisco en la audiencia general.
«El Reino de Dios es ciertamente una gran fuerza, la más grande que existe, pero no de acuerdo con los criterios del mundo. Por eso nunca parece tener mayoría absoluta», explica Francisco.
«A veces nos preguntamos: ¿por qué este Reino se instaura tan lentamente?», ha planteado el Papa. «Jesús dice que el Reino de Dios se asemeja a un campo donde el trigo bueno y la cizaña crecen juntos: el peor error sería querer intervenir inmediatamente extirpando del mundo las que nos parecen malas hierbas».
La audiencia general ha terminado con el canto del Pater Noster y la bendición apostólica. A continuación, sigue la catequesis completa del Papa:
***
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Cuando rezamos el «Padre nuestro», la segunda invocación con la que nos dirigimos a Dios es «venga a nosotros  tu Reino» (Mt 6, 10). Después de rezar para que su nombre sea santificado, el creyente expresa el deseo de que se acelere la venida de su Reino. Este deseo brotó, por así decirlo, desde el corazón mismo de Cristo, que comenzó su predicación en Galilea proclamando: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva «(Mc 1,15). Estas palabras no son en absoluto una amenaza, al contrario, son un anuncio feliz, un mensaje de alegría. Jesús no quiere empujar a la gente a que se convierta sembrando el temor del juicio inminente de Dios o el sentimiento de culpa por el mal cometido. Jesús no hace proselitismo: simplemente anuncia.
Al contrario, lo que Él trae es la Buena Nueva de la salvación, y a partir de ella  llama a convertirse. Todos están invitados a creer en el «evangelio»: el señorío de Dios se ha acercado a sus hijos. Esto es el Evangelio: el señorío de Dios se ha acercado a sus hijos. Y Jesús anuncia esta maravilla, esta gracia: Dios, el Padre, nos ama, está cerca de nosotros y nos enseña a caminar por el camino de la santidad.
Los signos de la venida de este Reino son múltiples, y todos son positivos. Jesús comienza su ministerio cuidando a los enfermos, tanto en el cuerpo como en el espíritu, de aquellos que vivían una exclusión social, -por ejemplo, los leprosos- de los pecadores mirados con desprecio por todos, también por los que eran más pecadores que ellos, pero se hacían pasar por justos. Y  Jesús ¿cómo les llama? “Hipócritas”. El mismo Jesús indica estos signos, los signos del Reino de Dios: «Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y se anuncia a los pobres la Buena Nueva » (Mt 11, 5).
«¡Venga a nosotros tu Reino!», repite con insistencia el cristiano cuando reza el “Padre nuestro”. Jesús ha venido. Pero el mundo todavía está marcado por el pecado, poblado por tanta gente que sufre, por personas que no se reconcilian y no perdonan, por guerras y por tantas formas de explotación; pensemos en la trata de niños, por ejemplo.
Todos estos hechos son una prueba de que la victoria de Cristo aún no se actuado completamente: muchos hombres y mujeres todavía viven con el corazón cerrado. Es sobre todo en estas situaciones que la segunda invocación del «Padre Nuestro» brota de  los labios del cristiano: «¡Venga a nosotros tu Reino!». Que es como decir: «¡Padre, te necesitamos!, ¡Jesús te necesitamos! ¡Necesitamos que en todas partes y para siempre seas Señor entre nosotros!”. “Venga a nosotros tu Reino, ven en medio de nosotros”.
A veces nos preguntamos: ¿por qué este Reino se instaura tan lentamente? Jesús ama hablar de su victoria con el lenguaje de las parábolas. Por ejemplo, dice que el Reino de Dios se asemeja a un campo donde el trigo bueno y la cizaña crecen juntos: el peor error sería querer intervenir inmediatamente extirpando del mundo las que nos parecen malas hierbas. Dios no es como nosotros, Dios tiene paciencia. El Reino de Dios no se instaura en el mundo con la violencia: su estilo de propagación es la mansedumbre (cf. Mt 13, 24-30).
El Reino de Dios es ciertamente una gran fuerza, la más grande que existe, pero no de acuerdo con los criterios del mundo. Por eso nunca parece tener mayoría absoluta. Es como la levadura que se amasa en la harina: aparentemente desaparece, pero es precisamente la que fermenta la masa (cf. Mt 13, 33). O es como un grano de mostaza, tan pequeño, casi invisible, pero lleva dentro la fuerza explosiva de la naturaleza, y una vez que crece, se convierte en el más grande de todos los árboles del jardín (cf. Mt 13, 31-32).
En este «destino» del Reino de Dios podemos intuir la trama de la vida de Jesús: él también era un signo débil para sus contemporáneos, un evento casi desconocido para los historiadores oficiales de la época. El mismo se definió como un «grano de trigo» que muere en la tierra, pero solo de esta manera puede dar «mucho fruto» (cf. Jn 12,24). El símbolo de la semilla es elocuente: un día el campesino la hunde en la tierra (un gesto que parece un entierro), y luego, «duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él mismo sepa cómo «(Mc 4:27). Una semilla que brota es más obra de Dios que del hombre que la ha sembrado (cf. Mc 4, 27). Dios siempre nos precede, Dios siempre nos sorprende. Gracias a él después de la noche del Viernes Santo, hay un alba de Resurrección capaz de iluminar de esperanza al mundo entero.
«¡Venga a nosotros tu Reino!». Sembremos esta palabra en medio de nuestros pecados y fracasos. Regalémosla a las personas que están derrotadas y dobladas por la vida, a los que han saboreado más odio que amor, a los que han vivido días inútiles sin haber entendido nunca por qué. Regalémosla a los que han luchado por la justicia, a todos los mártires de la historia, a los que han llegado a la conclusión de que han luchado por nada y de que el mal domina este mundo. Escucharemos entonces la oración del «Padre Nuestro» que responde. Repetirá por enésima vez esas palabras de esperanza, las mismas que el Espíritu ha puesto como sello de todas las Sagradas Escrituras: «¡Sí, vengo pronto!». Amén. Ven, Señor Jesús. Que la gracia del Señor Jesús sea con todos «(Ap 22:20).

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Rosa Die Alcolea

Profesional con 7 años de experiencia laboral en informar sobre la vida de la Iglesia y en comunicación institucional de la Iglesia en España, además de trabajar como crítica de cine y crítica musical como colaboradora en distintos medios de comunicación. Nació en Córdoba, el 22 de octubre de 1986. Doble licenciatura en Periodismo y Comunicación Audiovisual en Universidad CEU San Pablo, Madrid (2005-2011). Ha trabajado como periodista en el Arzobispado de Granada de 2010 a 2017, en diferentes ámbitos: redacción de noticias, atención a medios de comunicación, edición de fotografía y vídeo, producción y locución de 2 programas de radio semanales en COPE Granada, maquetación y edición de la revista digital ‘Fiesta’. Anteriormente, ha trabajado en COPE Córdoba y ABC Córdoba.

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