Beato Fray Angélico: Transmitir la belleza de Dios con el pincel

Se celebra en Roma la exposición más importante del artista dominico de los últimos tiempos

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ROMA, viernes 12 de junio de 2009 (ZENIT.org).- La ciudad eterna es testigo, hasta el 5 de julio, de la exposición más importante de los últimos tiempos sobre el Beato Fray Angélico.

Con el título, «Beato Angélico, el alba del renacimiento», expuesta en el Palatino Romano, muestra cómo la oración puede convertirse en motivo de inspiración para el artista.

Su nombre de pila fue Guido de Pietro da Mugello. Al entrar a la orden dominica comenzó a llamarse Giovanni da Fiesole.

Años después de su muerte, en 1455 sus hermanos de la orden dominicana lo comenzaron a llamar beato Angélico, a pesar de que fue beatificado sólo en 1982, por la fama de santidad con la que murió y porque decían que sus obras reflejaban tanta serenidad que parecían pintadas por ángeles.

Igualmente recibió el apelativo de Angélico por el valor teológico de todas sus pinturas. Decía el pintor sacro del siglo XV toscano que para pintar se inspiraba en la doctrina teológica de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), llamado también el Doctor Angélico.

Para Fray Angélico, el pincel, lienzos, los retablos o paredes donde plasmaba sus obras se convertían en el areópago donde anunciaba el Evangelio. Pasajes bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento, vidas de grandes santos (como San Pedro, San Pablo San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, Santo domingo de Guzmán entre muchos otros) eran su gran inspiración.

«Muchas pinturas de Fray Angélico han sido destinadas a la devoción, a la meditación y a la contemplación privada», asegura en diálogo con ZENIT el historiador del arte Antonio Giordano. Profesor de la Universidad Popular de Roma (UPTER).

El profesor Giordano destaca «la monumentalidad de sus figuras, el esplendor de sus colores, la gracia de sus rostros. Sobretodo los de la Virgen y los ángeles. La solemnidad de sus santos y el testimonio de los mártires».

El arte sacro fue el único tema que utilizó este fraile dominicano, ordenado sacerdote aproximadamente en 1418. La vida, las virtudes de los mártires San Esteban y San Lorenzo son los motivos de los frescos que engalanan la capilla Nicolina, situada en los Museos Vaticanos, pintada por encargo del papa Nicolás V.

Según Antonio Paolucci, director de los Museos Vaticanos ésta, que fue la capilla privada del pontífice, pasa muchas veces desapercibida por miles de turistas y peregrinos quienes quieren sólo apreciar los frescos de la Capilla Sixtina. Y sin embargo, constituye una de las perlas de la historia de la pintura universal.

Sus biógrafos aseguran que Fray Angélico no tomaba los pinceles sin hacer antes una oración. Cuando pintaba los crucifijos o el rostro sufriente de Jesús durante la Pasión, lloraba de conmoción debido a su gran bondad y sensibilidad espiritual.

Fray Angelico pintó también el Convento de San Marco por encargo del Papa Eugenio IV. El pontífice le propuso en 1446 ser obispo de Florencia pero el artista se sintió indigno y declinó esta propuesta, diciendo que debía obediencia en primer lugar a los superiores de su comunidad.

Pese a su enorme talento, con el que ha dejado una profunda huella en la historia de la pintura en la transición del tardo medioevo al primer renacimiento, nunca pintó un autorretrato.

«Pudo haber sido rico y no le importaba. Es más, decía que la verdadera riqueza no era otra que contentarse con lo poco», escribió el artista italiano Giorgio Vasari, seguidor de Fray Angélico, casi un siglo después de la muerte del beato.

Su obra más conocida es la Anunciación, que se encuentra en el Museo del Prado en Madrid. Sin embargo, no fue la única vez que pintó el encuentro de María con el Ángel Gabriel .

En la muestra que se exhibe en Roma (la más grande exposición del beato desde 1955), se encuentra también el retablo de la anunciación que normalmente puede apreciarse en el convento Santa María de las Gracias en Milán.

A espaldas del Ángel hay una ventana donde se encuentran Adán y Eva. Aquí Fray Angélico deja ver con el pincel cómo María es la Nueva Eva, quien con su «sí» al ángel trae la redención a la humanidad negada por Eva al desobedecer a Dios.

Debajo de este gran retablo se encuentran en formato más pequeño algunas pinturas que hacen ver cómo a lo largo de su vida María repitió el «sí» de la anunciación: su matrimonio con José, la visitación a su prima Isabel, la adoración de los pastores y la presentación de Jesús en el templo.

En otras de sus pinturas representa algunas escenas de la vida cotidiana de la Virgen . Muchas de ellas reciben el nombre de «La madre de la humildad», en la que María aparece con sencillez, con un rostro dulce y expresivo, con el Niño Jesús sentada en un cojín.

«La Virgen es vista siempre por Fray Giovanni como Theotokos [Madre de Dios] o Regina Coeli» [Reina del Cielo], dice el profesor Giordano, asegurando también que igualmente Fray Angélico, hace ver a María, «como una madre dulcísima mientras abraza al Niño».

La tumba del beato Angélico se encuentra en la basílica Santa María Sopra Minerva, muy cerca al Pantheon de Roma, en cuyo convento murió en 1454. Allí yacen también los restos de Santa Catalina de Siena.

El Papa Juan Pablo II, en el motu proprio que escribió por su beatificación, aseguraba que sus obras «son fruto de suma armonía entre la vida santa y la fuerza creadora que actuaba en él».

Obras que invitan a que el hombre se pueda contemplar «las cosas divinas», dijo el pontífice.

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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