Claves de lectura de la acción internacional de la Santa Sede

Siguiendo al subsecretario para las Relaciones con los Estados, monseñor Pietro Parolin

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ROMA, martes, 27 noviembre 2007 (ZENIT.org).- La dignidad del hombre y su dimensión trascendente son la razón de la existencia y de la misión internacional de una autoridad moral soberana independiente de los Estados, como es la Santa Sede.

El pasado miércoles, cuando aún se desconocía que monseñor Pietro Parolin encabezaría la delegación vaticana presente en Annapolis (Maryland, Estados Unidos), en la cumbre de este martes por la paz entre israelíes y palestinos, el subsecretario para las Relaciones con los Estados trazó una síntesis del sentido de la presencia de la Santa Sede en los organismos internacionales y su postura en los grandes temas de la escena mundial.

Ante un numeroso grupo de embajadores y otros miembros del cuerpo diplomático, cerró así el ciclo de conferencias celebrado en la Embajada de la República Argentina ante la Santa Sede, en el marco del 150º aniversario del inicio de las relaciones diplomáticas entre ambos sujetos de derecho internacional.

Autoridad espiritual universal independiente

«La Iglesia católica es la única institución religiosa que puede acceder a relaciones diplomáticas y que se interesa en el derecho internacional mediante el sujeto internacional soberano de características singulares que es la Santa Sede», recordó monseñor Parolin.

Siguiendo sus palabras, una aproximación adecuada a la presencia internacional de la Santa Sede requiere tener presente que ésta no se puede identificar simplemente con la Iglesia católica -como comunidad de creyentes- ni con el Estado de la Ciudad del Vaticano -punto geográfico de apoyo que asegura la libertad del romano pontífice–.

«La Santa Sede es el mismo Santo Padre en cuanto autoridad espiritual universal independiente junto con los organismos de la Curia Romana que colaboran con su misión» –definió–; es esta naturaleza «la que requiere la existencia de un verdadero estatuto internacional de tipo público» como «sujeto «sui iuris», que se da a sí mismo su organización jurídica y no la recibe del exterior, y como tal entra en relación con los demás estados».

Ello se concreta actualmente en relaciones diplomáticas con 176 estados, presencia en la ONU como Estado observador, miembro de siete organizaciones o agencias del sistema ONU y observador en otras ocho, aparte de su adhesión como país miembro observador en cinco organizaciones regionales.

Objetivo
La «tenaz» reivindicación de la propia personalidad internacional y la petición de la Santa Sede de intervenir en los debates políticos internacionales para ofrecer su contribución están lejos de un interés específico en salvaguardar la propia independencia, subrayó monseñor Pietro Parolin.

Si la Santa Sede desea situarse como «interlocutor independiente de los Estados y expresar un juicio autorizado sobre los problemas que afectan a sus vidas» es porque «considera que representa una dimensión del hombre que, aún determinante en la vida de los pueblos, no entra plenamente bajo la jurisdicción de los Estados ni se agota en ella»; «existe algo que va más allá del elemento material», puntualizó.

La clave está en la dignidad del hombre: es anterior a la existencia del Estado y su respeto es el termómetro de la legitimidad y justicia de cualquier norma legal. Y «tal dignidad del individuo tiene como elemento esencial su dimensión trascendente», de forma que «si el hombre no trascendiera la dimensión material, no habría razones suficientes para que el respeto de su dignidad estuviera por encima de conveniencias nacionales», constató monseñor Parolin.

Así que «tal anterioridad e independencia de la dignidad del individuo, y más concretamente su dimensión trascendente, es la justificación última de la existencia de una autoridad moral soberana independiente de los Estados», y «en consecuencia la Santa Sede, en su actividad internacional», «sin interferir en el ámbito y responsabilidad propia de los Estados, se propone la tutela de la persona humana y de la libertad religiosa», confirmó.

En este punto monseñor Parolin citó a Juan Pablo II, quien en 2001, hablando a los futuros diplomáticos de la Pontificia Academia Eclesiástica, decía urge sobre todo la defensa del hombre y de la imagen de Dios que existe en él.

Acción
Trabajar en la Secretaría de Estado –el dicasterio de la Curia Romana que colabora más de cerca con el Sumo Pontífice–, especialmente en la Sección para las Relaciones con los Estados, significa -admite su subsecretario– disfrutar de un observatorio privilegiado para conocer la realidad internacional, dado que se está obligado a una permanente visión de conjunto a la que contribuye el contacto casi diario con los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede.

Por ello señaló la intervención y la posición de ésta en algunos temas en el escenario mundial, entre los que, como se deduce de lo anterior, se cuenta la primacía de la persona desde la garantía de una «afirmación muy fuerte de la verdad».

«Persona-verdad es el binomio que está al frente de la acción internacional de la Santa Sede», y ésta procura recalcar estos conceptos extrayéndolos de los propios instrumentos de los que se ha dotado la comunidad internacional, como la Carta de la ONU –ejemplificó monseñor Parolin– que declara solemnemente que la Organización fue creada para salvar a las generaciones futuras del azote de la guerra, para reafirmar la fe (una palabra clave) en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad de la persona humana, para asegurar el respeto del derecho internacional y para promover el progreso social».

Siendo significativo el uso del término «fe» en el citado contexto, la Santa Sede, en el último debate en el seno de la ONU, «observó que se afirmó así la existencia de una verdad universal y trascendente sobre el hombre y sobre su dignidad intrínseca, que no es una simple creación histórica, sino una realidad que precede y determina toda actividad política», de manera -siguió monseñor Parolin- «que ninguna ideología del poder puede suprimir tal verdad».

Y es tal dignidad del ser humano –añade– «la que determina la justa medida de los intereses nacionales, que jamás pueden considerarse absolutos» y cuya defensa «debe contribuir a promover el bien común de todos los hombres».

«La Santa Sede subraya constantemente que el respeto de la dignidad del hombre, por lo tanto, es el fundamento ético más profundo en la búsqueda de la paz y en la construcción de relaciones internacionales»; «la carencia, el desprecio o la adhesión parcial a este principio está en el origen de los conflictos, de la degradación ambiental y de las injusticias», alerta.

En este marco, los valores que promueven las religiones «son el medio más eficaz para trascender los egoísmos y la violencia, y por lo tanto –continúa monseñor Parolin– sostienen de manera decisiva esa «fe» en la dignidad del hombre».

Punto también prioritario en el actual marco internacional es el binomio cultura-religiones, por lo que la Santa Sede «recuerda con insistencia que el núcleo del diálogo interreligioso corresponde a la identidad propia de los representantes de cada religión –recalca–, sobre todo cuando se refiere a las verdades fundamentales del cosmos, del hombre y de la sociedades».

«A los estados y a la comunidad internacional corresponde en cambio –puntualiza– el empeño de acompañar este diálogo, facilitándolo y creando estructuras en las que los miembros de las diversas religiones puedan cooperar a la paz y al desarrollo».

Y «si la voluntad de diálogo es verdadera, debe necesariamente traducirse en un mayor respeto de la libertad religiosa», un derecho que «lamentablemente sigue siendo escasamente respetado en muchas regiones del mundo o incluso directamente negado», denunció monseñor Par
olin.

«Hay que destacar con pesar que el nuevo Consejo para los Derechos Humanos no ha dado pasos significativos en tal sentido», advirtió ante los diplomáticos presentes.

Y buscando ayudar a la comunidad internacional en su meta de servicio a la humanidad y a cada hombre, la Santa Sede se interesa en el tema de la paz consciente de que es «condición necesaria para el desarrollo de una vida digna». Por eso apoya las iniciativas de desarme, mencionó monseñor Parolin.

Asimismo la Santa Sede ha visto favorablemente «y ha contribuido en la medida de sus posibilidades a la creación –hace dos años– de la Comisión para la Reconstrucción («Peace building commision»), cuya existencia «es signo inequívoco de la convicción internacional de que no basta con poner fin a las guerras, sino que hay que ayudar a reconstruir el tejido social e institucional de la gente, cosa que sólo garantiza una vida digna».

Y, con esperanza, la diplomacia vaticana valora y anima las operaciones de paz, como la de Darfur –señaló–, si bien el aumento de tales operaciones refleja «las dificultades que experimenta la comunidad internacional para prevenir las situaciones de conflicto antes de su degeneración».

Las prioridades de la Santa Sede se orientan también al desarrollo, y monseñor Parolin recordó que ya hace cuarenta años, en «Populorum progressio», Pablo VI advirtió que «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz».

«Muchos problemas hoy atribuidos casi exclusivamente a diferencias culturales y religiosas tienen su origen en innumerables injusticias económicas y sociales», constató; «la liberación de las necesidades extremas, como las enfermedades, el hambre y la ignorancia, es el presupuesto necesario para un diálogo sereno de las civilizaciones».

A través de la Secretaría de Estado, de los Pontificios Consejos Justicia y Paz y Cor Unum, la Santa Sede mantiene una estrecha relación con Organizaciones No Gubernamentales [ONG] que en mayor o menor medida ejercen una función crítica y propositiva respecto a la situación económica mundial.

«Y próximamente –anunció monseñor Parolin– la Secretaría de Estado reunirá a las ONG de inspiración católica para intentar coordinar su acción a nivel internacional precisamente sobre estos temas». Se prevé tal encuentro en el Vaticano del 30 de noviembre al 2 de diciembre.

Constante y prioritaria es también la acción de la Santa Sede, en la esfera internacional, en la defensa de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural.

Y es que «conceder al Estado o a cualquier otra agrupación social poderes de decisión sobre la vida de los individuos» «equivaldría a relativizar toda verdad sobre la dignidad de la persona humana», insiste.

La verdadera eficacia
Con la atención a estas prioridades –sólo se han citado algunas–, la Santa Sede busca contribuir en el momento en que conforman la agenda internacional y «se cristalizan en propuestas políticas y normativas», pero su acción «se sitúa en el horizonte profético de la Iglesia, y tiene un valor pedagógico y paradigmático en cuanto que indica a los cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad las orientaciones éticas que deben guiar las elecciones políticas», apunta monseñor Parolin.

Para medir la eficacia de toda esta actividad, en su opinión se debe aplicar una regla general de la vida cristiana: «se debe mirar el esfuerzo, no los resultados; estamos llamados a trabajar con todo nuestro empeño por estas grandes finalidades».

«Puedo decir que la palabra de la Santa Sede se espera verdaderamente en muchos ámbitos. Hay deseo de escuchar un llamamiento hacia los valores éticos y los principios morales para la solución de los grandes problemas de la humanidad»; «lo importante es que hagamos lo posible para que se produzca este anuncio y este testimonio», concluye.

Por Marta Lago

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ZENIT Staff

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