Mosaico de Cristo, en el apside de la basílica de San Pablo (Foto ZENIT cc)

Mosaico de Cristo, en el apside de la basílica de San Pablo (Foto ZENIT cc)

Comentario a la liturgia dominical – Solemnidad de Cristo Rey

TRIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN – CLAUSURA DEL AÑO DE LA MISERICORDIA

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TRIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN – CLAUSURA DEL AÑO DE LA MISERICORDIA

Ciclo C – Textos: 2 Sam 5, 1-3; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

Idea principal: Christus vincit, Christus regnat, Christus ímperat.

Síntesis del mensaje: Hoy celebramos la Solemnidad de Cristo Rey. Así cerramos no sólo el año de la Misericordia, sino también el año litúrgico. El próximo domingo comenzamos el Adviento del ciclo A. Esta fiesta de Cristo Rey antes se celebraba el último domingo de octubre, desde el año 1925 en la que la instituyó el Papa Pío XI. Pero en la reforma de Pablo VI, el 1969, se trasladó al último domingo del año litúrgico, el domingo 34 del Tiempo Ordinario. Esta fiesta nos invita a ver nuestra historia como un proceso del Reino que todavía no se manifiesta, pero que se está gestando y madurando hasta el final de los tiempos.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, veamos a nuestros reyes terrenos y a nuestro Rey, Cristo. Los reyes del mundo van rodeados de grandes séquitos, de armas, de delegados, de fasto y pompa, de terciopelos, de valiosas joyas, de lujosos tronos, esplendorosos salones. Sus proclamaciones suelen estar rodeadas de espectaculares ceremonias, brillantes festejos y general regocijo. Los Evangelios nos presentan un Rey cuyo trono es la cruz y cuyo cetro es un clavo que atraviesa su mano. Demasiado fuerte, demasiado escandaloso, demasiado insoportable para el hombre. Más aún: si algo está lejos de lo que es ser Rey, según el sentir humano, es ese Jesús de la Cruz; si algo es imposible conciliar es que Jesús sea Dios y Rey en la Cruz. Pero los evangelistas no se dejan llevar por los prejuicios humanos, no quieren suavizar las cosas para conseguir adeptos; los evangelistas saben que aquí no se puede remozar la realidad, ni siquiera como técnica pedagógica. A la hora de la verdad, ésta es nuestra fe: ante un hombre que está siendo ejecutado como un malhechor entre malhechores, el cristiano proclama que ése y no otro es nuestro Salvador; ése y no otro es el Hijo de Dios; ése y no otro es nuestro Salvador. Que aquí estamos rozando el Misterio de Dios es innegable; y en esta situación no tenemos otra salida que la confianza, porque este Rey es un Rey lleno de misericordia.

En segundo lugar, veamos las reacciones ante este Cristo Rey Misericordioso. El pueblo presencia la escena, probablemente esperando a ver en qué quedaba todo aquello. Las autoridades religiosas hacen sarcásticos comentarios sobre el crucificado: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios»; hay que reconocer que saben «poner el dedo en la llaga», que lo que dicen está lleno de lógica; pero precisamente por eso, porque están convencidos de que Dios tiene que ser como su lógica les dicta, son incapaces de reconocer a Dios tal y como Él se presenta; y el hecho de que no se presente como el hombre esperaría, no es motivo para rechazarle; pero sí lo fue para aquellas autoridades religiosas. Los soldados romanos, encargados de la ejecución, se burlan de aquel hombre que moría bajo el título de «Rey de los judíos»; ellos sí sabían bien lo que era un rey; y además conocían cuál era la verdadera situación de los judíos; en aquel estado de cosas, pensar que aquel hombre fuese rey era un disparate descomunal en el que ellos, lógicamente, no iban a caer. Sólo un hombre es capaz de leer tras las apariencias, de interpretar los acontecimientos que ante sus ojos se están desarrollando; un ladrón que, en otra cruz, comparte el suplicio y el destino más próximo de Jesús: la muerte. Un hombre al que la ley del Estado no ha dado respuestas en su vida, un hombre al que la lógica humana ha considerado indigno de seguir vivo entre los vivos, irrecuperable, sin solución, inservible para el género humano, y por tanto, digno de ser destruido, eliminado. Este es el único que, a pesar de su situación -¿sería atrevido afirmar que, más bien, gracias a ella?- ya no espera nada de la lógica humana, pero no ha perdido toda esperanza. Le queda una esperanza más definitiva, más absoluta, que iba más allá de lo que la vista y la mente podían alcanzar. Por eso se dirige a Jesús Misericordioso para pedirle: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Y por eso encuentra una respuesta en Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Antes aquel «buen ladrón» ha tenido que ser capaz de superar ideas preconcebidas sobre Dios y reconocerle presente en aquel compañero suyo de suplicio; ha tenido que superar el dejarse esclavizar por los valores al uso en su sociedad y reconocer que, verdaderamente, aquél era Rey y Rey Misericordioso.

Finalmente, ¿a qué nos compromete esta solemnidad? Es necesario que Cristo reine en primer lugar en nuestra inteligencia, por el conocimiento de sus enseñanzas y la recepción amorosa de esas verdades reveladas; es necesario que reine en nuestra voluntad, por la obediencia e identificación cada vez más plena con la voluntad divina. Es preciso que reine en nuestro corazón, para que ningún amor se anteponga al amor de Dios; y en nuestro cuerpo, que es templo del Espíritu Santo; en nuestro trabajo, en nuestro camino de santidad. Celebrar la fiesta de Cristo Rey implica un compromiso: trabajar con todo empeño para que la voluntad de Dios –como nos dice san Pablo en la 2ª lectura- se manifieste en todas las cosas. En nuestro corazón en primer lugar, y desde allí a todo lo que está a nuestro alrededor, hasta que llegue el día en que el Reino se manifieste en total plenitud, cuando todas las cosas estén definitivamente ordenadas al servicio del hombre nuevo, y Dios sea todo en todos, como dejó escrito el Papa Pío XI en la encíclica “Quas primas”.

Para reflexionar: ¿Es Cristo el Rey de mi corazón, de mi inteligencia y de mi voluntad? ¿Qué hago para llevar el Reino de Cristo a todas partes, ese Reino de justicia, amor, verdad y paz?

Para rezar: ¡Oh Cristo Jesús! Os reconozco por Rey universal. Todo lo que ha sido hecho, ha sido creado para Vos. Ejerced sobre mí todos vuestros derechos. Renuevo mis promesas del Bautismo, renunciando a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y prometo vivir como buen cristiano. Y muy en particular me comprometo a hacer triunfar, según mis medios, los derechos de Dios y de vuestra Iglesia. ¡Divino Corazón de Jesús! Os ofrezco mis pobres acciones para que todos los corazones reconozcan vuestra Sagrada Realeza, y que así el reinado de vuestra paz se establezca en el Universo entero. Amén.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org.

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Antonio Rivero

El padre Antonio Rivero nació en Ávila (España) en 1956. Entró a la congregación de los Legionarios de Cristo en 1968 en Santander (España). Se ordenó de sacerdote en Roma en la Navidad de 1986. Es licenciado en Humanidades Clásicas en Salamanca, en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma y en Teología por la Universidad de santo Tomás también en Roma. Es doctor en Teología Espiritual por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma) donde defendió su tesis el 16 abril del año 2013 sobre la dirección espiritual en san Juan de Ávila, obteniendo “Summa cum laude”. Realizó su ministerio sacerdotal como formador y profesor de Humanidades clásicas en el seminario en México y España. Fue vicario parroquial en la ciudad de Buenos Aires durante doce años. Durante diez años fue director espiritual y profesor de teología y oratoria en el Seminario María Mater Ecclesiae en são Paulo (Brasil), formando futuros sacerdotes diocesanos. Actualmente es profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y ayuda en el Centro Logos, en la formación de sacerdotes y seminaristas diocesanos. Ha dedicado y dedica también parte de su ministerio sacerdotal a los Medios de Comunicación Social. Ha publicado catorce libros: Jesucristo, Historia de la Iglesia, Los diez mandamientos, Breve catequesis y compendio de liturgia, El tesoro de la Eucaristía, El arte de la predicación sagrada, La Santísima Virgen, Creo en la Vida eterna, Curso de Biblia para laicos, Personajes de la Pasión, G.P.S (Guía Para Santidad, síntesis de espiritualidad católica), Comentario a la liturgia dominical ciclo A, Comentario a la liturgia dominical ciclo B, Comentario a la liturgia dominical ciclo C. Ha grabado más de 200 CDs de formación. Da conferencias en Estados Unidos sobre pastoral familiar, formación católica y juventud. Y finalmente imparte retiros y cursos de formación a religiosas, seminaristas y sacerdotes diocesanos en México, Centroamérica y donde le invitan.

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