El carácter apostólico es el nexo de unión en las congregaciones e institutos religiosos de espiritualidad ignaciana

Entrevista al padre Urbano Valero, SJ, ex-rector de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid

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La llegada de un jesuita al ministerio petrino ha provocado que en los últimos meses se hable con frecuencia de la espiritualidad ignaciana y de los Ejercicios ignacianos. Para conocer más y entender mejor este modo de vivir la fe, ZENIT ha entrevistado al padre Urbano Valero, jesuita ex rector de la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid y escritor de temas ignacianos.

— Ahora que se habla tanto de la espiritualidad ignaciana, ¿podría explicar en qué consiste principalmente esta espiritualidad?

Padre Urbano: Con mucho gusto, aunque confieso que no es del todo fácil hacerlo en pocas palabras. Espiritualidad ignaciana es la que vivió San Ignacio de Loyola y que, basado en su propia experiencia, se sintió movido a proponer a quienes desearan beneficiarse de ella. Muy pronto después de su conversión a Dios en su casa de Loyola, Ignacio sintió el deseo de ayudar espiritualmente a otras personas, y lo hacía ya allí mismo y luego en Manresa, Barcelona y Alcalá, por medio de conversaciones personales y en grupos pequeños, introduciendo a las personas a la práctica de la oración y del examen de conciencia, a la recepción frecuente de los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía y al ejercicio de las virtudes cristianas. Pero el instrumento principal de que se valió para ello, a lo largo de su vida, fueron los Ejercicios espirituales, que él mismo fue componiendo, a partir de su experiencia personal, y que daba él mismo y enseñó a sus compañeros a darlos. Los núcleos esenciales de la espiritualidad que en ellos se propone son: la centralidad absoluta de Dios y su designio en la vida de cada persona, ante la cual todo lo demás resulta relativo y subordinado; el descubrimiento de su presencia y actividad amorosa (“trabajo”, dice San Ignacio) en la creación, en la propia vida y en toda la historia humana; el seguimiento de Jesús, como camino único para ir a Dios, tratando de identificarse lo más posible con sus sentimientos y actitudes, especialmente en su abajamiento y humillación; el afán por buscar y hallar a Dios en todas las cosas y acontecimientos de la vida, mediante un discernimiento sincero de lo que él quiere de cada uno en cada circunstancia, siempre deseando y eligiendo lo que más le agrada y mayor bien puede hacer a los demás.

–¿En qué consisten los Ejercicios ignacianos?

Padre Urbano: Diré primero en qué no consisten. No son un tratado de teología espiritual o de espiritualidad. No consisten en predicar y oír sermones ni conferencias, ni en intercambios de  grupo, ni tampoco sólo en hacer oración (aunque se ha podido decir con acierto que son una excelente escuela de oración), o sólo leer la biblia o celebrar la eucaristía o rezar personalmente o en grupo la liturgia de las horas. Son algo distinto. Según el mismo Ignacio,  son todo modo de examinar la conciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mentalmente, y de otras operaciones espirituales, encaminadas todas a preparar y disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, a partir de ahí, buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida. Son, pues, un conjunto de actividades espirituales personales del que “se ejercita”, sin poder ser sustituido en ellas por nadie, orientadas a un doble fin: primero, para tomar conciencia, desde la historia del mundo y la personal de cada uno, a la luz de la misericordia recibida de Dios, del pecado y desorden real o potencial  de la propia vida, y para poder reorientarla por medio de la contemplación comprometida, asidua y prolongada, de los misterios de la vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Todo un proceso, en el que  intervienen tres actores: el que hace los Ejercicios, el que se los propone y lo acompaña, y el Espíritu de Dios que actúa en ambos, pero dejando que él se comunique inmediatamente al ejercitante, “abrazándole en su amor y alabanza y disponiéndole para su mejor servicio en adelante”. No hay ejercicios ignacianos “estándar”, uniformes para todos; cada proceso es singular y la propuesta común contenida en el texto necesita ser adaptada en sus modalidades, duración e intensidad, a cada persona, según su capacidad humana y espiritual, su disposición en el momento en que se ejercita, y su deseo, mayor o menor, de exponerse a la acción de la gracia de Dios. Por eso, todos los ejercicios ignacianos tendrían que ser “personalizados”, y de ello dependen en gran medida sus frutos; por ello, San Ignacio insistía mucho en este punto.

— ¿Cómo ha sido la transmisión de esta espiritualidad a lo largo de la historia?

Padre Urbano: El principal vehículo para ello han sido, sin duda, los Ejercicios, y, junto con ellos, la dirección espiritual o acompañamiento personal en sus diversas modalidades. Los jesuitas,  depositarios primarios de la espiritualidad ignaciana, han  cuidado mucho siempre estos dos ministerios. En época más reciente, a raíz del Concilio Vaticano II, se han intensificado mucho por todo el mundo los estudios sobre los Ejercicios y, en general, sobre la espiritualidad ignaciana y los modos de transmitirla. Se han creado nuevos Institutos y Centros de Espiritualidad, además de las tradicionales y numerosas Casas de Ejercicios, con múltiples programas específicos, teóricos y prácticos sobre ella; hay un buen número de revistas dedicadas a su investigación y divulgación; también un abundante número de webs y programas en la red o por la radio para la oración personal y en grupo y hasta para la práctica de los Ejercicios guiados y acompañados on-line …  Pero hay también otros cauces, menos visibles pero muy reales, de transmisión. La predicación general por parte de quien está conformado interiormente por esa espiritualidad; y lo mismo, la educación de niños y adultos, revistas culturales de diversos niveles, el apostolado social de todo género, como el de Ignacio y los primeros jesuitas con personas en situaciones de indigencia y exclusión. Es normal que quien está interiormente configurado por la espiritualidad ignaciana, sea jesuita o no, actúe “al modo de Ignacio” en cualquiera de sus actividades. Así, por todos estos cauces ha ido y sigue fluyendo la espiritualidad ignaciana, don de Dios para toda la Iglesia, que no se puede ocultar ni privatizar.

— ¿Y en el caso de institutos religiosos femeninos?

Padre Urbano: Se trata, en realidad, de una concreción más, cualificada ciertamente, de esa transmisión. San Ignacio, a lo largo de su vida, tuvo un trato espiritual bastante intenso con mujeres (bienhechoras suyas ya desde los tiempos de Manresa, Alcalá y París; colaboradoras de sus primeros apostolados en Roma; miembros de familias reales y de la nobleza; algunas madres de jesuitas y buen número de dirigidas espirituales). Pero, después de alguna experiencia dolorosamente fracasada, no quiso admitirlas en la Compañía de Jesús, ni quiso que los jesuitas tomaran a su cargo de modo permanente el cuidado de mujeres religiosas y menos el gobierno de monasterios o conventos femeninos, para que estuvieran siempre  disponibles a cualquier servicio que les pudiera pedir la obediencia en cualquier parte del mundo, conforme a su vocación. Sin embargo, ha habido un número apreciable de ellos que han contribuido de diversas maneras al nacimiento de una verdadera floración de institutos religiosos femeninos en la Iglesia (se ha llegado a reseñar algo más de 250, que, preguntados por ello, manifestaron haber sentido con mayor o menor intensidad el influjo de la espiritualidad ignaciana). Desde la dirección espiritual de las fundadoras, o acompañando los ejercicios, actuando –muy raras veces- como verdaderos fundadores o co-fundadores, colaborando casi siempre en la redacción de las Constituciones, actuando espontáneamente a título individual y sin “consigna” común alguna en sus ministerios apostólicos ordinarios, han realizado esta aportación, sumamente valiosa, a la vida y activid
ad de la Iglesia y, se puede decir, al bien de la humanidad; que, por cierto, también puede ser considerada como una notable contribución a la promoción de la mujer, de las religiosas mismas y de las beneficiadas por sus actividades, en tiempos muy necesitados de ella.

— ¿Por qué cree que la vida y obra de Ignacio de Loyola ha podido inspirar a tantas otras congregaciones?

Padre Urbano: Buena pregunta, que, mejor, habría que hacérsela a ellas … y también al Espíritu del Señor, que, seguro, no ha estado ausente de este movimiento. Pienso que lo que realmente se ha producido ha sido un encuentro, por parte de las sucesivas fundadoras, de algo que venían presintiendo y anhelando en su interior y que descubrían con auténtica sintonía de toda su persona. La providencia misteriosa, pero certera, de Dios habría ido llevando a cada una por su camino en la vida a ese encuentro; y su experiencia original se ha ido trasmitiendo a las generaciones sucesivas con la ayuda de los Ejercicios espirituales y otros medios parecidos. El número de casos en que esto se ha producido es más que suficiente para excluir que puedan ser interpretados como “felices casualidades”.

–¿Qué rasgos debe tener una congregación o instituto religioso para poder decir que tiene espiritualidad ignaciana?

Padre Urbano: El primero y principal, su carácter apostólico. Estos institutos fueron en sus inicios, como lo fue la Compañía de Jesús, y por la misma razón, una gran novedad en la Iglesia de su tiempo, a la que resultó difícil encontrar el lugar y el molde adecuado para ellos. Sus miembros, por exigencia de la vocación recibida del Señor, no podían ser “monjas”, en el sentido tradicional, ni tener clausura papal como ellas, ni estar vinculadas a un monasterio o convento; por el contrario, se sentían llamadas a servir a las necesidades espirituales y materiales del mundo desde dentro de él, y para ello necesitaban una agilidad de movimientos y una cohesión corporativa que no les daban las estructuras entonces en uso de la vida religiosa femenina. La concepción ignaciana del instituto religioso como un cuerpo apostólico para la misión, con su peculiar estilo de vida, la formación espiritual y humana apropiada y sus estructuras de gobierno unitario, respondía bien a sus necesidades, y en su acogida encontraron gran ayuda. Por ello la asumieron sustancialmente, adaptándola a sus características y peculiaridades con libertad discernida. Algunos institutos adoptaron literalmente las Constituciones de la Compañía de Jesús. El fervor de las fundadoras por lo ignaciano era, en general, patente y de altos quilates. Pero lo que nunca se ha producido ha sido la subordinación de esos institutos a la Compañía de Jesús ni a jesuitas particulares, ni una “colonización” de ellos, por parte de estos. Es más bien una fuerte afinidad y sintonía espiritual y apostólica lo que vincula a unos y otras.

— ¿Es fuerte la presencia de la espiritualidad ignaciana en la Iglesia hoy?

Padre Urbano: Difícil dar una respuesta tajante a esta pregunta. Presumimos, creo que fundadamente,  que sí, pero pruebas evidentes o medidas exactas de ello no hay. Hay, sí, por el mundo una importante constelación de personas, de todo estado y condición de vida, afectadas, más o menos intensamente, por la espiritualidad ignaciana: en torno a los institutos y centros de espiritualidad y casas de ejercicios, en las parroquias y templos gestionados por jesuitas, en los centros pastorales de fe y cultura, en las comunidades educativas, en las actividades de carácter social, en grupos juveniles o matrimoniales, en la clientela de las revistas y editoriales antes mencionadas, en  algunas asociaciones y en las llamadas “redes ignacianas”, todavía un poco informes pero muy entusiastas, de colaboradores y simpatizantes, en el océano insondable de internet y las redes sociales … La siembra es muy intensa; la cosecha … la conoce el Dueño de la mies.

— ¿Qué rasgos y comportamientos del papa Francisco son más propios de la espiritualidad ignaciana?

Padre Urbano: Se ha hablado y escrito tanto de ello en estos meses pasados … Me ceñiré brevemente a tres puntos, que considero muy significativos. El primero, advertido ya por muchos, es su huida patente, en  su vida personal y en su ministerio, de todo lo que signifique riqueza, poder y ostentación o, lo que él llama “mundanidad espiritual” (abrazando pobreza con Cristo pobre, desprecio con Cristo despreciado, descalificación del mundo con Cristo descalificado); lo que es el núcleo mismo de la espiritualidad ignaciana. El segundo es la gran libertad con que se le ve proceder, fruto seguramente de un discernimiento personal muy cuidado; también netamente ignaciano. El tercero es su modo singular de comunicar sus mensajes, que recuerda mucho los “puntos” de los Ejercicios que proponen al ejercitante “modo y orden para meditar y contemplar”, para que él mismo entre en su proceso de oración y discernimiento, en diálogo directo con Dios; “no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente”. Por ahí me parece que está yendo el papa Francisco …

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