El padre Thomas Rosica reflexiona sobre «La Pasión» de Mel Gibson

Habla el organizador de la Jornada Mundial de la Juventud de 2002 en Toronto

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

TORONTO, martes, 24 febrero 2004 (ZENIT.org).- El sacerdote que organizó las Jornadas Mundiales de la Juventud de 2002 en Toronto confiesa que ha quedado conmocionado tras ver la película de Mel Gibson «La Pasión de Cristo».

El padre Thomas Rosica, sacerdote basiliano, presidente de la Fundación «Salt & Light Catholic Media Foundation» y del primer canal católico de televisión en Canadá, ha accedido a conceder esta entrevista a Zenit, tras ver una presentación privada de la película, que saldrá en las grandes pantallas de Estados Unidos este Miércoles de Ceniza.

El padre Rosica es, además, profesor de Sagrada Escritura, y ha representado a la Conferencia de Obispos Católicos de Canadá durante casi diez años en la National Christian-Jewish Consultation.

–Usted ha vivido, y enseñado en Tierra Santa, en la «École Biblique» y en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Organizó, además, un espectacular Viacrucis por el centro de una ciudad moderna, como Toronto, durante la Jornada Mundial de la Juventud de julio de 2002. Dirige ahora un canal de televisión. Su parecer, por tanto, no es el de un extraño a la materia. ¿Qué piensa?

–Thomas Rosica: Mi primera reacción ha sido la de la conmoción. En pocas ocasiones salgo de un teatro o de un cine con un intenso deseo de rezar o de quedarme en silencio. Es lo que experimentaba al regresar a la oficina tras la proyección. «La Pasión» es una presentación profundamente conmovedora de las últimas horas de vida de Jesús en la tierra. Ciertamente no es una cinta para niños.

Sugiero a todos los que participan en la pastoral, profesores y estudiantes de Sagrada Escritura, a los adultos en la fe, que vean esta película. Si la intención de Mel Gibson era la de acercar a estas personas a Cristo con esta película, ha logrado su objetivo.

Si Gibson quería que la gente hiciera la experiencia de una conversión de corazón hacia el mensaje no violento de la cruz, creo que realmente lo ha logrado.

–¿Qué es lo que más le ha impresionado de la película?

–Thomas Rosica: La película está realizada con una técnica excepcional, una recitación excelente, en fidelidad a las Escrituras, con atención al significado teológico de la pasión y muerte de Cristo, y con una extraordinaria sensibilidad artística y religiosa.

El intenso juego de luces y sombras en el rostro atormentado de Pilatos es más elocuente que mil palabras. Es como si el mismo Caravaggio hubiera dirigido la película.

Cada una de las escenas ha sido creada para que el espectador descubra la profundidad del misterio. Considero que esta película es una de las obras de arte religioso más eficaces. A medida que avanza el filme, quienes eran espectadores indiferentes quedan sobrecogidos por la historia.

Entre los innumerables detalles extraordinarios, me ha impresionado sobre todo la maestría de Gibson en el uso del «flashback» (retrospectiva). Como profesor de las narraciones de la Pasión, siempre me han impresionado las escenas vivas del proceso y del papel de Pedro en las narraciones del Evangelio.

En esta película, los insistentes «flashbacks» producen un efecto particular. La cámara enfoca el perfil del rostro de Cristo, mientras Pedro nos mira. El sufrimiento desgarrador de Cristo queda fragmentado, por ejemplo, por la retrospectiva sobre el amoroso lavatorio de los pies. Hay muchas maneras sutiles con las que el espectador indiferente se convierte en protagonista en un instante.

Es importante tener en cuenta que la película de Mel Gibson no es un documental, sino una obra de imaginación creativa. Incorpora elementos de las cuatro narraciones de la Pasión de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, pero permanece fiel a su estructura común fundamental.

Gibson no ha querido quitar nada a la brutalidad de la historia de la Pasión. No ha tenido intención alguna de dulcificar la historia de la pasión con el pietismo o la falsa espiritualidad. El espectador se ve obligado a confrontarse con los hechos y los acontecimientos tal y como son y a asistir al sufrimiento de un hombre justo.

Cuanto más brutales son las escenas, más eficaces son los «flashbacks» sobre el Sermón de la Montaña en el que enseña las Bienaventuranzas, o la parábola en la que se identifica con el Buen Pastor, o las palabras en las que ofrece su vida en el pan y el vino durante la última cena.

Me ha impresionado en particular una escena. Cuando Jesús cae durante el Viacrucis, un «flashback» nos traslada a un momento en el que, siendo niño, se calló en una calle de Jerusalén y su madre se acercó para socorrerle. La relación entre María y Jesús en esta película es conmovedora y alcanza su culmen con la escena de la Piedad.

La Madre del Señor nos invita a cada uno de nosotros a compartir su sufrimiento y a contemplar a su Hijo. Es lo que tratamos de hacer con el Viacrucis en el corazón de la ciudad durante la Jornada Mundial de la Juventud de 2002 en Toronto. Esta escena constituye un momento increíblemente también para nosotros. De hecho, ¡quienes nos desaconsejaron la representación pública de las estaciones del Viacrucis en Toronto no procedían de fuera de la Iglesia!

Tras esta magnífica representación en la University Avenue de Toronto, en julio de 2002, entre los miles de cartas y de mensajes que recibimos, había personas de otras religiones que simplemente decían: «¡Si pudiéramos hacer al menos algo parecido por nuestros jóvenes y enseñarles los elementos centrales de nuestra fe…!».

–¿A qué atribuye toda esta oposición a la película de Mel Gibson?

–Thomas Rosica: A la ignorancia, a la obsesión por lo políticamente correcto, a la falta de comprensión de las auténticas creencias religiosas, y al miedo para afrontar los hechos auténticos y al carácter ambiguo del proceso y de la condena de Jesús.

Tengo que reconocer, además, que los cristianos y judíos que no tratan las Escrituras con la debida madurez y que simplemente promueven un falso ecumenismo y la ignorancia de la historia, no ayudan a echar puentes y a reparar los daños causados por el antisemitismo, que vuelve a crecer en el mundo.

El viejo dicho, según el cual, «los que no saben hablan y los que saben se callan» puede aplicarse a toda la tinta que se ha gastado en artículos sobre esta película. He escuchado encendidos debates entre personas que no tenían ni la más pálida idea de cuál era el argumento de la película.

–Usted se ha dedicado profundamente en su vida al diálogo entre cristianos y judíos. ¿Cree que la película es antisemita?

–Thomas Rosica: No, no es ni antisemita ni antijudía. La película ni exagera ni disminuye el papel de las autoridades judías y de los procesos legales en la condena de Jesús.

Sin duda, la figura de Caifás, el sumo sacerdote judío, es negativa. Pero es importante recordar que Caifás, en las Escrituras, representa al régimen de la época y no al pueblo judío.

La película nos lleva a querer profundizar en nuestro conocimiento de las Escrituras y en el amor de Jesucristo, a profundizar en nuestra comprensión de la histórica reconciliación entere cristianos y judíos, que ha tenido lugar especialmente con el Concilio Vaticano II y con el pontificado de Juan Pablo II, y a analizar las auténticas causas del antisemitismo y de su reaparición en el mundo actual.

Creo que es lamentable el que muchos, dentro de la Iglesia, sin contar a los que están fuera de ella, hayan condenado la película como antisemita o antijudía, antes de haberla visto. Lo que se puede decir, sin duda alguna, es que la película lleva incluso a las personas más alejadas y menos apasionadas a querer profundizar en la comprensión de la historia de la pasión y muerte de Jesús.

Judíos y romanos de la época quedaron involucrados en el proceso, en
la condena y en la ejecución de Jesús. Esto es un hecho histórico. Quien trate de rescribir la historia o de rescribir las narraciones del Evangelio sobre el sufrimiento y la muerte de Jesús, comete un atentado contra la verdad histórica y no aplica honestamente a nuestra época las lecciones del pasado.

La verdadera cuestión que surge de la película es que, con frecuencia en la historia, las autoridades políticas y también las religiosas, han perseguido a personas con ideas revolucionarias.

Los Evangelios, en la narración de la Pasión, cuentan cómo los pecados de todas estas personas contemporáneas a Jesús conspiran a la hora de promover la pasión y la muerte de Cristo, y por tanto, muestran la verdad fundamental de que todos somos culpables. Los pecados de aquellas personas y nuestros pecados han llevado a Cristo a la Cruz, y él carga con ellos voluntariamente.

Y tenemos que aprender de lo que le sucedió a Jesús para preguntarnos no sólo cuál es la identidad de quienes le procesaron, condenaron y ejecutado hace ya mucho tiempo, sino también qué provocó la muerte de Jesús, esos círculos viciosos de violencia, brutalidad y odio que le siguen crucificando todavía hoy en nuestros hermanos y hermanas de la familia humana.

He leído que Maia Morgenstern, la actriz judía que interpreta egregiamente el papel de María, afirma que «La Pasión» se opone a la idea de opresión y violencia. «Habla de la necesidad de dejar libres a las personas para que expresen lo que piensan y creen. Denuncia la locura de la violencia y de la crueldad que, si se deja en libertad, puede difundirse como una enfermedad».

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación