El Papa: En nombre del hombre, no a la clonación

ROMA, 29 agosto (ZENIT.org).- Juan Pablo II confirmó esta mañana el «sí» de la Iglesia a los trasplantes de órganos, que constituyen «una gran conquista de la ciencia al servicio del hombre»

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y el «no» a la clonación humana para obtener órganos, pues atenta contra «la dignidad y el valor de la persona».

La oportunidad para profundizar en las cuestiones éticas más espinosas que plantean en estos momentos las nuevas fronteras de las biotecnologías se la ofreció al pontífice su intervención, esta mañana, ante los máximos expertos mundiales del sector, reunidos en el XVIII Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes, que se celebra del 26 de agosto hasta el 1 de septiembre en Roma.

Al llegar al Palacio de los Congresos en automóvil, desde la residencia veraniega de Castel Gandolfo, el pontífice fue acogido por el profesor Raffaello Cortesini, presidente y organizador del encuentro, y por el profesor Oscar Salvatierra, presidente de la Sociedad de Trasplantes.

Clonación humana
Ofreciendo, sin mencionarlos, un juicio ético sobre los proyectos científicos anunciados en días recientes por los gobiernos de Estados Unidos y de Inglaterra, Juan Pablo II dejó muy claro que los intentos de clonación humana «con el fin de obtener órganos para trasplantar, en cuanto implican manipulación y destrucción de embriones humanos, no son moralmente aceptables, a pesar de que su fin sea bueno en sí mismo». Dado que el embrión humano posee ya la dignidad de una persona humana, su eliminación o clonación constituye, por tanto, un grave atentado contra el mismo ser humano.

El Papa, por tanto, no se opone al progreso científico, al contrario, exige un progreso humano. «La ciencia –continuó explicando– prevé otras formas de intervención terapéutica que no suponen ni la clonación ni el uso de células embrionales, bastando para ello la utilización de células estaminales de organismos adultos. Esta es la dirección que deberá seguir la investigación si quiere respetar la dignidad de todos y cada uno de los seres humanos, incluso en su estado embrional».

Trasplantes: un acto de amor, a condición…
El Santo Padre señaló que la medicina de los trasplantes, «mientras ofrece esperanza de salud y de vida a tanta gente, también presenta algunos puntos críticos, que requieren ser examinados a la luz de una atenta reflexión antropológica y ética. También en esta materia, el criterio fundamental de
valoración debe ser la defensa y la promoción del bien integral de la persona humana, según su peculiar dignidad».

Tras calificar la donación de órganos como «un auténtico acto de amor», el Papa puso de relieve que el cuerpo humano «no puede ser considerado únicamente como un complejo de tejidos, órganos y funciones, sino que es parte constitutiva de la persona. Por eso, toda tendencia a comercializar los órganos humanos o a considerarlos como unidades de intercambio o de venta, resulta moralmente inaceptable, porque a través de la utilización del cuerpo como «objeto», se viola la misma dignidad de la persona».

Juan Pablo II también hizo hincapié en la importancia de que la persona que done los órganos sea adecuadamente informada, de modo que decida libremente y en caso de imposibilidad, se requiere «el consenso por parte de los parientes».

El problema de la constatación de la muerte
A continuación, el pontífice afrontó una de las cuestiones más debatidas por la bioética en los últimos años: ¿cuándo se pueden extraer los órganos de una persona que está muriendo? No han faltado médicos sin escrúpulos que han extraído miembros cuando la persona todavía está viva, pues en ese caso el transplante es más sencillo. Se trata del problema de «la constatación de la muerte».

Los órganos vitales sólo se pueden extraer del cuerpo de un individuo «ciertamente muerto», respondió el Papa.

En este sentido, añadió el Santo Padre, «es oportuno recordar que la persona sólo muere una vez, cuando se da la total desintegración de aquel complejo unitario e integrado que es la persona en sí misma. La muerte de la persona entendida en este sentido radical es un evento que no puede ser directamente verificado por ninguna técnica científica ni metódica empírica. Pero, la experiencia humana enseña también que la muerte de un individuo produce inevitablemente signos biológicos».

En los últimos tiempos, expertos en bioética han dado más importancia a la hora de constatar la muerte a la cesación total e irreversible de toda actividad encefálica, en cuanto signo de la pérdida de la capacidad de integración del organismo individual como tal, que a las los tradicionales signos de vida cardio-respiratorios.

Según Juan Pablo II, el criterio de «la cesación total e irreversible de toda actividad encefálica, si es aplicado escrupulosamente, no aparece en contraste con los elementos esenciales de una correcta concepción antropológica». Y añadió: «Sólo cuando existe esta certeza es moralmente legítimo iniciar los procedimientos técnicos para extraer los órganos que hay que trasplantar, previo consenso del donante o de sus legítimos representantes».

Listas de espera
El obispo de Roma afrontó otro grave problema que no sólo preocupa a los médicos, sino que angustia a miles de familias: el de «la atribución de los órganos donados mediante las listas de espera o la asignación de prioridades». Su respuesta fue clara: «Desde el punto de vista moral, un principio de justicia obvio exige que estos criterios no sean discriminatorios (basados en la edad, sexo, raza, religión, condición social) o utilitaristas. Para determinar quién tiene la precedencia en la recepción de órganos hay que atenerse a valoraciones inmunológicas y clínicas».

¿Transplantes de animales?
El último problema que afrontó en su discurso fue el de los llamados «xenotrasplantes», es decir, los trasplantes de órganos procedentes de especies animales. A este respecto, recordó lo que dijo en 1956 el Papa Pío XII: «La licitud de un «xenotrasplante» requiere por una parte que el órgano trasplantado no incida en la integridad de la identidad psicológica o genética de la persona que lo recibe; por otra, que exista la probada posibilidad biológica de efectuar con éxito este trasplante, sin exponer a excesivos riesgos al que lo recibe».

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ZENIT Staff

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