El Papa presenta «Deus caritas est» a los lectores de una revista

«Famiglia Cristiana» ha distribuido una carta del Papa junto a un ejemplar de la encíclica

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 7 febrero, 2006 (ZENIT.org).- «¿Es posible amar a Dios?», «¿Podemos de verdad amar al «prójimo», cuando nos resulta extraño o incluso antipático?». Benedicto XVI confiesa que con su primera encíclica ha querido responder a estas dos preguntas fundamentales.

Así lo explica en una carta dirigida a los lectores de «Famiglia Cristiana», semanario publicado por el grupo editorial San Pablo, con más de un millón de ejemplares.

El documento, escrito con tono familiar, ha sido publicado en la edición de la revista que ha salido a los kioscos con fecha del 5 de febrero con el que se regala la «Deus caritas est».

«Al inicio el texto puede parecer un poco difícil y teórico –reconoce el Papa–. Sin embargo, cuando uno se pone a leerlo, resulta evidente que no he querido más que responder a un par de preguntas muy concretas para la vida cristiana».

A la primera pregunta sobre la posibilidad de amar a Dios, el Papa responde: «sí, podemos amar a Dios, dado que Él no se ha quedado a una distancia inalcanzable sino que ha entrado y entra en nuestra vida».

«No sólo nos ha ofrecido el amor, ante todo lo ha vivido primero y toca a la puerta de nuestro corazón en muchos modos para suscitar nuestra respuesta de amor», indica.

A la segunda pregunta sobre la posibilidad de amar al «prójimo», en particular «cuando nos resulta extraño o incluso antipático», el Papa también responde afirmativamente.

«Sí, podemos, si somos amigos de Dios –afirma–. Si somos amigos de Cristo. Si somos amigos de Cristo queda cada vez más claro que Él nos ha amado y nos ama, aunque con frecuencia alejemos de Él nuestra mirada y vivamos según otros criterios».

Con este fundamento, el Santo Padre considera que también se responde a una de las preguntas que muchas personas plantean: «Con sus mandamientos y sus prohibiciones, ¿no nos amarga la Iglesia la alegría del «eros», la alegría de sentirnos amados, que nos empuja hacia el otro y que busca transformarse en unión?».

«En la encíclica he intentado demostrar que la promesa más profunda del «eros» puede madurar solamente cuando no sólo buscamos la felicidad transitoria y repentina», sigue respondiendo.

En ese caso, añade, «encontramos juntos la paciencia de descubrir cada vez más al otro en la profundidad de su persona, en la totalidad del cuerpo y del alma, de modo que, finalmente, la felicidad del otro llegue a ser más importante que la mía».

«Entonces, ya no sólo se quiere recibir algo, sino entregarse, y en esta liberación del propio «yo» el hombre se encuentra a sí mismo y se llena de alegría», indica.

Al explicar el argumento de la segunda parte de la encíclica, que hablar del «servicio del amor comunitario de la Iglesia hacia todos los que sufren en el cuerpo o en el alma y tienen necesidad del don del amor», el obispo de Roma se pregunta qué es lo que diferencia a la Iglesia del resto de organizaciones filantrópicas.

«La Iglesia debe practicar el amor hacia el prójimo incluso como comunidad, pues de lo contrario anunciaría de modo incompleto e insuficiente al Dios del amor», indica.

Por su propia naturaleza, indica, «la Iglesia no hace política en primera persona, más bien respeta la autonomía del Estado y de sus instituciones».

«La justicia no hace nunca superfluo el amor –reconoce–. Más allá de la justicia, el hombre tendrá siempre necesidad de amor, que es el único capaz de dar un alma a la justicia».

«En un mundo tan profundamente herido, como el que conocemos en nuestros días, esta afirmación no tiene necesidad de demostraciones –concluye–. El mundo espera el testimonio del amor cristiano que se inspira en la fe. En nuestro mundo, con frecuencia tan oscuro, con este amor brilla la luz del Dios».

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ZENIT Staff

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