El predicador del Papa anima a «apropiarnos» de las bienaventuranzas, autorretrato de Jesús

Segunda predicación de Cuaresma al Papa y a la Curia

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 16 marzo 2007 (ZENIT.org).- Dado que las bienaventuranzas constituyen un «autorretrato de Jesús», el predicador de la Casa Pontificia consideró este viernes ante Benedicto XVI y la Curia Romana que no sólo estamos llamados a su imitación, sino también a apropiarnos de ellas.

Y esto es una «buena noticia» que se traduce –afirmó el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap.– «en que en la fe podemos beber de la mansedumbre de Cristo, así como de su pureza de corazón y de cualquier otra virtud suya».

Podemos orar por tener la mansedumbre, de igual modo en que Agustín rogaba, por su parte, para tener la castidad: «Oh Dios, tu mandas que sea manso; dame lo que mandas y mándame lo que quieras»», propuso.

En presencia de Benedicto XVI, en la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico del Vaticano, el padre Cantalamessa prosiguió este viernes sus predicaciones de Cuaresma en el marco de las Bienaventuranzas Evangélicas, en esta ocasión sobre la siguiente: «Bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra».

Lejos de ser un buen programa ético de un maestro para sus discípulos, las bienaventuranzas son el autorretrato de Jesús: «Él es el verdadero pobre, manso, puro de corazón, el perseguido por la justicia», recordó el sacerdote franciscano, apuntando el mandato de Jesús: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29).

Para abarcar el sentido pleno de la mansedumbre, subrayó dos asociaciones constantes de la Biblia y de las exhortaciones cristianas antiguas: mansedumbre y humildad, así como mansedumbre y paciencia.

«Una evidencia las disposiciones interiores de las que brota la mansedumbre; la otra las actitudes que impulsa a tener ante el prójimo: afabilidad, dulzura, gentileza», aclaró el padre Cantalamessa. Y los Evangelios «son la demostración de la mansedumbre de Cristo, en su doble aspecto de humildad y paciencia», recalcó.

«Prueba máxima de la mansedumbre de Cristo se tiene en su Pasión»: «ningún gesto de ira, ninguna amenaza»; «pero Jesús hizo mucho más que darnos ejemplo de mansedumbre y de paciencia heroica», alertó el predicador del Papa.

«Hizo de la mansedumbre y de la no violencia el signo de la verdadera grandeza» -recalcó-, de forma que «ésta ya no consistirá más en elevarse solitarios sobre los demás, sobre la masa, sino en abajarse para servir y elevar a los demás».

Tal vez la de los mansos es el ejemplo más claro de «la relevancia incluso social de las bienaventuranzas», apuntó el padre Cantalamessa aludiendo a la «extraordinaria relevancia» de esta bienaventuranza «en el debate sobre religión y violencia».

«El Evangelio no deja lugar a dudas –observó–. No hay en él exhortaciones a la no violencia mezcladas con exhortaciones contrarias».

Y el siguiente paso en su predicación fue hacia el corazón, donde se decide la mansedumbre. Advirtió, recordando el Evangelio, que es del corazón de donde procede la maldad, las explosiones de violencia, guerras y conflictos, pero también la violencia de los pensamientos.

Pero se les puede ver venir –expresó, acudiendo a la experiencia de los Padres del desierto–, porque «nuestra mente tiene la capacidad de prevenir el desarrollo de un pensamiento, de conocer, desde el inicio, adónde irá a parar: si a perdonar al hermano o a condenarlo, si a la gloria propia o a la de Dios».

De ahí la tarea de cerrarles el paso cuando no son conformes a la caridad, señaló.

Antes de concluir, el padre Cantalamessa recordó «la promesa ligada a la bienaventuranza de los mansos» –«poseerán la tierra»–, que «se realiza en diversos planos, hasta la tierra prometida definitiva que es la vida eterna».

«Pero ciertamente uno de los planos es el humano: la tierra son los corazones de los hombres. Los mansos conquistan la confianza, atraen las almas», confirmó.

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ZENIT Staff

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