Fallece el cardenal rumano Todea, «mártir viviente» del comunismo

El Papa le visitó en su país, en 1999, cuando estaba ya en silla de ruedas

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CIUDAD DEL VATICANO, 23 mayo 2002 (ZENIT.org).- En la tarde de este miércoles falleció el cardenal rumano Alexandru Todea, símbolo del martirio de la Iglesia católica en el país durante el régimen comunista.

El calvario del arzobispo metropolita emérito de Fagaras y Alba Iulia, que el próximo 5 de junio debía cumplir los noventa años de edad, comenzó entre 1946 y 1948, cuando el régimen acusó al padre Todea de ir contra el ateísmo.

Fue arrestado y liberado en cinco ocasiones. El 14 de octubre de 1948, los agentes de la «Securitate», la Policía romana le arrestaron en su casa de Reghin. Al salir con las manos elevadas, apretaba con fuerza el Rosario.

«¡Basta con estas bobadas religiosas, ahora te hemos arrestado y no volverás a ser libre nunca más!», le gritó un policía.

Todea, con tranquilidad, le respondió: «No depende de vosotros. Si el Señor quiere, recuperaré la libertad dentro de 14 mil años».

Tras recuperar la libertad, fue condenado a cadena perpetua en 1951 después de haber sido consagrado obispo en secreto el año anterior.

Trece años después, tras años de durísima cárcel, se benefició de una amnistía. Al salir de la cárcel volvió a trabajar con todas sus fuerzas en la reorganización de la Iglesia católica.

Juan Pablo II le creó cardenal en 1991, dos años después de la caída de los regímenes del Este europeo.

El purpurado falleció en el hospital universitario de Targu Mures, donde estaba internado desde hacía ocho semanas. Desde Azerbaiyán, el Papa envió un telegrama a su sucesor, el arzobispo Lucian Muresan.

En el mensaje escrito en latín, subraya la extraordinaria obra de evangelización realizada por monseñor Todea, además de los «sufrimientos experimentados a causa de la fe por obra de un régimen tirano y cruel».

Cuarenta y nueve años después de haber sido ordenado clandestinamente, en la misma capilla, el anciano y enfermo cardenal Todea abrazó a Juan Pablo II, durante su viaje apostólico a Rumanía, en mayo de 1999.

El pontífice se agachó ante la silla de ruedas provocando lágrimas y llanto emocionado en el
anciano purpurado.

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ZENIT Staff

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