Informes sobre las relaciones de otros continentes con África

Segunda Congregación General, tarde del 5 de octubre

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CIUDAD DEL VATICANO, martes 6 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación un resumen los informes sobre las relaciones de otros continentes con África, presentadas ayer durante la Segunda Concregación General.

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América Central y del Sur: monseñor Raymundo Damasceno Assis, arzobispo de Aparecida (Brasil), Presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)

1. En primer lugar, como Presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano – CELAM, deseo dar las gracias en particular al Santo Padre Benedicto XVI por la invitación a participar en esta Segunda Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para África. Para mi, obispo latinoamericano, es un privilegio poder compartir el camino de nuestra Iglesia, una, santa, católica y apostólica, en el continente africano. Quiero participar en este Sínodo con mucha atención, apertura y oración.
Deseo expresar, en este momento, la solidaridad del Episcopado y de la Iglesia latinoamericana a los queridos hermanos obispos y a toda la Iglesia que peregrina en el continente africano.

Estamos aquí, no sólo para manifestar nuestra fraternidad con la Iglesia en África, sino también para aprender, ya que estamos seguros de que las conclusiones de esta Segunda Asamblea Especial ayudarán también a la Iglesia en América Latina en la misión de reconciliación y en la búsqueda de la justicia y la paz.

2. África y América Latina son continentes muy diferentes entre sí; sin embargo, es importante saber que tenemos en América Latina una población de origen africano más numerosa que la población de nuestros propios pueblos indígenas. También nos une – en la cruz – el hecho de que en ambos continentes tengamos un alto índice de población que vive en un estado de pobreza y que necesita los bienes y servicios básicos para la supervivencia: la alimentación, la casa, la educación y la salud.

En el ámbito político e institucional, en muchos de nuestros países no existe una democracia suficientemente arraigada en la cultura de la gente y, por esta razón, no está aún muy consolidada. Las necesidades básicas y urgentes, no cubiertas, de gran parte de nuestros pueblos provocan la aparición de aventuras políticas, con promesas populistas, que ilusionan, pero no resuelven los problemas estructurales de la población.

También en el campo político la situación se agrava por la corrupción de la que frecuentemente hablan las noticias y que diferentes organismos y medios de comunicación denuncian; un fenómeno que lleva a la población, y en especial a la juventud, a adoptar una actitud conformista y a perder la fe en la política como arte para promover el bien común.

3. La nueva conciencia mundial de pluralismo cultural ha despertado un nuevo interés y una nueva forma de representación en América Latina por parte de nuestros pueblos indígenas y descendientes de africanos. Ello significa un esfuerzo especial de evangelización y enculturación importante. En el Documento de la V Conferencia General celebrada en Aparecida, en 2007, podemos leer: “Los indígenas y afroamericanos emergen ahora en la sociedad y en la Iglesia. Este es un kairós para profundizar el encuentro de la Iglesia con estos sectores humanos que reclaman el reconocimiento pleno de sus derechos individuales y colectivos, ser tomados en cuenta en la catolicidad con su cosmovisión, sus valores y sus identidades particulares, para vivir un nuevo Pentecostés eclesial”. (DA 91)

La Iglesia en América Latina no ha pasado por unas rupturas tan grandes y dramáticas como la Iglesia en África negra. Por eso, América Latina ha tenido una experiencia más continua de Iglesia, aunque no han faltado los sufrimientos y los fracasos y, por eso mismo, posee una múltiple y rica experiencia. Hoy tenemos una experiencia pastoral más estable, cuya riqueza fue expresada en los últimos 50 años en nuestras cinco Conferencias Generales – de diferente naturaleza que los Sínodos – y actualmente en la gran Misión Continental, que tiene como objetivo situar a la Iglesia en América Latina en un estado de misión permanente. Los documentos de estas cinco Conferencias Generales siempre le dedicarán, entre las distintas prioridades pastorales, una especial atención a los campesinos, indígenas y afroamericanos.

4. Deseo sugerir en esta intervención algunos puntos que podrían ser tema de diálogo en un posible intercambio fraterno entre las Iglesias de ambos continentes. En el ámbito episcopal, podemos compartir con África la gran riqueza que han significado los 54 años de vida del organismo episcopal que represento, el Consejo Episcopal Latino Americano – CELAM, como instrumento de comunión episcopal y de mutuos servicios dentro de nuestro episcopado. Se podría, con el incentivo de la Santa Sede, invitar a los obispos de la Iglesia católica presentes en ambos continentes para un intercambio de experiencia colegial, pastoral y organizativa, que enriquecería la misión de la Iglesia. También se podría ampliar la experiencia ya existente de las diócesis y congregaciones religiosas que envían misioneros a la Iglesia en África.

En el ámbito de los seminaristas y sacerdotes, también pienso que sería posible, y mutuamente enriquecedor, ofrecer unos seminarios para la primera formación sacerdotal en algunas de las iglesias particulares de América Latina con mayores recursos. Sería una ocasión para, entre otras ventajas, aprender otro idioma que serviría para fomentar el intercambio y la comunión entre dos continentes de gran presencia católica.

Por parte del CELAM, también podríamos acoger, con la aprobación de la Santa Sede, en los Institutos Pastoral y Bíblico, existentes en el CELAM, de Bogotá, a sacerdotes, consagrados, o agentes laicos de pastoral, para unos cursos de formación.

5. Renuevo mi gratitud al Santo Padre y a los queridos hermanos obispos de África por haber sido invitado a participar en este kairós, tiempo de gracia y de conversión, que es la II Asamblea Especial de los Obispos para África. Que nuestra Señora de Guadalupe, Reina y Patrona de América, nos acompañe durante esta Asamblea Especial y ayude, con su protección materna, a la Iglesia en África a encontrar, con la participación de la sociedad, el camino de la reconciliación, la justicia y la paz.

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América del Norte: monseñor Wilton Daniel Gregory, arzobispo de Atlanta (EEUU)

Aprovecho esta oportunidad para resumir la importancia que este Segundo Sínodo para África tiene para la Iglesia en Estados Unidos de América. Nosotros, los americanos, nos encontramos cada vez más implicados en los asuntos que suceden en el continente africano. Nosotros, como la gente en todo el mundo, sentimos de forma cada vez más aguda el impacto de la intensificación del carácter global de nuestro mundo.

Ante todo, rogamos a Dios Todopoderoso por el don de la fe que vincula la Iglesia de Estados Unidos a todas las demás Iglesias del mundo. Nuestra comunidad católica se ha beneficiado a lo largo de las generaciones pasadas de un número siempre creciente de clérigos y religiosos provenientes del gran continente africano que ahora están al servicio de los católicos de toda nuestra nación, y que lo hacen generosa y celosamente. Sabemos a través de su presencia de la profunda fe y generosidad de la Iglesia en África.

La Iglesia en Estados Unidos también está profundamente agradecida por la oportunidad de asistir a las Iglesias locales de África a través del apoyo del Servicio Católico de Auxilio, por las muchas y variadas empresas cooperativas misioneras fomentadas gracias al corazón generoso de nuestra gente y que frecuentemente unen a unas diócesis con otras y a unas parroquias con otras en la mutua oración, la asistenc
ia financiera y los contactos personales. Me siento feliz y orgulloso de informar que las agencias de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y las asociaciones de la Conferencia Episcopal en el continente africano, buscan la paz y la justicia. Hay muchos signos positivos de que la Iglesia en mi país y la Iglesia en los países de África se han comprometido mutuamente en el trabajo de evangelización y desarrollo social que se ha escogido como tema para este Sínodo “al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz”, un importante recordatorio de cómo la Iglesia en Estados Unidos y la Iglesia en África están unidas en la fe y la caridad.

Sin embargo, sabemos que podemos decir, simplemente, en palabras del Evangelio de Lucas, que “hemos hecho lo que debíamos hacer”(Lc 17,10b). Reconocemos que el mayor recurso que tiene la Iglesia en África es su gente. La Iglesia en Estados Unidos sigue beneficiándose de estas personas de África que han venido recientemente como visitantes y que ahora son residentes en nuestras costas. Estos recién llegados no vienen, como en un primer momento, cargados de cadenas como mercancía humana, sino como trabajadores cualificados, hombres de negocios profesionalmente entrenados, y estudiantes ansiosos por hacer una nueva vida en una tierra que ellos ven prometedora. Muchas de estas nuevas gentes traen consigo una profunda y dinámica fe católica, que supone una rica herencia espiritual. Esta gente maravillosa nos desafía a redescubrir nuestras tradiciones espirituales, que muy frecuentemente dejamos de lado a causa de la influencia de nuestras actividades seculares.

Aunque mi nación ha hecho extraordinarios y benditos progresos en su lucha por la reconciliación racial y la justicia, no hemos adquirido aún la perfección que el Evangelio pide a la humanidad. También necesitamos adquirir la reconciliación, la justicia y la paz en nuestra tierra, como el Dr. Martin Luther King Jr. escribió desde la cárcel en Birmingham, Alabama, parafraseando al Profeta Amós y en el que vemos el cumplimiento último de nuestro potencial: “¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne!” (Am. 5,24).

La gran tierra de África tiene otros muchos recursos que el mundo de hoy codicia y que a veces persigue con impresionante avaricia y frecuente violencia.

Vuestros recursos son una bendición para este planeta que pueden ser usados para llevar no sólo la prosperidad a los pueblos de África, sino que más propiamente pueden aportar un sentido de unidad de la Tierra y la interconexión que las gentes de todas partes tienen cuando usan sabiamente los recursos naturales que Dios ha puesto en nuestras manos como un patrimonio común.

Estoy profundamente agradecido a nuestro Santo Padre por invitarme a trabajar con mis hermanos Obispos del continente africano, a aprender de sus esperanzas, sus luchas, y sus sueños, y a compartir con ellos el profundo afecto y respeto de la Iglesia en los Estados Unidos de América.

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Asia: monseñor Orlando B. Quevedo, O.M.I., arzobispo de Cotabato (Filipinas), Secretario General de la Federation of Asian Bishops’ Conferences (FABC)

El tema de la Segunda Asamblea Especial para África “al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz”, se encuentra en profunda sintonía con las aspiraciones de la Iglesia en Asia.
A pesar de las grandes diferencias, la Iglesia en Asia y la Iglesia en África tienen semejanzas extraordinarias. Si el cristianismo ha hecho camino durante la época de los apóstoles en Egipto y en África Septentrional por medio de la obra de San Marcos evangelista, muchos cristianos en India remontan sus propios orígenes al apóstol San Mateo. Pero, en su conjunto la Iglesia en África es tan joven como la Iglesia en Asia. En muchos países de ambos continentes, el cristianismo ha sido llevado por misioneros extranjeros durante el período de la colonización. Así mismo, un impulso misionero se evidenció durante el siglo XIX y también en el XX.

La riqueza de culturas, los tantos valores familiares tradicionales que son verdaderamente humanos, las miles de lenguas habladas, el encuentro entre el cristianismo, el islamismo y las religiones tradicionales locales son fenómenos importantes y muy similares tanto en África como en Asia. Y ambos continentes son continentes de los pobres y de los jóvenes.

Las dos Exhortaciones postsinodales de nuestro querido Papa Juan Pablo II, Ecclesia en África (1995) y Ecclesia en Asia (1998) poseen similitudes sorprendentes. Por ejemplo, en relación a los desafíos pastorales actuales, es decir, los imperativos de la inculturación y del diálogo interreligioso, la promoción de una emergente cultura materialista y relativista globalizante a través de la comunicación social, el impacto negativo de la globalización económica entre los pobres, el menoscabo de los valores morales en la vida social, económica y política, además de las amenazas continuas a la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, las varias facetas de la injusticia y del violento conflicto que destruye la armonía de las sociedades africanas y asiáticas.

La Iglesia en África y la Iglesia en Asia están suscitando interrogantes similares y de gran importancia: ¿qué somos nosotros como comunidad de discípulos, como Iglesia?, ¿cómo podemos ser testimonios creíbles de nuestro Señor Jesús y de su Evangelio?, ¿cómo deberíamos responder a los complejos desafíos pastorales que enfrentamos en la misión de proclamar a Jesús como nuestro Señor y Salvador?

Entiendo que la Iglesia en África está explorando las implicaciones teológicas y pastorales de la Iglesia como Familia de Dios. Nosotros en Asia, guiados por las Sagradas Escrituras y por el Magisterio vivo de la Iglesia, consideramos haber sido conducidos por el Espíritu Santo para explorar, en el contexto asiático, la teología de la Iglesia como Comunión, siendo Siervos humildes del Evangelio entre los pueblos asiáticos. Esta óptica teológica ha abierto la opción pastoral de la actual renovación radical en curso de la Iglesia en Asia, una opción, más del ser que del hacer. Para nosotros los actos deben proceder del mismo corazón de una Iglesia que es renovada en el Misterio Pascual de Jesús, nuestro Señor.

De ahí, en sus 35 años de existencia fecunda, la Federación de las Conferencias de los Obispos de Asia ha promovido una renovación de la Iglesia en el continente hacia una interioridad espiritual más profunda; hacia el diálogo con las culturas asiáticas, con las tradiciones religiosas y las antiguas filosofías de Asia, así como con los pueblos asiáticos, especialmente con los pobres; hacia un discipulado auténtico, hacia la renovación del laicado en función de un liderazgo en la transformación social; hacia un significado de la misión ad gentes; hacia la renovación de la familia asiática come objetivo central de la evangelización y hacia un vivir creíble de la Eucaristía en las realidades de vida de Asia.

Tal renovación es fundamentalmente un llamado de Dios que es Amor (Deus Caritas est), que ofrece esperanza y salvación (Spe salvi),conduciéndonos a amarle en la verdad (Caritas in Veritate).

En relación con el amar en la verdad, las Iglesias en África y Asia conocen experiencias similares en el dolor y en la alegría. El dolor – en el origen de muchas fuerzas de una cultura de la muerte -, tanto Ecclesia en África como Ecclesia en Asia tratan con profunda preocupación el incremento de la pobreza y de la marginación de nuestros pueblos, los ataques continuos contra el matrimonio y la familia tradicional; las injusticia contra las mujeres y la infancia; nuestra propensión a favorecer las armas de destrucción antes que el desarrollo integral; nuestra incapacidad para competir con los potentes en un orden económico global que no respeta las normas jurídi
cas y morales; la intolerancia religiosa antes que un diálogo de la razón y de la fe; el dominio de la avidez antes que el del derecho en la vida pública; las divisiones y el conflicto antes que la paz, así como la degradación de la ecología humana y natural. Además, la frecuencia de tifones devastadores, inundaciones, sequías, terremotos y tsunamis en el continente asiático exigen ahora nuestro interés pastoral colectivo en relación con el calentamiento global y a los cambios climáticos.

Por otra parte, tenemos mucha alegría y esperanza en los movimientos de justicia y paz, como lo demuestran la conciencia creciente y la participación de jóvenes y mujeres en su adquisición de poder a favor de la transformación social, en el compromiso de diferentes grupos de la sociedad civil para favorecer la integridad en la vida pública y para tutelar la integridad de todo lo creado, en la solidaridad de las personas de buena voluntad provenientes de clases sociales y tradiciones religiosas diferentes con la finalidad de actuar en función de un orden social más justo, más pacífico y más fraternal.

La razón de nuestra alegría y de nuestra esperanza es que observamos muchos fermentos positivos en el seno de la Iglesia: en las pequeñas comunidades cristianas, entre los numerosos religiosos y religiosas, y en el interior del mismo clero. Todos ellos llevan los valores del Reino de Dios a los nuevos areópagos de la evangelización.

Con estos sentimientos de alegría y de esperanza en el Señor, expreso la solidaridad de los miembros de la Federación de las Conferencias de los Obispos de Asia a todos los participantes de la Segunda Asamblea Especial para África . Os agradezco por haber acogido a muchos misioneros asiáticos, así como también a muchos trabajadores emigrantes en vuestro amado continente.

En relación a la IX Asamblea plenaria de la FABC de Manila, me sea permitido expresar nuestro agradecimiento a Su Eminencia, Cardenal Francis Arinze, Enviado Especial del Santo Padre, y a su Su Eminencia, Cardenal Ivan Dias, quien ha invitado a Su Excelencia, Arzobispo Robert Sarah como su representante personal.

De modo especial, en nombre de la FABC deseo expresar nuestra más profunda y afectuosa fidelidad a nuestro amado Santo Padre, Papa Benedicto XVI. Le invitamos, Santidad, a visitar nuestra región en un futuro próximo. Gracias.

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Oceanía: monseñor Peter William Ingham, obispo de Wollongong (Australia), presidente de la Federation of Catholic Bishops’ Conferences of Oceania (FCBCO)

Santidad,

Presidentes delegados, Relator General, Secretario General Arzobispo Eterovic, hermanos y hermanas presentes en este Sínodo:

Como Presidente en funciones de la Federación de las Conferencias Episcopales de Oceanía (FCBCO), os traigo los saludos y los mejores deseos de las Iglesias locales de nuestras 4 Conferencias Episcopales, a saber, la Conferencia Episcopal de Australia, la Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda, la Conferencia Episcopal de Papúa Nueva Guinea y las Islas Salomón y de la gran Conferencia Episcopal del Pacífico, que se extiende desde Guam, las Islas Mariana, Vanuatu, Fidji, Tonga, Samoa, Kiribati, y las Islas Cook hasta Tahití y otros muchos archipiélagos.

Quiero expresar nuestra comunión como Federación de las Conferencias Episcopales con el Obispo de Roma y la Iglesia universal, al igual que nuestra solidaridad con la Iglesia de las numerosas naciones de África.

Todas nuestras naciones en Oceanía, como muchas de África, fueron colonizadas, en nuestro caso principalmente por los ingleses, los franceses y los portugueses.

Al igual que en África, la Iglesia existe en Oceanía gracias a misioneros heroicos que procedían sobre todo de Irlanda, Francia, Alemania e Italia.

La fe en Oceanía cuenta con algunos preciosos ejemplos de comportamiento en mártires y santos, además de los que ya han sido canonizados y beatificados, pero no en el número extraordinario de la gloriosa tradición de santos y mártires que han dado testimonio de su fe en África.

Los objetivos del Milenio para el desarrollo humano quedan muy lejos en esa zona del Pacífico llamada Oceanía. Porque, en cuanto autoridades de la Iglesia de todo el mundo, intentamos estar cerca de nuestros pueblos, podemos llegar a tener una comprensión muy práctica de cómo la pobreza puede deshumanizar completamente al hombre, y de lo destructiva que es la violencia para la vida y la dignidad humanas. Como autoridades de la Iglesia, somos sumamente conscientes de la injusticia que sitúa a los ricos en una posición privilegiada que discrimina a los desfavorecidos, como queda gráficamente descrito en la Parábola de Lázaro y del rico Epulón (Lc 16, 19-31).

Comprendo que para las naciones de África estas realidades son aun más amenazadoras que las que afrontan las comunidades en Oceanía. Rindo homenaje a la generosidad de los católicos en cada una de las Conferencias Episcopales de Oceanía, que mediante la Cáritas Oceanía y la Cáritas en cada uno de nuestros países, sostiene los programas humanitarios de paz y desarrollo de la Iglesia en África. Del mismo modo, las poblaciones de Oceanía son generosas con la Misión Católica Propaganda Fide.

Sin embargo, tenemos mucho que admirar y aprender de vosotros, Iglesia en África, de los testimonios que nos dais a pesar de las aplastantes dificultades. Vuestro gran sentido de la misión de evangelizar vuestra cultura significa que los obstáculos que ponen los gobiernos u otras religiones no hacen más que intensificar vuestra fe, vuestra esperanza y vuestro amor.

En Oceanía, el terrible flagelo del SIDA (IL 142) (especialmente en Papúa Nueva Guinea) y la explotación que deriva del trabajo en las minas, ponen de relieve la misión de la Iglesia de aplicar el Evangelio de Jesús para reducir el estigma de la vergüenza social, para sustituir la violencia con puentes de reconciliación, de justicia y de paz (IL 90), para pedir cuentas a los gobiernos civiles, para hablar en nombre de los perseguidos o los que han sido reducidos al silencio, y para proporcionar educación y asistencia sanitaria.

Como autoridades en la fe y pastores de la comunidad cristiana, gracias a Jesús el Buen Pastor y a la larga y rica tradición de la fe y la cultura católica, tenemos una visión mucho más amplia de la persona humana, y gracias a Jesús y a nuestra tradición de Iglesia, una visión más amplia de la justicia, del amor y de la importancia de que existan buenas relaciones entre las personas, las tribus y las naciones; tenemos una visión más amplia de la reconciliación, la paz y el cuidado compasivo.

Donde hay crisis, injusticia y miedo, las personas acuden en tropel a sus iglesias. Esto, a su vez, pone en evidencia la necesidad de que nosotros, como autoridades de la Iglesia, nos concentremos en nuestro papel de pastores y de guías de esperanza. ¡Como cristianos nos ocupamos de esperanza!

Puesto que las temperaturas y las aguas de los océanos se alzan, los más pobres e indefensos siempre sufrirán de modo desproporcionado, al igual que sufren por la sequía, las inundaciones y las escasas cosechas, que pueden ser motivo de conflictos y originar migraciones en masa de refugiados y personas que solicitan asilo. Tanto en Oceanía como en África la Iglesia y sus agencias han hecho mucho para ayudar a la gente a recuperar el equilibrio en sus comunidades y a controlar los riesgos que conllevan las calamidades naturales. Podemos y debemos aprender los unos de los otros. Os pido vuestras oraciones por Samoa y Tonga, por su gran dolor después del reciente terremoto y el tsunami.

Australia ha comenzado a colaborar de nuevo con África, sobre todo en las industrias mineras (IL 51).

Como muy bien sabéis, África es un continente rico en recursos naturales. Con todo querríamos que los mineros australianos fueran respon
sables con las comunidades en las que trabajan. Las minas no deben contribuir a la inestabilidad y al conflicto – ¡deberían considerarse tanto desde el punto de vista del dividendo económico como del dividendo de paz! Un católico practicante que conozco bien es un ejecutivo de una gigante empresa minera australiana y viaja mucho. Me asegura que la intención de su empresa es éticamente sostenible. Afirma que su objetivo es crear una situación de doble ventaja: beneficios tangibles para las comunidades africanas que trabajan para ellos y beneficios para su empresa. Muchos de vosotros os ocupáis de este diálogo y nosotros debemos estar a vuestro lado.

La inestabilidad política y los conflictos en el Pacífico (ej. Fidji, Islas Salomón, Papúa Nueva Guinea) no se pueden comparar con los de los países africanos, pero identificando el papel de la Iglesia como Cuerpo de Cristo para construir puentes de paz y reconciliación, podemos aprender de vuestras autoridades en la Iglesia africana. Vuestros éxitos como Iglesia que se esfuerza para conseguir la paz y la reconciliación en África son muy útiles para la Iglesia en todo el mundo (IL 108).

Actualmente en Australia y Nueva Zelanda estamos acogiendo a muchos africanos que han empezado una nueva vida después de los conflictos tribales, la violencia y los regímenes autoritarios. Estos refugiados llegan de Sudán, el Cuerno de África, y, en menor medida, de los Grandes Lagos. Otros africanos han venido a esta parte del mundo para estudiar, y algunos han venido para trabajar como sacerdotes y religiosos. Actualmente mi diócesis y otras se están planteando aceptar candidatos al sacerdocio provenientes de países africanos.

En Australia contamos con una comunidad muy multi-cultural, en la que más del 60% de la población son inmigrantes y refugiados o hijos suyos. Esto ha enriquecido y cambiado a Australia desde la Segunda Guerra Mundial. Celebramos la Jornada Mundial del Inmigrante y del Refugiado a finales de agosto, para subrayar la rica variedad cultural que los inmigrantes y los refugiados han traído a nuestro país, y para ayudar a nuestra gente a «acoger al extranjero» (cfr Hb 11, 13), para que los inmigrantes y refugiados de África o de cualquier otra parte del mundo se puedan integrar por completo en nuestra comunidad australiana.

Doy gracias por nuestras conversaciones durante este Sínodo y espero aprender con vosotros y de vosotros.

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Europa: cardenal Péter Erdö, arzobispo de Esztergom-Budapest (Hungría), presidente del Consilium Conferentiarum Episcoporum Europae (CCEE)

1. “Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,13.14) – estas palabras del Señor se refieren a todos los cristianos, pero, en esta hora de la historia de la humanidad, se refieren de forma especial a Vosotros, queridos Hermanos y Hermanas en África. Durante la preparación de esta Asamblea Especial se ha cristalizado el acento singular de este encuentro sinodal: “La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz”.

2. A todos Vosotros os traigo un saludo muy cordial y el mensaje de la gran cercanía de los obispos europeos, quienes – como representantes de todas las Conferencias Episcopales – se han reunido estos días en París. Hemos podido dar cuenta de un trabajo común ya consolidado con los Obispos africanos, en el marco de los programas comunes del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa y del SECAM. En diversas ciudades africanas y europeas se han desarrollado estos trabajos comunes, que han tratado argumentos como la emigración, la esclavitud y otros problemas humanos y cristianos. Como sabéis muy bien, también la tierra de Europa es una tierra bañada de sangre.

Después de la caída del muro del Berlín, cuando los habitantes, y especialmente los católicos de la parte occidental y oriental de nuestro continente, se encontraron libremente, debían tomar conciencia de toda la complejidad de nuestra historia común. Sobre todo los pueblos del Este de Europa se sentían, con frecuencia, en su historia colonizados y explotados. Incluso en los primeros siglos de la época moderna han habido enteras aldeas del Sudeste europeo, de población cristiana, que han terminado en los mercados de la esclavitud de Oriente.

3. La historia reciente de Europa ha dejado también muchas heridas, que están muy lejos de su plena curación. Si después de la II Guerra mundial, guerra que ha exterminado el mayor número de vidas humanas de toda la humanidad, los pueblos de Occidente, por ejemplo el alemán y el francés, con la ayuda esencial de grandes hombres católicos, como Schumann, Adenahuer y De Gasperi, han encontrado el camino no sólo de la pacífica convivencia, sino también de una reconciliación más profunda, hoy corresponde a las partes central y oriental de Europa buscar la reconciliación de los corazones, la purificación de la memoria y la fraternidad constructiva. Y así, con frecuencia, los Obispos católicos son los primeros que levantan el signo de la reconciliación, como lo han hecho antes los Obispos alemanes y polacos, un gran acto de reconciliación, que en un principio no fue comprendido por muchos grupos de sus respectivas sociedades. Algunos famosos eclesiásticos y teólogos de aquel tiempo, como de forma especial Joseph Ratzinger, han encontrado palabras apasionadas para defender aquel acto profético. En los últimos años se han realizado actos semejantes de reconciliación y de hermandad entre los Obispos de Polonia y de Ucrania, de Eslovaquia y de Hungría, y otros.

Los medios de comunicación social no dan con frecuencia mucha relevancia a dichos acontecimientos. Y quizás no dejen de existir grupos que piensan encuentrar su ventaja económica y política suscitando tensiones y hostilidades entre los pueblos, grupos étnicos o también entre religiones. “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron”, como escribe San Juan (1,5). Cristo es la luz del mundo. Él ilumina también las tinieblas de la historia humana, y ninguna obscuridad, ningún odio, ningún mal pueden vencerlo. En Él está nuestra esperanza. Aunque la voz de la Iglesia y el testimonio de cada uno de los cristianos parezcan débiles, aunque esa voz no aparezca con frecuencia en las primeras páginas de los grandes medios de comunicación, esta sutil voz es más fuerte que cualquier otro ruido, mentira, propaganda o manipulación.

Somos testigos de la fuerza de los mártires. Ahora se comienza a beatificar y a canonizar a los testigos del Cordero, que han sido matados a causa de su fe en el siglo XX. Ellos son aquellos que “vienen de la gran tribulación y que han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero” (Ap 7, 14). Durante las largas persecuciones, su memoria estaba cubierta por el silencio. Y, sin embargo, ha permanecido viva en el corazón de la comunidad de los creyentes. Y ahora abrimos sus tumbas. Y es conmovedor ver, por una parte, todo lo que ha permanecido de los cuerpos de los mártires. Cualquier traslado de los restos de uno de ellos sacude las almas de todos los participantes de estas ceremonias. La gran tensión entre la extrema debilidad de un ser humano que fue muerto y la fuerza sublime de la misma persona, ahora iluminada por la gloria de los mártires, da un fortísimo impulso espiritual a nuestras comunidades.

¡Queridos Hermanos! Nosotros, católicos de Europa, hemos aprendido de nuestra historia a seguir con atención también el destino de los cristianos africanos, y hemos aprendido también a apreciar vuestra fidelidad, vuestro testimonio y a los mártires africanos que entregan su vida – año tras año en número preocupante – por Cristo y por su Iglesia, y también por nosotros. La Iglesia en África ha merecido nuestro agradecimiento y nuestra profunda estima.

4. El Siervo de Dios, Juan Pablo II, nos enseñó con fuerza y lucidez sobre la divina misericordia. Los c
írculos del mal, que incluso a veces hasta parecen ser diabólicos, y que pueden entristecer y empujar hacia la desesperación enteras sociedades humanas, construyendo las estructuras del odio, la violencia, la venganza y la injusticia entre grupos étnicos, pueblos o clases sociales, no se podrían superar con la sola fuerza humana, si no existiera la divina misericordia que nos hace capaces de seguir el mandamiento de Cristo: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc. 6,36). Si nuestro Señor nos ha mandado esto, dicho mandamiento también es garantía de la posibilidad de realizarlo. Y Él nos dará la fuerza para ser compasivos y romper cualquier estructura del mal.5. Estamos convencidos de que el intercambio de dones no es un programa que vale sólo para las partes occidental y oriental de Europa. Esto es un deber también entre los fieles, entre las Iglesias particulares, incluso a nivel continental y universal. La posibilidad de la solidaridad y de la decisión de no olvidar a los hermanos necesitados, y tampoco en tiempos de crisis, es firme entre los católicos de Europa. Al mismo tiempo, deseamos estudiar mejor vuestras experiencias litúrgicas, catequéticas, la dinámica de las vocaciones sacerdotales, las posibilidades de construir juntos la Iglesia de Cristo en Europa, en África y en cualquier parte del mundo.

Ciertamente, no nos hacemos ilusiones: las grandes fuerzas económicas y políticas del mundo, no actúan, con mucha frecuencia, según la lógica de la caridad y de la justicia y a veces parece que olvidan incluso la verdadera realidad, la naturaleza de las cosas y del ser humano. La dignidad humana, además, no depende de nuestra eficacia, no es proporcional al éxito de este mundo. Todo ser humano, en cuanto tal, posee la misma dignidad enajenable. Porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. La dignidad humana no es incompatible con el sufrimiento. Sería falsa la ideología que afirmara que para salvar nuestra dignidad, sería mejor morir que sufrir. Ésta es la actitud de la antigüedad greco-romana, que no había sido aun iluminada por la luz del Evangelio. El ejemplo de Cristo nos enseña que el máximo sufrimiento puede ser el momento de la máxima dignidad y gloria. Después que el traidor abandonó el cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también lo glorificará en sí mismo y lo glorificará pronto” (Jn 13,31-32).

Si en el momento actual, muchos en nuestro mundo no escuchan la voz del Creador, y no están dispuestos a aceptar la verdad y a practicar la caridad, la naturaleza de la realidad creada permanece lo que es. La justicia y la misericordia divina se hacen valer, de todas formas, en el funcionamiento del mundo y en el desarrollo de la historia. Así, queridos Hermanos, os aseguramos nuestras oraciones y nuestra solidaridad para que podáis encontrar los caminos para promover la reconciliación, la justicia y la paz, y para que seáis también para nosotros un consuelo a través de vuestra experiencia, vuestra fe y vuestro testimonio.

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ZENIT Staff

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