Intervención de un pastor pentecostal ante la Conferencia del Episcopado Latinoamericano

APARECIDA, martes, 29 mayo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del pastor pentecostal Juan Sepúlveda G. en la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.

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Como un gesto de agradecimiento personal por la invitación a participar como observador pentecostal ante la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, quiero compartir con ustedes estas notas breves y esquemáticas sobre el pentecostalismo en América Latina, que posiblemente pueden aplicarse también a la situación en el Caribe. El fraternal afecto con que he sido acogido, y la amplia participación de la que he gozado en el trabajo en grupos y comisiones, me obliga a hacer este pequeño esfuerzo adicional para darles a conocer la parte del mundo evangélico-protestante que de alguna manera he representado ante ustedes.

1. Con frecuencia se habla del pentecostalismo como un “movimiento”, debido a que la transversalidad de sus orígenes confesionales (metodistas, bautistas, presbiterianos, etc.) hace difícil considerarlo como una “familia confesional”. No obstante lo anterior, las iglesias pentecostales se organizan de una manera relativamente similar a las denominaciones del protestantismo histórico: comparten con ellas la fe trinitaria y la herencia de la Reforma , y cuentan con algún tipo de organización central, ya sea de tipo episcopal o congregacionalista. Carecen, sin embargo, de instancias que las representen a todas en los niveles nacional, regional o mundial.

2. El pentecostalismo de origen protestante no es un movimiento reciente, puesto que ya ha cumplido su primer siglo de existencia. Sus raíces histórico-teológicas se hunden en el movimiento de santidad que durante el siglo XIX marcó profundamente al protestantismo anglosajón. Este, a su vez, se remonta al movimiento renovador de John Wesley en la Inglaterra del siglo XVIII. En el contexto de una Iglesia en la que convivían, no sin tensiones, las tradiciones teológicas y espirituales del catolicismo y del protestantismo, Wesley predicó acerca de la santificación como una obra de la gracia subsecuente a la justificación . Así, sin abandonar el acento protestante en la gratuidad de la salvación, redescubrió la importancia del camino hacia la santidad (perfección cristiana) y sus implicaciones para la vida personal, social y para la misión. De esta forma, se sumó a otras reacciones continentales (el pietismo y el puritanismo) frente a una ortodoxia protestante que, en su defensa de la iniciativa divina, la sola gracias, había dejado muy poco espacio para la piedad, para la ética y para la acción misionera.

3. Aunque Wesley no interpretó la santificación como una obra específica de la tercera persona de la Trinidad , esto es, como un bautismo en el Espíritu Santo, sí lo hizo su contemporáneo (y sucesor como líder del metodismo naciente), el suizo John Fletcher. Wesley no alentó esta línea de interpretación, y aunque rechazaba la idea de que los dones y señales extraordinarias del Espíritu Santo hubieran sido un privilegio exclusivo de la era apostólica, prefería alentar el cultivo de los frutos –por sobre los dones- del Espíritu Santo. Pero esta interpretación “pentecostal” de la santificación ya quedo insinuada, y fue tomando cada vez más fuerza: el poder para la transformación que implica el camino de santidad proviene del bautismo del espíritu Santo, como también los carismas necesarios para el cumplimiento del mandato misionero. Esta búsqueda del poder del Espíritu Santo caracterizó a los avivamientos («revivals») evangélicos de fines del siglo XIX.

4. El nacimiento del “pentecostalismo clásico” se asocia generalmente al avivamiento ocurrido en 1906 en Los Angeles (calle Azusa), Estados Unidos, sobre la base de una enseñanza cuya difusión había iniciado Cherles Parham en el año nuevo de 1900: la “evidencia inicial” del bautismo del Espíritu Santo, según las Escrituras (Hechos de los Apóstoles), es el don de hablar en lenguas. Este avivamiento, dirigido por un pastor negro (William Seymour) en un precario templo, duró más de tres años y fue efectivamente un centro al cual llegó gente de muchas partes, y desde donde partieron misioneros a distintos lugares de los Estados Unidos y del mundo entero. La doctrina de la “evidencia inicial” sería el acento teológico que separó al pentecostalismo del movimiento de santidad, y que le otorgó su identidad. Sin embargo, hoy en día la mayoría de los historiadores reconoce que este fue uno de los focos de mayor impacto en los orígenes del pentecostalismo, pero no el único. Hubo otros avivamientos contemporáneos e independientes, por ejemplo en India y en Chile, que dieron origen a movimientos pentecostales que mantuvieron más fuertemente sus raíces wesleyanas, y no adoptaron la mencionada doctrina de la “evidencia inicial”.

5. La presencia pentecostal en América Latina es mucho más temprana de los que se suele pensar (los casos más tempranos son Chile: 1909; Argentina y Brasil: 1910; Perú: 1911; Nicaragua: 1912; México: 1914; Guatemala y Puerto Rico: 1916). Esto significa que la historia del pentecostalismo en América Latina comienza antes que se constituyeran las grandes denominaciones pentecostales norteamericanas o europeas. Mientras en Chile se trató de un avivamiento local, en los demás países mencionados el trabajo lo iniciaron misioneros solitarios o inmigrantes. Por lo tanto, la primera fase de expansión pentecostal no contó con respaldo institucional ni financiero de denominaciones norteamericanas o europeas. Casi sin excepción, en esta primera fase las iglesias pentecostales crecieron en sectores rurales empobrecidos y en los emergentes barrios periféricos. Por lo tanto, se trata efectivamente de sectores de población que aunque hubieran sido bautizados, no contaban con asistencia pastoral, lo que había debilitado su adhesión a la Iglesia Católica . los sujetos de esta evangelización han sido, en la mayoría de los casos, personas del pueblo que han querido compartir su propia experiencia de encuentro con Cristo.

6. Cuando décadas más tarde las denominaciones pentecostales norteamericanas iniciaron su actividad misionera en América Latina, el patrón de crecimiento basado en ministerios y recursos locales ya estaba establecido. Por lo tanto, la importancia de misioneros y recursos extranjeros es mucho menos significativa de lo que generalmente se supone, con la excepción de algunas áreas con alta presencia indígenas. Los grupos más recientes, generalmente denominados “neopentecostales”, no provienen del pentecostalismo clásico. Históricamente, deben ser vistos más bien como derivados del movimiento de renovación carismática que comenzó en los 1960s en las iglesias tradicionales (Católica y Protestantes).

7. Las dificultades para el diálogo ecuménico Pentecostal-Católico en América Latina, más allá de las obvias diferencias histórico-teológicas, deben entenderse en el contexto de las tensiones propias que emergen cuando se da una relación de minoría-mayoría religiosa. Aunque existe un proceso de diálogo Católico-Pentecostal iniciado en el año 1972 , este es apenas conocido en América Latina. Sin embargo, hay evidencias que también en nuestro continente el cambio de lenguaje para referirse unos a otros, y la apertura al diálogo, puede producir buenos frutos. En Chile, por ejemplo, donde se constituyó la “Fraternidad Ecuménica” el año 1972, con participación de algunas iglesias pentecostales, existe ya una larga tradición de oración común y de co-participación en otras iniciativas de interés público. Un punto culminante fue la firma, en mayo de 1999, de un compromiso de reconocimiento mutuo del Bautismo celebrado según la fórmula trinitaria. Ya en 1998 se realizó en Quito un primer encuentro latinoamericano entre sacerdotes católicos y pastores pentecostales, convocado conjuntamente por CELAM y CLAI (Consejo Latinoamericano de Iglesias) . Una de sus principales conclusiones fue que para avanzar en el diálogo hay que crear espacios para conocerse, orar juntos, y así derribar los prejuicios mutuos.

8. Lo más importante de este tipo de aproximación, es que al generar oportunidades para el reconocimiento mutuo como “hermanos y hermanas en Cristo”, permite que el ejercicio de la vocación misionera y de la atención pastoral se desarrolle con creciente respeto mutuo. De esa manera va emergiendo una cultura de convivencia y un ecumenismo práctico que se evidencia en situaciones tan cotidianas como velatorios, visitación de enfermos, acompañamiento en situaciones de crisis, etc.

Con saludos fraternales en Cristo,

Pastor Dr. Juan Sepúlveda G

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ZENIT Staff

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