Intervención del cardenal Etchegaray en Pekín

Participa en un congreso sobre «Las religiones y la paz»

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PEKIN, 14 sep (ZENIT.org).- «Nunca como hoy, la guerra ha quedado desacreditada, aborrecida por los Papas, que se han hecho tachar en ocasiones con el apelativo de pacifistas a ultranza: no queda lugar para una guerra agresiva justa, y apenas si queda para la guerra defensiva justificada». Este fue uno de los conceptos que dejó caer el cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité vaticano para el Gran Jubileo del Año 2000, al intervenir en Pekín, en el congreso sobre «Las religiones y la paz», que se celebra bajo el patrocinio de la Academia de las Ciencias Sociales de China, en colaboración con la Universidad Católica de Milán.

El purpurado vasco-francés, que se encuentra a título personal en la capital china, ha delineado la labor que realiza la Iglesia al servicio de la paz: después de las grandes guerras –constató–, se ha pasado a las pequeñas guerras –las guerrillas–, los conflictos étnicos, el cínico comercio de armas en los países pobres.

El arte de la paz
De este modo, Etchegaray afirmó que «la promoción de la paz no puede quedar como algo artesanal, ni reducido a una chapuza de buenos sentimientos y buenas ideas: para decir adiós a la guerra, no basta decir buenos días a la paz. Hay una ciencia de la paz, se requiere un arte de la paz».

Pero, ¿qué hace la Iglesia por la paz? El purpurado, que hasta hace pocos años fue presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, respondió recordando la movilización que ha promovido la Iglesia entre todos sus hijos, en especial entre los jóvenes, entre los hombres de ciencia. Asimismo destacó la intensa actividad de pacificación y promoción de los derechos humanos que ha promovido la Santa Sede en las conferencias e instituciones internacionales, haciéndose «portavoz de la conciencia moral de la humanidad».

Educar en la paz, una misión de la Iglesia
Se dan «nuevos nombres» a la paz, como desarrollo, justicia social, solidaridad internacional, defensa de los derechos del hombre, ecología, y se inventan «nuevos gestos de paz» para «romper la fatal oleada de pasiones heredadas por la historia». Pero el meollo del problema es la educación en la paz, «dominio particular aunque no exclusivo de la Iglesia», para aprender a reconciliarse y superar los extremismos, las intolerancias raciales o religiosos, desprecio y miedo de los demás.

«Con esta legión de hombres y de mujeres llamados sencillamente de «buena voluntad» la Iglesia combate a favor de la paz», constató. En este sentido, la Iglesia tiene una tarea insustituible, pues «la paz de Cristo revela las raíces profundas de la paz, recordando la necesidad de luchar contra el mal». De hecho, «es difícil hablar de paz si, en la propia vida, no se dan signos de paz y de reconciliación».

La Iglesia «no tiene una respuesta para todo», concluyó el cardenal Etchegaray, pero quiere recordar a todos que la auténtica felicidad está «allá donde el hombre es honrado en la plenitud de su dignidad».

En su estancia en China, el cardenal Etchegaray, que en 1980 fue el primer cardenal en visitar el país comunista, se encontrará con representantes de la Iglesia católica clandestina y con exponentes de la Asociación patriótica católica, controlada por el régimen, que participa en la organización del congreso. Al final del encuentro, el sábado o el domingo, se debería entrevistar con el obispo patriótico de Pekín, Miguel Fu Tieshan, prelado que ha recibido duras críticas últimamente por los católicos fieles a Roma y que guió la delegación china en la reciente Cumbre del Milenio de representantes religiosos en la ONU (Nueva York).

Con esta visita, explicó el purpurado antes de viajar a Pekín, «mi único deseo es sencillamente poder dar testimonio a todos de una voluntad sincera y determinada de dialogar sin esconder nada de la verdad de la Iglesia, tal como Cristo la fundó».

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ZENIT Staff

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