La actualidad de don Quijote y san Francisco en una sociedad consumista

Entrevista a José Antonio Merino, ofm

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ROMA, jueves, 26 febrero 2004 (ZENIT.org).- «Don Quijote y san Francisco: dos locos necesarios». Es el título del libro publicado por el franciscano José Antonio Merino en el que constata la falta de sueños de una sociedad consumista.

Escrito «con fantasía» y publicado por PPC, el ensayo llega a la conclusión de que «la mayor crisis que padecemos es una crisis de creatividad, de originalidad y la necesidad de abrir nuevos caminos», según aclara el autor en esta entrevista concedida a Zenit.

Nacido en Quintanaluengos (Palencia, España), Merino vive desde hace 18 años en Roma. Ha sido promotor del movimiento cultural «Hacia una cultura ecuménica» en la universidad rusa de San Petersburgo y ha impartido clases en España, Italia, América Latina, Estados Unidos, Rusia y Japón.

Es profesor en el Ateneo Pontificio Antonianum de Roma, del cual ha sido rector.

–¿Está seguro de que cada uno de nosotros lleva en su propio interior algo de don Quijote y de san Francisco?

–Merino: En mi libro he tratado de confrontar dos figuras universales, que ya han entrado en el imaginario colectivo o social, porque sus actitudes y comportamientos reflejan, aunque de modo diverso pero muy personalizado, un modo de actuar en conformidad con los más elevados ideales personales y sociales.

Ciertamente, entre ambas figuras hay gran diferencia porque la figura de don Quijote es una creación genial de la fantasía de Cervantes, mientras que san Francisco fue un hombre de carne y hueso, es decir, real que se ha convertido en categoría. Se pueden considerar como dos personajes que se han transformado en tipos o modelos humanos. En ellos hay algo o mucho de nosotros mismos, que quisiéramos ser y que, tal vez, nunca lo logramos o lo conseguimos a medias. Por ejemplo, su claridad de misión o vocación, su deseo de ser importantes o de eternizarse, su gran libertad y actitud sin complejos, su deseo de justicia y de paz, el afrontar situaciones conflictivas para remediar los desafueros o desajustes sociales, la fidelidad a la propia conciencia, etc.

Ellos representan, en el fondo, lo que nosotros nunca hemos sido y, tal vez, nos hubiera gustado ser. Por eso nos fascinan tanto, incluso en sus contradicciones.

–La sencillez es la metafísica del pobre, afirma. ¿Puede explicarlo más?

–Merino: Me parece que la finalidad de la vida consiste en llegar a ser sencillos porque la sencillez no entiende de máscaras, de convencionalismos, oportunismos ni de trampas mentales y vitales que deforman tanto la realidad.

El hombre moderno ha perdido la inocencia y vive en una cultura de la sospecha. Entiendo aquí por pobre al hombre sencillo y liberado de tantas envolturas deformantes. Francisco, con su sencillez, sabe ver y descubrir los grandes valores de la vida que un ser arrogante, sospechoso y en permanente defensa no logra alcanzar. El hombre sencillo tiene un alma ingenua, no tonta ni despistada, capaz de percibir la verdad y el sentido real de las cosas en la misma inmediatez de la vida.

Al decir que la sencillez es la metafísica del pobre, quiere significar que, más allá y por encima de los argumentos dialécticos del hombre que se cree entendido, se da esa verdad que se escapa al metafísico de profesión. La ciencia y los argumentos filosóficos aumentan ciencia, pero la inocencia descubre sabiduría. El evangelio de Jesús es claro y tajante al resaltar la capacidad que tienen los niños, y los que son semejantes a ellos, para descubrir lo que verdaderamente salva.

–El consumismo cultural ha favorecido la cultura de la evasión, sostiene. ¿Sugiere algún antídoto?

–Merino: Este es un tema que nos llevaría bastante tiempo. Pero, en resumidas cuentas, aquí nos encontramos con el problema de la libertad y de la originalidad. Nacemos originales y terminamos siendo copias o fotocopias pues la sociedad nos marca las pautas a seguir y nosotros difícilmente logramos evadir.

Hoy la vida, a través de los medios de comunicación social, nos hace frecuentemente seres domesticados, esclavos felices.

Frecuentemente creemos que vivimos la vida cuando nuestra vida generalmente está programada, ajustada y casi ya hecha. Nuestra conciencia está habitada a las pautas de información y consumo de la sociedad que nos envuelve. De ahí la necesidad de tener un gran juicio crítico ante esta realidad, tratar de no perder la propia originalidad y de defender la libertad juntamente con la puesta en marcha de los valores que consideremos como tales.

Entiendo que Don Quijote y San Francisco nos pueden dar una gran lección de cómo reaccionar ante una sociedad consumista invasora y enervante.

–¿Falta locura o «fantasía» en este mundo?

–Merino: Cuando llamo a estos dos personajes dos locos necesarios, entiendo por locura no demencia sino desmesura, no algo patológico sino desproporcionado y que rebasa el sentido común. La locura es una máscara que encubre comportamientos chocantes y desproporcionados. Sobre este tema Erasmo nos ofrece una gran lección en su «Elogio de la locura». Incluso la liturgia pone en boca de Jesús las palabras del salmo 69: «Oh Dios, tú conoces mi locura», es decir, su desmesura y su audacia.

La persona humana, sometiéndose excesivamente al sentido común, pierde la capacidad de sorpresa y de estupor. En un mundo excesivamente racionalista, programado y estructurado la fantasía necesita tener más espacio.

Tal vez actualmente la mayor crisis que padecemos es una crisis de creatividad, de originalidad y la necesidad de abrir nuevos caminos. De ahí la importancia del arte y de los portadores de utopías, de los que nuestros protagonistas nos ofrecen una gran lección.

–¿Dulcinea del Toboso y Clara de Asís tienen algo en común?

–Merino: Esos dos personajes femeninos están ahí no en confrontación, sino como dimensiones de existencia de don Quijote y san Francisco. Se trata de evidenciar la presencia femenina en esos personajes y la actitud de los mismos ante la mujer. Aquí, en la figura de esas mujeres, se encarna lo femenino como categoría esencial del proyecto existencial del hombre. La figura femenina no es un recurso literario o lúdico ni una metáfora, sino una dimensión existencial tanto del caballero de la Mancha como del de Asís.

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ZENIT Staff

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