Los obispos piden a Canadá ratificar la convención sobre los migrantes

Aprobada por la ONU en 1990, prevé mejorar la situación de los desplazados

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TORONTO, 5 septiembre (ZENIT.org).- La Conferencia Episcopal de Canadá ha dirigido una carta al ministro de Asuntos Exteriores canadiense, Lloyd Axeworthy, sobre la situación de los trabajadores inmigrantes y los miembros de su familias.

En la carta, firmada por monseñor James Weisgerber, presidente de la Comisión de Asuntos Sociales de la Conferencia Episcopal, se dice que los obispos toman la iniciativa ante la situación de la Convención internacional sobre Protección de los Derechos de los Trabajadores Migrantes y los Miembros de sus Familias, que fue adoptada y abierta para la firma, ratificación y adhesión por la Asamblea General de Naciones Unidas, en diciembre de 1990. «Hasta la fecha –afirma la carta episcopal– Canadá ha declinado firmar y ratificar este instrumento internacional, que podría proporcionar mucha de la necesitada protección a los entre 75 y 80 millones de trabajadores migrantes que se estima que hay en el mundo».

«La economía internacional –sigue la carta de monseñor Weisgerber–, animada por las políticas de libre comercio de los gobiernos como Canadá, está bajando barreras al comercio globalizado con creciente frecuencia. La rápida globalización del mercado necesita regulación, sin la que los valores humanos pueden ser fácilmente conculcados. La historia ha mostrado que esto es especialmente verdad en el caso de los migrantes que a menudo se ven obligados a trabajar en las peores condiciones que existen en el país de llegada».

La carta se detiene también en el problema de los «refugiados medioambientales», definidos por algunos investigadores y funcionarios de Naciones Unidas como «aquellos cuyo medio ambiente se ha hecho tan hostil o insostenible que no pueden permanecer por mucho tiempo en su hogar, comunidad, o tierra de origen y aquellos que nunca serán capaces de volver. Dependiendo de la definición usada, sigue la carta, «puede haber a menudo más personas desplazadas por las crisis medioambientales, los desastres naturales o causados por el hombre, que por las luchas políticas y civiles». «En muchos casos –sigue el mensaje episcopal– los niveles de sufrimiento humano son enormes entre los migrantes que no han elegido tener que volver a asentarse»

Recuerda la carta que, reconociendo estos dilemas, hace ya mucho tiempo, en 1971, el Papa Pablo VI reivindicó «la urgente necesidad de ser capaces de avanzar más allá de las actitud estrictamente nacionalista ante los trabajadores migrantes, en orden a crear un status que pueda reconocer su derecho a migrar, pueda impulsar su incorporación, hacer más fácil su evolución profesional y le dé acceso a un alojamiento digno en el que pueda reunir a sus familiares».

El mensaje recuerda que la Iglesia «al defender el derecho humano a la emigración, no anima su ejercicio». El representante de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, hablando en 1990 en favor de la convención, indicó que «parecería igualmente importante insistir en el derecho a no emigrar, a tener adecuadas oportunidades de ganarse la vida decentemente y formar una familia con dignidad en el país donde uno ha nacido». Al mismo tiempo, añade el mensaje, «es un asunto de importancia crucial, moral, social y económica defender y fortalecer los derechos de la gente involucrada en procesos migratorios. Creemos que la Convención internacional de los Derechos de los Trabajadores Migrantes y los Miembros de su Familias es un progreso respecto a la protección existente y necesita el apoyo de la firma de Canadá».

El responsable de Asuntos Sociales de la Conferencia Episcopal canadiense indica que se une a varias coaliciones ecuménicas, como el Comité para los Refugiados Intereclesial, el Grupo de Trabajo Canadá-Asia, y la Iniciativa Jubilar Ecuménica Canadiense, al pedir que el ministro considere seriamente las implicaciones positivas de la ratificación canadiense de este instrumento internacional. «Estamos convencidos –concluye– que el liderazgo de Canadá en esta materia podría ser una bienvenida señal de esperanza, no solamente para los inmigrantes que vienen a nuestras orillas sino también para la gran mayoría de quienes se encuentran en situaciones de extrema dificultad en muchos otros estados del globo».

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ZENIT Staff

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