"Si vivimos en el Espíritu, caminemos también en el Espíritu" (Pentecostés, ciclo B)

Comentarios a la segunda lectura dominical

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ROMA, viernes 25 mayo 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para la solemnidad de Pentecostés del Señor.

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Pedro Mendoza, LC

«Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu». Gal 5,16-25

Comentario

En el pasaje de este domingo de Pentecostés, tomado de la carta a los Gálatas (5,16-25), san Pablo desarrolla el tema del amor como primer fruto del Espíritu. En primer lugar muestra lo que hay que hacer para permanecer en la libertad del amor. Habla de «vivir en el Espíritu» (v.16), es decir, de vivir la vida guiados por la fuerza y la inspiración del Espíritu de Dios, que ha sido dado a todos los cristianos en virtud de la promesa. Aunque experimenten las «tendencias de la carne» (vv.16-18), deben tener confianza en medio de esta lucha, pues al pasar a pertenecer a Cristo «han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias» (v.24). En el marco de esta exposición introduce el Apóstol un catálogo de vicios y otro de virtudes (vv.19-21; 22-23). San Pablo pone ante los ojos de los gálatas cada uno de estos vicios, a modo de aviso, para que vean adónde puede llevarles la esclavitud de la ley: a quedar excluidos de la herencia del reino.

Comienza este parágrafo, pues, el Apóstol, señalando las tendencias de la carne, que son contrarias al Espíritu (vv.16-18). Pero antes de ello, los exhorta a «vivir en el Espíritu» (v.16a). La consecuencia de un obrar así, es el rechazo y el alejamiento de las tendencias de la carne (v.16b). Pasa a continuación, en los vv.17-18, a describir la lucha que se produce en el hombre entre el Espíritu y la carne, que son poderes antagónicos. La carne intenta apartar la voluntad del hombre de aquello a que le guía el Espíritu de Cristo. El Espíritu, a su vez, intenta impedirnos obrar carnalmente, dejándonos arrastrar por las tendencias de la carne. De ahí la exhortación del Apóstol a dejarnos guiar por el Espíritu. Quien es guiado así por Dios, cumplirá la ley, practicando el amor; vivirá la libertad a la que ha sido llamado, sin erigirse una justicia suya (Fil 3,9).

Para mostrarles adónde conducirá la carne al hombre que se confíe a ella, sigue san Pablo señalando un catálogo de vicios, que son las obras de la carne (vv.19-21). Bajo la expresión «obras de la carne» enumera quince vicios uno por uno. Empieza mencionando como obras de la carne tres ejemplos de desorden sexual: fornicación, impureza, libertinaje. La primera palabra se refiere a la convivencia sexual fuera del matrimonio. La segunda, a la «impureza» moral, que puede derivarse del extravío sexual y abarca también los pensamientos impuros. La tercera palabra designa el desenfreno sensual, que casi siempre incluye también el desenfreno sexual.

Las tendencias de la carne no traen consigo sólo desorden sexual, sino también idolatría. De esa misma raíz procede la hechicería. Sin orden determinado expone a continuación los vicios que amenazan la vida social. Las enemistades ocasionan la discordia o proceden de ella. A veces proceden de los celos. Las animosidades y las rivalidades son manifestaciones concretas de enemistad. Las obras de la carne culminan en escisión de la comunidad, a causa de los intereses de grupo.

Con los últimos tres vicios, cuya fuente común es la falta de dominio de sí mismo, vuelve san Pablo a tratar de las formas más groseras de libertinaje: embriaguez y orgías de todo tipo. Concluye el catálogo de vicios llamando la atención sobre las secuelas inevitables de una vida carnal, esperando apartar a los gálatas de las obras de la carne: los que obran así, no heredarán el reino de Dios (v.21b).

En la última parte del pasaje san Pablo presenta el fruto del Espíritu (vv.22-24). Tres tríades de virtudes constituyen el fruto del Espíritu. Da inicio a la primera tríade el amor al prójimo. Es este amor donde primero sale a luz y madura la acción del Espíritu. El amor cristiano se dirige ante todo a Dios, pero el Apóstol atiende aquí sobre todo al amor al prójimo, por ser un fruto prácticamente visible. En segundo lugar nombra la alegría cuyo fundamento más profundo lo constituye la esperanza en la proximidad del Señor. En tercer lugar está la paz. En la siguiente tríade coloca la comprensión, la benignidad y la bondad, que son las virtudes que en el contacto entre los hombres mantienen la alegría y la paz. La lealtad, la mansedumbre y la templanza cierran la enumeración de la tercera tríade.

Aplicación

«Si vivimos en el Espíritu, caminemos también en el Espíritu».

Con la Solemnidad de Pentecostés concluye el tiempo Pascual. Todo este período de gracias converge en el don del Espíritu Santo. La pasión, la muerte y la resurrección del Señor ha tenido como finalidad la comunicación del Espíritu Santo, que nos pone en contacto íntimo con la vida de la Trinidad. La liturgia de la Palabra de Pentecostés está centrada en este misterio del don del Espíritu. En la 1ª lectura de los Hechos de los apóstoles tenemos el relato de este episodio. San Pablo, en la 2ª lectura, nos muestra la importancia de la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida cristiana. El Evangelio nos revela el papel del Espíritu Santo, en cuanto testigo y maestro en nuestra vida de fe.

En el pasaje de los Hechos de los apóstoles la realidad del Espíritu Santo viene expresada a través de tres símbolos: viento impetuoso, fuego y lenguas (2,1-11). La imagen de viento impetuoso expresa bien la capacidad del Espíritu de dar un fuerte impulso en nuestras vidas para ayudarnos a desarrollar nuestra vida cristiana. La imagen del fuego señala que este impulso no es meramente material sino espiritual, es el impulso del amor, un amor purificador y transformador. Las lenguas indican la acción del Espíritu que desata las lenguas y da la capacidad de hablar de los misterios de la salvación y de ser testigos de Cristo.

En el Evangelio, san Juan recoge una parte del discurso de Jesús durante la última cena en donde anuncia la venida del Espíritu Santo (15,26-27; 16,12-15). Dos son los aspectos que subraya en su discurso: ante todo, la función del Espíritu de dar testimonio de Cristo. Y, en segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, la capacidad del Espíritu de convertir a los Apóstoles en testigos de Cristo. Gracias a la acción del Espíritu los Apóstoles conocerán la verdad entera sobre la vida de Cristo, de modo que puedan después comunicar a los demás esta experiencia y conocimientos del misterio de Cristo y de su acción salvífica.

En la 2ª lectura, san Pablo nos recuerda que nuestra vida cristiana debe ser guiada por el Espíritu y por lo mismo nos exhorta a vivir y caminar en el Espíritu (Gal 5,16-25). El Espíritu Santo no sólo debe ser guía nuestro en el camino de la fe sino también en nuestro comportamiento. Pero es preciso tomar conciencia de una nota distintiva de nuestra vida: es una vida conflictual
, en donde coexisten dos principios contrapuestos, la carne y el Espíritu. Ante la realidad de esta lucha continua dentro de nosotros, estamos llamados a escoger entre la vida de la carne o la vida del Espíritu. No podemos al mismo tiempo pretender vivir bajo los tendencias de la carne, satisfaciendo los gozos egoístas, y vivir, impulsados por el Espíritu, una vida de generosidad y amor auténticos. Acojamos, pues la exhortación del apóstol a vivir y caminar en el Espíritu, abriéndonos cada vez más a su acción y respondiendo a ella con mayor docilidad.

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ZENIT Staff

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