Un Papa ante la muerte: El testamento de Juan Pablo II

Pidió a Dios reconocer hasta cuándo debía continuar en su ministerio

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 abril 2005 (ZENIT.org).- La Santa Sede publicó este jueves el testamento de Juan Pablo II, una conmovedora reflexión sobre la vida y la muerte en diferentes momentos de sus más de 26 años de pontificado.

En la página escrita en 1982, el primer Papa polaco de la historia pedía al Colegio Cardenalicio escuchar las propuestas para el lugar de su entierro que podría presentar la Iglesia en Polonia, pero después, en 1985, aclaraba que no existía ninguna obligación de atender a esta consulta.

En el año 2000, confiaba en que la Providencia le «ayude a reconocer hasta cuándo tengo que continuar este servicio al que me llamó el día 16 de octubre de 1978».

Karol Wojtyla comenzó la redacción el 6 de marzo de 1979, poco después de ser elegido sucesor del apóstol Pedro. Añadió algunas páginas más en 1980, en 1982 y por último en el Jubileo del año 2000, que es donde le dio su carácter definitivo.

Constituye ante todo un testamento espiritual, pues prácticamente no deja indicaciones sobre sus bienes, dado que, como él explicaba, «no dejo tras de mí ninguna propiedad de la que sea necesario tomar disposiciones».

«Por lo que se refiere a las cosas de uso cotidiano que me servían, pido que se distribuyan como se considere oportuno –añadía–. Que los apuntes personales sean quemados».

Pidió que vele sobre esto el arzobispo Stanislaw Dziwisz, su secretario, a quien agradeció «su colaboración y ayuda tan larga a través de los años y por haber sido tan comprensivo»

«Por lo que se refiere al funeral, repito las mismas disposiciones que dejó el Santo Padre Pablo VI: ser sepultado en la tierra, «no en un sarcófago».

El Papa daba a entender que todos los años, con motivo de los ejercicios espirituales que realizaba en Cuaresma, releía su testamento y lo escribía o completaba, si lo creía necesario.

Comenzó poniendo su muerte al igual que había hecho con su pontificado en manos de Dio a través de la Virgen María con el lema «Totus Tuus ego sum», «Soy toto tuyo».

En el año 2000, recordó el atentado que sufrió en 1981 considerando que el «Señor de la vida y de la muerte me ha prolongado esta vida, en cierto sentido me la ha vuelto a dar de nuevo. A partir de este momento le pertenece aún más a Él».

«Le pido que me llame cuando Él mismo quiera», afirmó refiriéndose a la hora de su muerte. Y añadía: «Espero que hasta que pueda cumplir el servicio petrino en la Iglesia, la Misericordia de Dios me dé las fuerzas necesarias para este servicio».

Cuando escribía estas palabras predicaba los ejercicios espirituales el futuro cardenal vietnamita, François Nguyên Van Thuân, quien había conmovido al Papa con su testimonio de sufrimiento en las cárceles comunistas de su país.

Sus últimos recuerdos los dirige a Polonia, a sus padres, a sus dos hermanos (a su hermana no la conoció, pues murió antes de que él naciera), a la parroquia de Wadowice, a sus compañeros de escuela y universidad, y «a las personas que el Señor me ha confiado de manera especial».

«A todos sólo les quiero decir una cosa: «Que Dios os dé la recompensa», concluye y retoma en latín las últimas palabras de Jesús: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu».

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ZENIT Staff

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