Una niñez de persecución preparó al pastor de la Iglesia en Bielorrusia (I)

Entrevista con el arzobispo Tadeusz Kondrusiewicz

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MINSK, domingo 28 de noviembre de 2010 (ZENIT.org). – Crecer en una situación de discriminación debido a su fe católica sólo robusteció su amor por la Iglesia y preparó al arzobispo Tadeusz Kondrusiewicz a su ministerio entre los cristianos perseguidos.

En esta entrevista, el arzobispo de Minsk-Mohilev hablaba sobre la historia de su vocación y los desafíos de trabajar en un ambiente comunista.

Nacido en Odelsk, cerca de Grodno, en Bielorrusia, la moderna Belarus, en 1946, fue ordenado sacerdote en 1981. En 1989 era consagrado obispo.

El arzobispo Kondrusiewicz está al frente de la archidiócesis de Minsk-Mohilev desde el 2007.

La parte 2 de esta entrevista se publicará mañana lunes 29 de noviembre.

– Usted creció en Bielorrusia bajo un régimen ateo. ¿Cómo era vivir como creyente bajo un sistema como ese?

Monseñor Kondrusiewicz: Bien, fue una época difícil especialmente para los creyentes. Recuerdo en el colegio, algunas veces, que el profesor me pedía que me pusiera frente a la clase, siempre me estaban incomodando, acusándome de ir a la Iglesia, de ser creyente, de rezar y celebrar las fiestas religiosas. No era fácil.

– ¿Se sabía que usted era cristiano, que era católico?

Monseñor Kondrusiewicz: Sí, sí. En nuestra aldea éramos prácticamente todos creyentes. Yo fui monaguillo.

El sacerdote era muy activo, jugaba al fútbol con nosotros, y nos ayudaba en la organización. Todo el mundo podía ver que yo estaba siempre con el sacerdote.

– ¿Y por eso hablaban de usted y era discriminado? ¿Cómo sucedía?

Monseñor Kondrusiewicz: Bien, de joven resultaba difícil escuchar estas acusaciones.

Al mismo tiempo esto me preparaba para mi futuro papel como sacerdote durante los tiempos soviéticos – un tiempo de persecución. Fue duro. Debes creer y tienes que servir a la Iglesia a pesar de las dificultades.

– ¿Y sus padres? ¿Qué sacrificios tuvieron que hacer como creyentes?

Monseñor Kondrusiewicz: ¡Oh, tantas veces fueron convocados al colegio!

Normalmente se llamaba desde el colegio a los padres porque su hijo o su hija había hecho algo malo, lo que es algo normal, pero a mis padres se les llamaba porque yo era creyente, porque había hablado con alguien, un compañero, sobre la Iglesia y que íbamos a ir para ser monaguillos.

Era como un agente de la Iglesia y ellos siempre convocaban a mis padres para advertirles de que no lo hacía bien debido a mis creencias. Mis padres fueron varias veces a la escuela y finalmente se decidieron por no volver, diciéndome que no volverían: “Si haces algo mal, sí, serás castigado, pero por estas cosas, somos creyentes, no iremos”.

– ¿Durante la época soviética, sufrió su padre, por ejemplo, como consecuencia de su propia fe?

Monseñor Kondrusiewicz: No tuvimos sacerdote en la aldea ni en nuestra parroquia durante mucho tiempo, y todos sufrieron.

Mi padre era muy activo. Viajaba mucho a Lituania, a Letonia, donde había más sacerdotes o parroquias vecinales, buscando un sacerdote para celebrar misa durante las fiestas importantes. Se le pedía que encontrara a un sacerdote para nuestra parroquia porque sabía a dónde ir. Era práctico. Era un hombre sencillo que trabajaba en la agricultura y los funcionarios no podían castigarle. Él ya estaba en los campos.

– ¿Había una iglesia en su aldea? ¿Cómo se celebraba la Misa?

Monseñor Kondrusiewicz: Teníamos una iglesia. La iglesia estaba abierta, pero durante cinco o seis años no tuvimos sacerdote. El viejo sacerdote murió y no tuvimos un reemplazo.

Gracias a la sólida fe de mis abuelos, mis padres, y luego yo, nuestra fe sobrevivió y ocurrió lo mismo con los demás. La costumbre era que los domingos – a pesar de no tener Misa – íbamos a la iglesia.

– ¿Y qué hacían allí?

Monseñor Kondrusiewicz: Rezábamos el rosario, las letanías y las estaciones del viacrucis… Crecí en aquel ambiente y en el modo de pensar de que el domingo debía estar en la Iglesia.

– ¿Cómo era la vida de oración en casa?

Monseñor Kondrusiewicz: Rezábamos juntos cada día por la mañana con nuestros padres. Se convirtió en costumbre.

Después de que nuestros abuelos y padres nos enseñaran el catecismo. Fue un formato muy sencillo de pregunta y respuesta y era cada tarde, cada día. Fue muy bueno. Fue mi formación.

Hoy pregunto a los padres y a los hijos abiertamente: “¿Están rezando juntos? ¿Van juntos a la Iglesia? ¿Practican y reciben los sacramentos y sus hijos son testigos de ello?”. Es una pregunta difícil de hacer.

– Su persecución por la fe no acabó frente a su clase. También le costó un año de universidad. ¿Era el departamento de física y matemáticas de la universidad? ¿Qué ocurrió?

Monseñor Kondrusiewicz: Comencé en la universidad matemáticas y física. Me gustan mucho estas materias.

Después, se escribieron algunos papeles, algunos documentos sobre mí. “¿Cómo va a ser este un futuro profesor de la juventud?”. Ya sabía entonces que no acabaría mis cursos.

Encontraron muchas excusas, acusaciones para culparme de algo – no sé. Me gustaba la universidad, los profesores y el rector y no quería que tuvieran una situación difícil. Cogí mis documentos y trabajé durante un año. Fui luego a Leningrado – hoy San Petersburgo – y me apunté en la Universidad Politécnica.

– ¿Y allí pudo completar sus estudios?

Monseñor Kondrusiewicz: Sí. La situación en Leningrado era distinta. Después como obispo también lo noté.

En Leningrado hay tolerancia religiosa. Y la había durante la época soviética. Mi primer paso al inscribirme en la Politécnica pudo haber sido el último. Traje todos mis documentos conmigo. No los envié por correo.

Cuando llegué a la Politécnica fui a sacar mis documentos de la chaqueta y se los presenté a una señora. Me miró y me pidió que extendiera la mano. No comprendí la petición. Hice lo que me decía y me puso algo en la mano diciéndome que no se lo enseñara a nadie. Era la cruz de mi bolsillo. No sé qué había ocurrido pero de alguna manera la había mezclado con mis documentos y había salido. Ella podía haberme despedido de modo inmediato.

– Usted tuvo una vocación relativamente tardía. Entró en el seminario con 30 años. ¿Cuándo sintió usted su vocación?

Monseñor Kondrusiewicz: Eran tiempos difíciles y el número de sacerdotes en Bielorrusia estaba disminuyendo. Conocí a muchos sacerdotes y empecé a pensar y rezar.

Una vez volví a casa a Grodno. Tomé el libro de oraciones de cada y me fui a la iglesia. Pensé que el libro de oraciones era el mío, pero no lo era. Todos los libros parecían iguales porque venían de Polonia. Era el libro de oraciones de mi madre.

Abrí el libro y encontré un pequeño icono y la oración de una madre por la vocación sacerdotal de su hijo. Mi madre nunca me habló de ello. Nunca mencionó ni una palabra pero comprendí que estaba rezando.

Mi padre me decía a veces que no me casaría, que quizá me hiciera sacerdote, pero mi madre nunca dijo nada. Descubrí que siempre había rezado por mi vocación.

Yo también recé y un día en Vilna, en la Capilla de Nuestra de la Misericordia, tomé la decisión. Después llegaría a ser sacerdote coadjutor de esa misma capilla.

 

Esta entrevista fue realizada por Mark Riedemann para “Dios llora en la Tierra”, un programa semanal radiotelevisivo producido por la Catholic Radio and Television Network en colaboración con la organización católica Ayuda a la Iglesia Necesitada.

Más información en www.ain-es.orgwww.aischile.cl   


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ZENIT Staff

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