TORONTO, 22 julio 2002 (ZENIT.org).- Para muchos jóvenes peregrinos el primer contacto físico con las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) tiene lugar en la estación de tren, donde se encuentra el vistoso stand de acogida.
En el stand trabaja un equipo de al menos 20 chicos y chicas voluntarios procedentes de diferentes país (para poder atender en los diferentes idiomas), inmediatamente reconocidos por su camiseta azul y su gafete.
Con el pasar de los días, la actividad se ha hecho sumamente intensa. A pesar del cansancio y del calor, los muchachos trabajan en un ambiente bastante ameno.
Isabella (joven suiza de Lausanne) explica en qué consiste su misión: «Los peregrinos vienen aquí para registrarse para las JMJ y nosotros les damos su mochila del peregrinos. Llegan tanto grupos como personas individuales».
Isabella se mueve como pez en el agua en el stand y reconoce que el ambiente es formidable: «Hay muy buen humor. Cuando llegué aquí, no conocía a nadie, pero me han acogido muy bien. Es la primera vez que participo en las JMJ y ya estoy pensando en participar en las siguientes».
Anne, francesa de París, está encantada de poder contribuir con esta experiencia colectiva: «Nos sentimos realmente útiles. Nuestro trabajo es sencillo, pero es importante para que el acontecimiento se desarrolle bien. Yo ya participé como voluntaria en las JMJ de Roma. La novedad es que nos han preparado bien antes de salir de Francia. Sabíamos lo que nos esperaba en nuestra labor de servicio».
Estos días preparatorios en que han trabajado juntos los voluntarios les han servido para crear intensas relaciones de amistad. Además de los momentos de trabajo, viven otras experiencias de vida común: los organizadores les proponen participar en la misa diaria, o en veladas distendidas en las que cantando se han conocido mejor.
Zac, canadiense, que supervisa el equipo del stand de acogida de la estación, asegura: «Estos muchachos son sorprendentes. Realmente trabajan bien».
