"Jesús propuso este ejemplo sobre la necesidad de orar siempre sin desanimarse: En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaba nadie. Y una viuda fue donde él a rogarle: «Hágame justicia contra mi ofensor». Mas el juez no le hizo caso durante un buen tiempo. Sin embargo al final pensó: «Aunque no temo a Dios ni me importa nadie, esta mujer me importuna tanto, que la voy a complacer, para que no vuelva a molestarme más». Y continuó Jesús: ¿Se han fijado en la decisión del juez malo? Pues bien: ¿no terminará Dios haciendo justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? Les aseguro que sí les hará justicia, y pronto. Pero cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿hallará esta fe en la tierra?" (Lc. 18, 1-8).    

La pobre viuda indefensa es víctima de una injusticia por parte de la injusta justicia humana, como sucede tantísimas veces en este mundo corrupto.

Ante tales casos, muchos se preguntan: “Si Dios es justo, ¿por qué permite tantas injusticias? ¿Por qué los inocentes son los que más sufren?” Y se atreven a culpar a Dios de los males que sufren ellos y la humanidad, que en gran parte son fruto de la maldad humana en complicidad con las fuerzas del mal.

Al Dios de la vida se lo expulsa de la vida, y se elige el mal que se vuelve auto castigo.

Las fuerzas del mal son muy superiores a las fuerzas del hombre; necesitamos de la misma fuerza de Dios tanto para vencer el mal como para hacer el bien. Él tiene poder para transformar el sufrimiento en fuente de felicidad, de salvación y gloria. Y esta fuerza Dios nos la da por la oración perseverante y confiada.

La respuesta más convincente al sufrimiento está en Cristo crucificado, que pasó a la resurrección y a la vida gloriosa a través del sufrimiento y de la muerte más injusta. Su oración fue escuchada. Sin embargo, el Padre no lo libró del sufrimiento pasajero, pero sí le dio la fortaleza para sobrellevar la muerte de cruz, y luego le dio mucho más de lo que pedía: la resurrección y la gloria eterna para él y para nosotros.

Ni el sufrimiento ni la muerte son absurdos si se asocian a la cruz redentora de Cristo, en la perspectiva de la resurrección y del paraíso eterno.

Es necesario orar con insistencia, como la viuda del Evangelio. Y esta oración Dios no puede menos de escucharla, pues él quiere nuestra resurrección y gloria, que es lo mismo que nosotros necesitamos y queremos desde lo más profundo de nuestro ser.

Si un juez injusto accede a una petición insistente, ¡cuánto más lo hará Dios, que nos ama más que nadie! “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.

En nuestra oración hemos de incluir también a todos nuestros hermanos que sufren en todo el mundo, para que Dios transforme sus penas en fuentes de salvación, resurrección y felicidad eterna, para ellos y para muchos más.

Jesús se pregunta si a su regreso encontrará gente con esta fe hecha oración confiada y perseverante, que se manifiesta en las obras de bien, en la vida y en la amorosa adoración a Dios en espíritu y en verdad.

Santa Teresa de Jesús

«Fundadora de las carmelitas descalzas, doctora de la Iglesia, la primera mujer que recibió este alto honor. Apóstol incansable, escritora, poeta, mística excepcional. Es una de las grandes maestras de la vida espiritual»