BRAZZAVILLE, 14 agosto (ZENIT.org).- Abandonados por las agencias internacionales de ayuda –que han suspendido la distribución de víveres, agua potable y medicamentos– hambrientos, sin asistencia y sin vestidos, 340 niños ruandeses de 3 a 17 años de edad, refugiados desde 1997 en el campo de prófugos de Kintélé, se encuentran abandonados a su propia suerte.
«En este campo –denuncia en declaraciones a la agencia de la Santa sede «Fides» el padre Pierre Chopin, misionero salesiano que los asiste–, viven junto a los niños 2.500 personas totalmente abandonadas». Y denuncia la actitud de las organizaciones internacionales: «El Alto Comisariado para los Refugiados de la ONU ha dejado de ofrecerles víveres desde el pasado mes diciembre; el Comité Internacional de la Cruz Roja no les procura agua potable desde el 1 de julio; y ahora no llegan ni siquiera los medicamentos del International Rescue Committee».
El campo de Kintélé, a 35 kilómetros al norte de la capital, acoge desde mayo de 1997 a más de 300 niños ruandeses huidos con sus familias primero de Ruanda (para evitar la represión de los tutsis después de su regreso retorno al poder), y luego de la República Democrática del Congo (cuando Ruanda comenzó a invadir el territorio oriental del Congo).
El padre Chopin y otros salesianos abrieron hace tres años una escuela para estos niños. Las clases se tienen bajo los árboles o en míseros tugurios para repararse del sol. Pero, al detenerse las ayudas internacionales, la situación resulta insostenible: «Desde hace seis meses –dice el religioso– debemos afrontar tanto problemas de supervivencia elemental como la dirección de la escuela. Los niños llegan a la escuela hambrientos. ¿Cómo se puede pretender que estudien como los demás niños del mundo?».
«Desde que a primeros de julio dejó de llegarnos el agua potable, muchos niños han dejado de venir a la escuela –añade–: pasan el día en busca de agua. Se les ve cargados de bidones de 5 ó 10 litros recorriendo un trayecto de 3 kilómetros con un desnivel de 80 metros. Llevan el agua a sus cabañas y luego regresan en busca de un nuevo cargamento. La escuela de Kintélé ha sido hasta ahora un modelo de recuperación y reconciliación: a los niños que huían de una guerra de naturaleza socio-económica-étnica se les enseñaba a vivir la tolerancia, la aceptación de las diferencias étnicas, religiosas y políticas.