CIUDAD DEL VATICANO, 30 agosto (ZENIT.org).- Cuando una persona se encuentra con Jesús, no puede quedar indiferente. «El encuentro con Cristo cambia la existencia de una persona». Esta fue la constatación que hizo Juan Pablo II esta mañana al encontrarse con 25 mil peregrinos de todo el mundo durante la tradicional audiencia general del miércoles.

El cristianismo es un encuentro
De este modo, Juan Pablo II continuó con esa serie de meditaciones de este Jubileo del año 2000 en las que está poniendo de manifiesto que el cristianismo no es un sistema moral, ni una serie de principios. Es ante todo, un encuentro personal, único e irrepetible con Cristo vivo. En esta ocasión, profundizó en la consecuencia que se deriva de este encuentro: la conversión, lo que los primeros apóstoles llamaban en griego «metánoia».

El Santo Padre comenzó describiendo con rápidas pinceladas el vagabundear del hombre alejado de Dios, «en el desierto de la soledad, del mal, de la aridez». «Con el pecado --añadió--, ha roto la admirable armonía de la creación establecida por Dios en los orígenes... Y, sin embargo, Dios nuca está lejos de su criatura, es más, permanece siempre presente en su intimidad».

Dios sale al encuentro
En realidad, antes de que el hombre busque a Dios, éste ya le ha salido antes al encuentro, continuó explicando el obispo de Roma. «Dios busca con particular insistencia y amor al hijo rebelde que huye lejos de su mirada --recalcó el pontífice--. Dios se ha puesto en camino por las sendas tortuosas de los pecadores a través de su Hijo, Jesucristo, que precisamente al irrumpir en el escenario de la historia se presentó como "el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo"».

Conversión
De hecho, las primeras palabras que predicó Jesús al comenzar su vida pública, fueron: «Convertíos, porque el reino de los cielos ha llegado». «Convertíos», explicó el Papa, significa «un cambio radical de la mente y del corazón. Es necesario dejar a las espaldas el mal y entrar en el reino de justicia, de amor y de verdad, que está comenzando».

«Al realizar la "metánoia", la conversión --añadió--, el hombre vuelve, como el hijo pródigo, a abrazar al Padre, que nunca lo ha olvidado ni abandonado».

El Evangelio está lleno de encuentros de las personas más variadas que cambiaron radicalmente su vida al encontrarse con Jesús. Desde los pecadores y pecadoras que encontró en su camino hasta el ladrón, que momentos antes de morir, le pidió: «Acuérdate de mi cuando estés en tu reino». Jesús, evocó el Papa, le respondió: «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso». «De este modo, la misión terrena de Cristo, comenzada con la invitación a convertirse para entrar en el reino de Dios, se concluye con una conversión y la entrada de una persona en su reino».

Una puerta de esperanza
«Por tanto --concluyó Juan Pablo II--, a todos los pecadores siempre se les abre una puerta de esperanza. El hombre no se queda solo para intentar, de mil modos a menudo frustrados, una imposible ascensión al cielo: hay un tabernáculo de gloria, que es la persona santísima de Jesús el Señor, donde lo humano y lo divino se encuentran en un abrazo que nunca podrá deshacerse: el Verbo se hizo carne, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Él derrama la divinidad en el corazón enfermo de la humanidad e, infundiéndole el Espíritu del Padre, la hace capaz de llegar a ser Dios por la gracia».

Preocupa la ligera disminución de seminaristas en Argentina

BUENOS AIRES, 30 agosto (ZENIT.org).- El año pasado el número de seminaristas mayores en Argentina eran 1.769; en el 2000, 1.758, o sea, once menos. Entre los arzobispados, los casos más significativos de disminución fueron La Plata, que bajó de 25 a 14, Mendoza, de 51 a 40, y San Juan, de 55 a 47. Buenos Aires, sin embargo, pasó de 98 en 1999 a 115 en el 2000; y Rosario, de 45 a 61.