LISBOA, 27 sep (ZENIT.org).- De los 48 países menos desarrollados de nuestro planeta, 33 son africanos. En el encuentro «Hombres y Religiones», celebrado por la Comunidad de San Egidio en Lisboa (24-26 de septiembre) se dio prioridad a Africa en los debates entre líderes de las diversas religiones y representantes políticos sobre el tema de la paz.
«En estos años, asistimos de hecho a una progresiva falta de compromiso con Africa», ha
advertido Matteo Zuppi, presidente de la «Conferencia por el cese al fuego en Burundi», una iniciativa promovida precisamente por la Comunidad de San Egidio (cf. http://www.santegidio.org ).
Las intervenciones del arzobispo nigeriano católico de Abuja, John Onaiyekan, por una parte, y del arzobispo ortodoxo keniata Kykkotys, por otra, subrayaron con acentos diversos cómo la fuerza de Africa ante el norte del mundo es la de su profunda religiosidad madurada en el dolor pero también la sonrisa de la danza y la fiesta.
El obispo copto-católico Andraos Salama ofreció el ejemplo de Egipto, donde una sola etnia reúne a cristianos y musulmanes.
El presidente de Cabo Verde, Antonio Monteiro hizo un llamamiento contra el «afro-pesimismo», y, en una dimensión más estrictamente política, invocó un nuevo Plan Marshall, de una amplitud parecida a la aplicada por Estados Unidos y Europa en el viejo continente al final de la segunda guerra mundial. Eso sí, no habrá programa que funcione si en una economía globalizada no se da facilidad de acceso a los mercados: «La experiencia de la postguerra en Europa --dijo-- muestra el tipo de tratamiento que necesita África».
Se constata también en este encuentro que Africa, a pesar de todo, ha crecido: rasgos como las elecciones multipartidistas, libertad de prensa y el nacimiento de una sociedad civil activa, son ya referencias comunes. Pero a esta tendencia se contrapone otra: «La utopía nacionalista ha eliminado a menudo a las minorías considerándolas elementos molestos --observa Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio--. Ante el proceso de globalización, aparecen muchas veces un hombre y una mujer rotos: buscan refugio a menudo bajo el techo de los diversos fundamentalismos religiosos, pero también étnicos, nacionalistas, raciales».
¿Cómo responder a esta pérdida de sentido? No hay una respuesta unívoca, pero la experiencia de los pasos de diálogo emprendidos enseña que es posible hacer madurar grandes cambios y las religiones pueden desempeñar un papel enorme. En este espíritu de diálogo tuvo lugar el proceso de paz de Mozambique, firmado en la sede de la Comunidad de San Egidio en Roma, el 4 de octubre de 1992. Puso fin a una guerra que duraba más de diez años y que causó un millón de muertos.
«La Comunidad de San Egidio ha sabido encontrar en Mozambique el modo de conciliar lo inconciliable y de ayudar a los responsables políticos a hacer la paz», confesó Renè Samuel Sirat, vicepresidente de la Conferencia de los Rabinos de Europa.
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Sep 27, 2000 00:00