CIUDAD DEL VATICANO, 8 oct (ZENIT.org).- No sucedía algo así desde tiempos del Concilio Vaticano II, hace más de 35 años. Ayer en la mañana se reunieron en el Vaticano, en la sala de audiencias generales, más de 1.500 obispos católicos (en todo el mundo, entre eméritos y en cargo hay 4.430) para encontrarse con Juan Pablo II con motivo del primer Jubileo de los obispos de la historia.
Fue el mismo Papa quien recordó aquellos días del Concilio ecuménico, en el que monseñor Karol Wojtyla desempeñó un papel sumamente activo: «Nuestra reunión de hoy me lleva con la mente a aquellos años de gracia, en los que se siente con fuerza, como el escalofrío de un nuevo Pentecostés, la presencia del Espíritu de Dios».
El Jubileo de los Obispos ha generado particular interés. Las presencias han superado todas las previsiones (los organizadores esperaban un máximo de 1.200 prelados). Nunca antes se había celebrado algo así: un encuentro que, como recordó el nuevo prefecto de la Congregación para los Obispos, monseñor Giovanni Battista Re, en declaraciones publicadas por Zenit, constituye un llamamiento a la conversión interior de los obispos, pues no por ser obispos dejan de ser cristianos como los demás (Cf. ZENIT.org«Obispos de todo el mundo llegan a Roma peregrinando en signo de conversión»).
El obispo hoy
Por este motivo, Juan Pablo II aprovechó, en su encuentro con los prelados, para trazar los rasgos que deberían calificar el ministerio del obispo hoy: «En cuanto personas configuradas sacramentalmente a Cristo, pastor y esposo de la Iglesia, estamos llamados, queridos hermanos en el episcopado, a volver a vivir con nuestros pensamientos, con nuestros sentimientos, con nuestras decisiones, el amor y la entrega total de Jesucristo por su Iglesia».
Subrayando que toda actividad pastoral del obispo tiene como objetivo último la santificación de los fieles, Juan Pablo II afirmó que es necesario redescubrir lo que enseña precisamente el Concilio Vaticano II sobre la vocación universal a la santidad: «No es casualidad el que el Concilio se dirija ante todo a los obispos, recordando que tienen que cumplir con santidad y empuje, con humildad y fortaleza su propio ministerio, pues si lo viven así serán también un excelente medio de santificación».
Cristo no duerme
Pero ser obispo hoy no es fácil, como reconoció el mismo sucesor de Pedro en la sede episcopal de Roma. En ocasiones, parecería que Cristo duerme y deja a sus ministros a la merced de las olas agitadas, como en el episodio evangélico de la tempestad calmada: «Sin embargo, nosotros sabemos que Él está siempre listo para intervenir con su amor omnipotente y salvífico. Él sigue diciéndonos: «confiad; yo he vencido al mundo»».
En la tarde de ese mismo día los 1.500 obispos volvieron a reunirse con el Papa para rezar juntos, ante la estatua de la Virgen de Fátima, que ha sido traída a Roma con esta ocasión, el Rosario Mundial, cuyo último misterio fue dirigido por Sor Lucía dos Santos, una de las tres videntes de las apariciones de María en Portugal (1917). Después, el domingo por la mañana, como conclusión de su propio Jubileo, los prelados se unieron al pontífice en un acto de oración en el que pusieron el tercer milenio en manos de la Madre de Dios.