TREVISO, 17 oct (ZENIT.org).- Un nuevo drama ha vuelto a sacudir a los misioneros católicos en África: la religiosa italiana sor Gina Simionato, 55 años, de las Religiosas Educadoras de Santa Dorotea, fue asesinada el domingo pasado por los guerrilleros, mientras se dirigía de Gitega –localidad situada al este de la capital, Bujumbura– a Gihiza con tres hermanas burundianas para participar en la misa dominical.
Es el cuarto misionero italiano que muere en quince días en África. En el funeral de la religiosa, que tuvo lugar ayer con una gran participación de gente, se leyó un mensaje del Papa en el que asegura sus oraciones por la religiosa asesinada y desea para ella «la recompensa prometida a los discípulos que sirven a sus hermanos siguiendo el ejemplo del Salvador».
Cuando se le pregunta su parecer sobre la religiosa al obispo de Gitega, monseñor Simon Ntamwana, responde inmediatamente: «Una perla. Hay que gritarlo al mundo: esto es un crimen contra la humanidad, por el que pretendemos una reparación». El prelado ha venido a Santa Cristina de Quinto, Treviso (Italia) para abrazar a la madre y a los hermanos de sor Gina Simionato.
«Mientras viajaba de Gitega a Gihiza, junto con dos religiosas y un trabajador, para la celebración litúrgica del domingo –relata el obispo– sor Gina, que conducía el coche, recibió un disparo en la cabeza. Fueron también heridos los otros acompañantes pero no de modo grave. De hecho, pudieron referir las palabras que escucharon a sus agresores al acercarse al coche en que viajaban después de abrir fuego: «¡nos hemos equivocado, no son militares!», exclamaron. Una ejecución a sangre fría. La
Iglesia de Burundi eleva alta su voz de protesta y pide justicia», afirma monseñor Ntamwana.
El pueblito italiano está en estado de conmoción. «Sor Gina había vuelto al pueblo, la última vez, el verano pasado –cuenta su prima Annalisa– y no ocultaba la preocupación por lo que estaba sucediendo en Burundi. Pero aquella era su tierra, nos decía, y ninguno en el mundo podría hacer que regresara. A su madre, Giulia, había llamado por teléfono hace poco, pidiéndole que rezara mucho, pero no le quiso decir el nivel de riesgo en el que se encontraba».
Al despedirse, antes de volver a Burundi, le dijo serenamente: «No tengo miedo porque me asiste el Señor. Si tuviera que suceder, no llores y reza por mí».
A finales de esta semana regresarán al pueblo los restos mortales de la religiosa. «No hay duda, es una nueva mártir», comenta el padre Franco Marton, que coordina por parte de la diócesis de Treviso a nada menos que 950 misioneros, de los que 208 están en Africa.