CIUDAD DEL VATICANO, 23 oct (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha hecho un apremiante llamamiento a los obispos de las 34 Conferencias episcopales europeas para que los cristianos ofrezcan una contribución decisiva en el proceso de integración europea que tiene lugar en estos momentos.
El pontífice ha hecho pública esta exhortación a través de una carta que ha dirigido a los prelados del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (COMECE), reunidos en Bruselas (Bélgica) del 19 al 22 de octubre, para encontrarse con políticos y miembros del Parlamento europeo y analizar, entre otras cosas, la Carta europea de Derechos Fundamentales (Cf. «Los obispos europeos critican la Carta de Derechos Fundamentales»).
En el mensaje, dirigido en primer lugar al cardenal Miloslav Vlk, arzobispo de Praga y presidente del COMECE, el pontífice constata que «la historia del continente europeo se confunde, desde hace siglos, con la historia de la evangelización». De este modo, en estos momentos en los que «Europa se está construyendo como una «unión»», añadió, «la Iglesia tiene una contribución específica que aportar».
¿Qué es lo que pueden hacer los cristianos en el proceso actual de integración europea? «No sólo pueden unir a todos los hombres de buena voluntad para trabajar en la construcción de este gran proyecto –responde el obispo de Roma–, sino que, además, están invitados a ser en cierto sentido su alma».
El Papa se explica: «No podemos concebir Europa únicamente como un mercado de intercambios económicos o como un espacio de libre circulación de ideas, sino que, ante todo, tiene que ser una auténtica comunidad de naciones que quieren unir sus destinos para vivir como hermanos, en el respeto de las culturas y de las tradiciones espirituales, que no pueden quedar al margen del proyecto común o en oposición a él».
Al mismo tiempo, añade el pontífice, «el fortalecimiento de la unión en el seno del continente recuerda a las Iglesias y a las comunidades eclesiales que ellas también tienen que dar un nuevo paso en el camino de la unidad».
«Hoy día, ante las canteras abiertas por la ciencia, en especial, en el campo de la genética y de la biología, ante la evolución prodigiosa de los medios de comunicación y de los intercambios a escala planetaria –considera el sucesor de Pedro–, Europa puede y debe trabajar por defender por doquier la dignidad del hombre, desde su concepción, mejorando sus condiciones de existencia y trabajando a favor de una justa distribución de las riquezas».
Para alcanzar este objetivo, el Papa propone dos medios privilegiados: en primer lugar, la educación, para que los europeos sean «actores de la vida social» y puedan tener un trabajo «que les permita vivir y atender a las necesidades del prójimo»; en segundo lugar, presentó la importancia de «recordar en todo momento el lugar y el valor inestimable del lazo conyugal y de la familia, que no puede ser equiparada con las demás formas de relación, bajo pena de desestructurar el tejido social y de hacer aún más frágil la situación de los niños y de los jóvenes».
El Papa concluye haciendo un llamado para que los pueblos europeos superen el nacionalismo exacerbado que en la década de los años noventa ha regado de sangre los Balcanes. «Europa no es un territorio fortificado o aislado», concluye.