PALERMO, 6 nov (ZENIT.org).- En el marco de las celebraciones del Jubileo de los políticos, el cardenal Salvatore De Giorgi ha cerrado oficialmente la fase diocesana del proceso de beatificación del siervo de Dios Francesco Paolo Gravina, príncipe de Palagonia y de Lercara Friddi, alcalde de la capital de Sicilia, Palermo, durante cuatro años.
La historia del príncipe Gravina, es la historia de un príncipe muy particular, que vivió en Sicilia del 1800 al 1854, bajo la dominación borbónica. Su retrato no es el de un virrey. Se trata más bien de una figura que conoció el dolor y la soledad.
Al quedar huérfano de madre a los cinco años, Gravina vivió una juventud triste. Un hermano murió siendo bebé, tres hermanas entraron en clausura y otra se casó. También el se casó pero fue un matrimonio equivocado, que fracasó desde el principio. Traicionado durante diez años por su mujer, decidió alejarla en secreto sin dar escándalo.
Es en aquél momento, cuando se quedó completamente solo, traicionado por una mujer a la que siguió amando toda la vida, el príncipe Palagonia empezó a madurar la conversión. Pero antes de abrazar definitivamente la causa de Dios y de los pobres, el Ayuntamiento de Palermo lo eligió alcalde. También su padre y su abuelo lo habían sido. Permaneció en el cargo durante cuatro años, hasta 1835.
Años bien aprovechados en los que, desde este puesto de responsabilidad, se dio cuenta de las condiciones de su ciudad, de la situación de las clases más pobres, y empezó a poner en marcha proyectos para socorrer a los últimos. En poco tiempo, su casa nobiliaria se pobló de pobres y desheredados que él mismo recoge por los callejones de la ciudad.
En 1835, los Borbones le confían el encargo de crear un «Depósito para los mendigos» en el que son internados cientos de miserables recogidos por la calle y, en 1839, le piden que gestione el Albergue de los pobres, que acoge a mil personas, entre ancianas, niñas y niños. En 1837, funda una congregación de religiosas, que se llamarán Hermanas de la Caridad del Príncipe de Palagonia.
Su misión es la liberación de los pobres, la educación para el trabajo y la creación de espacios de socorro en la región. No da dinero sino más bien todo lo que tenía, su vida. Es un hombre de su tiempo, laico en el mundo pero al mismo tiempo hombre de oración. La enfermedad lo devora en 1854 y muere rodeado de sus pobres. No tiene herederos pero deja algo a todos. Deja sobre todo su testimonio de santidad, proseguida en los institutos gestionados por su congregación de religiosas.
«Hoy somos un centenar –relata la madre Ausilia Bulone, superiora de las Hermanas de la Caridad–. Nos ocupamos de la promoción humana y estamos distribuidas en doce casas en Italia y en Rumanía. En Sicilia, nuestra obra está dividida entre numerosos orfanatos y residencias de ancianos. Pero existe también una asociación de Amigos del Príncipe, presidida por el barón Franco Sausa».
«Con su vida –observa el cardenal De Giorgi al concluir su proceso diocesano de beatificación– el príncipe Gravina ha demostrado que es posible ser administradores santos, esposos fieles, a pesar de las dificultades y las traiciones, y agentes de caridad. Debemos rezar para que pueda convertirse en ejemplo para cada uno de nosotros».
Ahora, que la causa de beatificación del príncipe Gravina está más cercanas, la madre Ausilia hace una propuesta interesante: «Que se convierta en protector de todos los alcaldes».