ROMA, 10 nov (ZENIT.org).- ¿Es posible ser político y mantener, al mismo tiempo, las convicciones y la integridad morales? En un intento de respuesta a este interrogante planteado por el reciente Jubileo de los políticos (4-5 de noviembre), Zenit ha entrevistado a una figura del escenario político mundial, el presidente hasta hace un año de la República de Italia, Oscar Luigi Scalfaro (81 años).
Cuando en 1946 era un joven magistrado y presidía la Acción Católica de su diócesis del norte de Italia, lo último que le interesaba a Scalfaro era meterse en política. Sin embargo, la reconstrucción de Italia en tiempos de la posguerra necesitaba personas de sólida estatura moral. A pesar de que el cambio le costaría caro, el joven juez no se echó atrás y ofreció su disponibilidad a la comunidad civil.
Comenzó así una historia de compromiso político que continúa después de 55 años. Más de medio siglo de coherencia y de testimonio cristiano en el desempeño de diferentes cargos públicos, hasta llegar a la elección como presidente de la República Italiana de 1992 a 1999.
Zenit no podía encontrar una persona mas capacitada para comentar las conclusiones del Jubileo de los políticos. Al presidente Scalfaro no le gustan demasiado los Jubileos por categoría, prefiere ver al pueblo que, según la bella tradición de las peregrinaciones sin distinción, viene a Roma para rezar y reunirse en torno al altar de San Pedro. De todos modos, reconoce Scalfaro, el domingo 5 de septiembre se pudo ver en el Vaticano un «buen espectáculo».
—Zenit: ¿Cómo es posible permanecer íntegro y coherente en un mundo cada vez más dominado por el relativismo cultural, moral, religioso y político?
–Oscar Luigi Scalfaro: Tengo que dar gracias a la Providencia porque puso en mi camino algo que ni yo mismo me hubiera atrevido a imaginar, dos grandísimas figuras, dos auténticos testigos: Pío XII y Alcide De Gasperi.
El Papa Pacelli tenía una inteligencia y una caridad extraordinarias. Era uno de esos hombres que, independientemente de la actividad emprendida, hubiera tenido éxito, porque tenía realmente talentos excelsos: era un hombre amable y extraordinario.
Después de su muerte se le ha atacado por la excomunión a los católicos que estaban dispuestos a abrazar el comunismo. Pero, ¿qué es lo que podía hacer? Con la excomunión alertó a todos los católicos sobre los peligros de la doctrina marxista. La excomunión, que siempre es precedida por consejos y advertencias, tiene sobre todo un contenido de paternidad y de amor, es la voz de la Iglesia maestra y madre que dice a los hijos: «estad atentos, pues si os metéis por ese camino quedáis fuera de la Iglesia, pues salís de su patrimonio doctrinal».
Sobre la importancia del papel histórico de Pío XII me vienen a la mente las palabras de Giuseppe Saragat, un político que no era católico, presidente del Partido Socialdemócrata y presidente de la República Italiana de 1964 a 1971, quien me dijo en varias ocasiones: «Scalfaro, acuérdate: la victoria contra el comunismo, más que a nuestros méritos, se la debemos sobre todo a Pío XII por la absoluta claridad de su doctrina».
El presidente De Gasperi (1881-1954, político clandestino en tiempos del fascismo de Mussolini, quien después de la guerra se convertiría en uno de los padres de la Constitución italiana, y del proceso de integración europeo) forma parte de mi vida, y le rezo todas las mañanas. Nunca le he idealizado, pensando que fuera perfecto o infalible, pero siempre le he visto como la encarnación del testimonio cristiano en la vida política, incluso en las más elevadas y difíciles responsabilidades. Al él se debe la resurrección de Italia después del desastre de la guerra. Algo que logró gracias a una visión política de búsqueda constante de un denominador común, tanto a nivel internacional como nacional, trabajando por el bien de la gente, sobre todo de la gente pobre, y en particular, sirviendo el gran ideal de la paz. Fue un pensador y estratega político de altísima estatura, reconocido por Italia, por Europa y el mundo.
De Gasperi me dijo una vez: «en el recogimiento, después de haber recibido la Comunión, me vienen a la mente todos los problemas y las preocupaciones de la vida política. En un primer momento, pienso que es una distracción, pero después me parece mucho más adecuado ofrecerlo todo en la Comunión».
Recuerdo también que De Gasperi nos dirigió a los parlamentarios de la Asamblea Constituyente que tuvo lugar tras la segunda guerra mundial una advertencia que hoy suena sumamente actual: «Es necesario que vuestra vida personal también sea coherente con los principios que afirmáis en la vida pública».
—Zenit: Pero, ¿cómo es posible que tantos políticos católicos hayan caído en la corrupción y en el egoísmo?
–Oscar Luigi Scalfaro: La desviación de los principios de la moral, por desgracia, siempre es posible. Permítame un recuerdo: en tiempos de la Asamblea Constituyente Italiana (1946), durante un debate en la Acción Católica, una persona intervino en estos términos: «Está muy bien, todo esto son ideas bellísimas: la doctrina, la moral… Pero con este planteamiento no se puede hacer política. Para hacer política hay que ser avispados, astutos». Me vino inmediatamente una respuesta que he repetido en otras ocasiones: «Atención, la picardía es ciertamente una cualidad de la inteligencia, pero tiene un gran límite, nunca busca el bien de los demás, sino sólo y siempre el de uno mismo».
La idea de «hacerse el listo» es terriblemente engañosa y el primero en enredarse es el mismo que escoge este camino.
Frente a un planteamiento muy serio y ortodoxo del modo de concebir la vida política para un cristiano, he escuchado en alguna ocasión esta exclamación: «¡Pero la política no es una tercera orden dominica o franciscana!». Sin embargo, no se pueden hacer compromisos en materia de coherencia y testimonio de los valores cristianos. Es fundamental que, entre los católicos que están metidos en la política, haya siempre alguno que esté dispuesto a arriesgarlo todo por dar un testimonio verdadero. ¿Qué es lo que nos enseña la Iglesia? Seguir a Cristo. Y esto hay que hacerlo hasta el final, siempre y en todo lugar, también en política. Cristo mismo fue crucificado por haber testimoniado la verdad y el amor en sus tres años de vida pública.
No es casualidad el que haya sido escogido Tomás Moro como patrono de los hombres comprometidos en política. Tomás Moro fue coherente, no buscó otros caminos de compromiso. En el fondo, lo único que hizo fue cumplir con su deber: ¡aquí está el heroísmo! Le cortaron la cabeza sólo porque fue fiel al catolicismo y a Roma…, ¡aunque también porque ciertamente no le faltaba cabeza!
—Zenit: ¿Qué es lo que piensa de las palabras que pronunció el Papa a los políticos con motivo de su Jubileo?
–Oscar Luigi Scalfaro: El Papa les dijo lo que se nos dijo a los jóvenes, como yo, que en 1946 comenzaron a meterse en la vida pública: «Id al Parlamento para servir; no cedáis en cuestión de principios; tened las puertas abiertas pues la democracia significa colaborar; no penséis en vuestros intereses particulares, sino en los de la comunidad. Id al Parlamento con espíritu ágil: capaz de subir escalones si os piden desempeñar puestos de responsabilidad, pero también de bajar con elegancia y humildad cantando alabanzas al Señor… sin romperos el «fémur espiritual» que es una de las fracturas más peligrosas».
—Zenit: ¿Qué consejo daría usted a los jóvenes católicos que quieren seguir la senda política?
–Oscar Lu
igi Scalfaro: Para ser buenos políticos hay que ser, ante todo, personas íntegras y formadas; formadas especialmente en la vivencia según los valores cristianos. De este modo pueden ser fuertes interiormente para poder resistir a las tentaciones del poder. Fuertes con la gracia de Dios, que conquista y que se mantiene con la oración y los sacramentos.
El poder por el poder es diabólico; es el pecado de soberbia; es, sobre todo, pensar en sí, en la propia carrera, en el propio interés. ¡Lo opuesto al servicio de la comunidad!
La formación de la persona forma parte de los derechos y deberes naturales de la familia, es decir, de los padres. Ahora bien, también es un deber primario de la Iglesia, que es madre y maestra, y tiene la tarea formar integralmente a sus propios hijos.
La responsabilidad de la Iglesia en este campo es grande: ¿quién mejor que la Iglesia puede hacer sentir al cristiano que, como ciudadano, no se puede quedar en casa durmiendo, que el bien común depende de cada uno y que el sacrificio por la comunidad es un deber de justicia?
El desafío es grande y necesita jóvenes dispuestos a vivir la política como una misión, dispuestos a seguir los grandes ideales del Evangelio, con generosidad y afrontando todo riesgo.