ROMA, 26 nov (ZENIT.org).- «La libertad que brota cuando el ser humano alcanza la certeza de la verdad es el testimonio de esperanza que el mundo necesita». Así concluyó Pedro Morandé la primera relación que resonó en el aula magna de la «Domus Pacis» de Roma, donde ayer se inauguró el Congreso del Laicado Católico con el lema «Testigos de Cristo en el nuevo milenio».
Tras la introducción de las sesiones de trabajo, realizada por el cardenal James Francis Stafford, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, en la mañana de ayer Morandé, decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Santiago de Chile, abrió el debate haciendo un «Balance de un siglo y perspectivas para una nueva fase histórica: retos al testimonio cristiano».
Morandé, uno de los intelectuales latinoamericanos católicos de mayor influencia y miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, hizo una original interpretación de los sucesos de este último siglo a la luz del pensamiento del Magisterio de la Iglesia, desde la encíclica «Aeterni Patris» (1879) de León XIII hasta la última encíclica de Juan Pablo II, la «Fides et Ratio» (1998).
Tras haber analizado los totalitarismos (marxismo, fascismo, nazismo…) reconoció que «aunque se ha abierto para la humanidad una nueva etapa de esperanza cimentada en las oportunidades abiertas por la globalización económica y por la consolidación de la democracia y del Estado de Derecho, la sociedad tecnológica resultante, que suele recibir los nombres de «sociedad del conocimiento» o «sociedad de la información», no parece haber resuelto ninguno de los temas básicos analizados oportunamente por el magisterio, sino sólo ha dado nueva forma a las corrientes ideológicas heredadas del siglo XIX».
La crisis de la razón
De este modo, Morandé hizo una radiografía de esa «difundida desconfianza hacia las afirmaciones globales y absolutas sobre todo por parte de quienes consideran que la verdad es el resultado del consenso».
Esto origina, según el intelectual chileno, «el mayor de los prejuicios: el prejuicio de no tener prejuicio, de creer que la razón es fundamento de sí misma y no debe rendir cuentas ante nada ni nadie. El dogma que no debe tener dogma». Esta es, según él, la meta a la que ha llegado el «itinerario destructivo del pensamiento de la postguerra».
Pero, «¿puede alcanzarse el equilibrio social obligando al ser humano a renunciar a sus preguntas últimas y a trivializar la existencia hasta el punto de que no tenga nada relevante que preguntar ni que buscar», se preguntó.
Ante esta situación de desesperanza, el cristianismo a inicios del milenio presenta razones para creer: «Cuando Dios es reconocido como Dios y el ser humano como criatura, los falsos ídolos enmudecen y aflora la libertad como dimensión ontológica de la persona, no concedida por poder social alguno, sino inscrita en la misma naturaleza de la razón humana».
Esta crisis de la razón, según constata a continuación Morandé, lleva necesariamente también a una crisis del pensamiento social, que tras la continua tensión sufrida en el siglo XX entre «individuo y sociedad», que ha aplastado al primero, ante la desproporción que existe entre «la pequeñez y e insignificancia social de la vida de cada ser humano» y «la fuerza colectiva que puede desarrollar una sociedad económica y políticamente organizada».
Crisis del pensamiento social
En esta tensión, los cristianos, con su acción social, han anunciado con su pensamiento social, con sus iniciativas políticas y sindicales, con su compromiso en la educación y su promoción humana y misionera el «la libertad y soberanía de la persona humana y de los grupos intermedios a los que ella está naturalmente ligada: la familia, la escuela, la comunidad laboral, las asociaciones de libre pertenencia, la comunidad religiosa, la nación». Ahora bien, la tensión era tan fuerte que en ocasiones les llevó a ellos mismos a separarse, ante la presión de la «ideologización y la subordinación a las dinámicas de fuera de la Iglesia».
El testimonio público de los católicos a inicios de siglo, sin embargo, ha encontrado ahora una nueva unidad en torno al magisterio y se ha renovado, produciendo «nuevos movimientos nacidos de la docilidad y la obediencia a la fe», que «junto a la profética conducción del sucesor de Pedro, han puesto a la Iglesia nuevamente en el camino de una presencia evangelizadora y misionera en el corazón de las culturas de nuestra época».
Contestación
Y, en una sociedad «globalizada» en la que las ideas se han convertido en materia de transacción, al igual que las acciones de bolsa, Morandé hace una propuesta revolucionaria para el testimonio cristiano a inicios de milenio: la contestación.
Explica citando la «Centesimus Annus» de Juan Pablo II: «El patrimonio de los valores heredados y adquiridos es siempre objeto de contestación por parte de los jóvenes. Contestar, por otra parte, no quiere decir necesariamente destruir o rechazar a priori, sino que quiere significar sobre todo someter a prueba y, tras esta verificación existencia, hacer que esos valores sean más vivos, actuales y personales».