ROMA, 28 nov (ZENIT.org).- La Iglesia cruza el tercer milenio consciente de que la vocación de los laicos a la santidad no es de «segunda categoría». El arzobispo Stalislaw Rylko, secretario del Pontificio Consejo para los Laicos, ilustró en su intervención en el Congreso del laicado católico el itinerario que ha permitido llevar a todos, seglares y pastores, a esta convicción.
Escucharon a monseñor Rylko delegados de más de 550 países que siguen esta especie de Asamblea mundial de los laicos católicos que tiene lugar desde el sábado hasta el jueves próximo con el lema «Testigos de Cristo en el Nuevo Milenio».
En su ponencia monseñor Rylko se evocó la importancia del Vaticano II este acontecimiento con el que se abrían perspectivas nuevas y fascinantes para los laicos. En todas partes se hablaba de la hora del laicado en la Iglesia, de «renovada Pentecostés» y de «cambio de alcance histórico».
«El Concilio –dijo– ha llevado a cumplimiento el proceso de definición teológica de la figura del fiel laico y su enseñanza ha constituido un verdadero fermento evangélico para la renovación de la Iglesia en nuestro tiempo».
Una actualización no exenta de riesgos, por interpretaciones superficiales y parciales y las influencias ideológicas de la época. La recepción de la doctrina conciliar constituye un periodo intenso que desemboca, en 1987, en el Sínodo sobre la vocación y misión de los laicos y la exhortación apostólica de Juan Pablo II «Christifideles laici» de 1988, definida por monseñor Rylko como la «carta magna del laicado católico contemporáneo». Y ahora, en este año 2000, la invitación del Papa a un examen de conciencia sobre la recepción del Concilio.
Monseñor Rylko profundizó los puntos principales de la enseñanza conciliar. En el punto segundo de su intervención, sobre la identidad reencontrada del fiel laico, indicó que «el bautismo constituye la igualdad de todos los miembros del pueblo de Dios, basada sobre la igual dignidad de los hijos de Dios. Los fieles laicos participan, por tanto, en la misión de la Iglesia no por delegación».
¿En qué consiste, por tanto, la especificidad de la misión laical? El concepto de la «índole secular». «Viven en medio de los compromisos y ocupaciones del mundo, dentro de las condiciones ordinarias de la vida familiar y social: allí son llamados a ser fermento para la santificación del mundo. Este es el «concepto clave de su identidad»».
«El laico es, por así decirlo, el punto neurálgico en el que la Iglesia se encuentra con el mundo».
«La índole secular confiere una impronta específica a su apostolado, a su espiritualidad, a su santidad».
«Una santidad –precisó monseñor Rylko– que no es de «segunda división» como en el pasado pensaban algunos que identificaban la santidad con el llamado «estado de perfección», propio de los sacerdotes y religiosos. La santidad es una sola. Son muchos los laicos que venciendo la tentación de la mediocridad demuestran gran madurez espiritual y capacidad de opciones radicales, inspiradas en el Evangelio».
Entrando en el meollo de la identidad del fiel laico, subrayó una nueva intuición: la que sugiere pasar del discurso sobre los laicos a un discurso sobre los cristianos. El laico es un cristiano. «Ante la grandeza de la dignidad de cada bautizado» monseñor Rylko invitó «a dejarse invadir cada vez más por el estupor de la fe».
Al concluir, monseñor Rylko indicó que «el verdadero problema hoy no es ser minoritarios sino convertirse en irrelevantes e inútiles para el mundo».
«La levadura es minoritaria, pero hace fermentar una gran cantidad de masa; la sal es minoritaria pero da sabor al alimento».
Por tanto es esencial «el encuentro vital con el Señor que dice todavía hoy: «Sois la sal de la tierra, la luz del mundo»». Una revolución de la fe, capaz de ir contra corriente.