ROMA, 25 enero 2001 (ZENIT.org).- El Senado italiano aprobó ayer una ley que permite suministrar morfina a enfermos terminales. La nueva norma facilita la prescripción y el uso, sobre todo a domicilio, de fármacos y analgésicos que contienen opiáceos.
Se trata de tratamientos cuyo objetivo es aliviar el dolor de enfermos que sufren patologías tumorales o degenerativas. La nueva medida beneficiará a unos trescientos mil pacientes en Italia.
Antídoto contra la eutanasia
El ministro de Sanidad, Umberto Veronesi, ha declarado a los medios de comunicación que se trata del «mejor antídoto contra la eutanasia» y ha recordado que esta norma está también encaminada «al gran proyecto «hospital sin dolor», es decir un hospital en el que el paciente con dolor grave e insoportable es asistido con terapias sencillas pero eficaces».
Los comentarios han sido positivos por parte de asociaciones, médicos, farmacéuticos y políticos y asociaciones de enfermos.
Por su parte la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), por vía de su director de Pastoral Sanitaria, ya se había expresado sobre el proyecto de ley cuando fue aprobado, en noviembre pasado, por el Consejo de Ministros.
«El cristianismo no es «dolorismo» sino que está comprometido en la disminución del dolor y cuidar a la persona por amor a la vida. En esta óptica, la terapia analgésica representa un empeño decidido de la Iglesia en el mundo de la salud», dijo entonces monseñor Sergio Pintor, director de Pastoral Sanitaria de la CEI.
«Usar morfina para disminuir el dolor es justo –explicaba monseñor Pintor–, pero en dosis que excluyan la dependencia». Ahora bien, reconoció que «en Italia se ha dado en estos meses oposición al uso de estas terapias analgésicas por buenos motivos: para evitar el comercio de morfina para un uso diverso del tratamiento médico».
Si, por una parte, añadía el responsable de Pastoral Sanitaria, «se permite a los médicos conscientes y responsables suministrar una terapia, que se hace menos arriesgada y sancionable, gracias a las nuevas normas, por otra, ésta requiere mayor responsabilidad a nivel médico, sin encarnizamiento terapéutico, en el pleno respeto de la vida y de la dignidad del enfermo».
Sólo así, concluía monseñor Pintor, «la terapia analgésica puede representar una esperanza de alivio para la persona enferma. El fármaco analgésico permite al paciente seguir, en los límites de su condición, su vida, dándole serenidad y haciéndole protagonista en su lucha contra la enfermedad».