CIUDAD DEL VATICANO, 16 mayo 2001 (ZENIT.org).- La evocación de la peregrinación tras las huellas de san Pablo por Grecia, Siria y Malta se convirtió en el tema de la tradicional audiencia general de los miércoles.
Ante miles de peregrinos de los cinco continentes, el pontífice recorrió con su mente los grandes momentos de este viaje (4 al 9 de mayo) en el que se propuso promover la reconciliación con la Iglesia ortodoxa, el diálogo con los seguidores del Islam, la paz en Oriente Medio y la santidad, como camino de vida para los cristianos en el nuevo milenio.
Esta fue la intervención pronunciada en italiano por el obispo de Roma.
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1. Hace una semana concluí mi peregrinación tras las huellas de san Pablo, que me llevó por Grecia, Siria y Malta. Con mucha alegría me detengo hoy con vosotros en este acontecimiento, que constituye la última parte del itinerario jubilar a través de los principales lugares de la historia de la salvación. Doy gracias a todos aquellos que me han seguido con la oración en este inolvidable «regreso a los manantiales», en los que se puede acceder a la frescura de la experiencia cristiana inicial.
Renuevo mis sentimientos de cordial reconocimiento al presidente de la República Helénica, el señor Kostas Stephanopoulos, por haberme invitado a visitar Grecia. Agradezco al presidente de la República Árabe Siria, el señor Bashar Al-Assad, y al presidente de la República de Malta, el señor Guido De Marco, que me acogieron tan cortésmente en Damasco y La Valetta.
Unidad entre los cristianos y diálogo con el Islam
En todo lugar he querido testimoniar a las Iglesias ortodoxas el cariño y la estima de la Iglesia católica, con el deseo de que la memoria de las culpas pasadas contra la comunión quede plenamente purificada y deje espacio a la reconciliación y a la fraternidad. Además, he tenido la posibilidad de volver a afirmar la sincera apertura con la que Iglesia se dirige a los creyentes del Islam, a los que nos une la adoración al único Dios.
Considero que ha sido una gracia particular el haber podido encontrar, en sus campos de misión, a los obispos católicos de Grecia, Siria, Mal, y junto con ellos, a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas y numerosos fieles laicos. Tras las huellas de Pablo, el sucesor de Pedro ha podido confortar y alentar a esas comunidades, exhortándolas a la fidelidad y al mismo tiempo a la apertura y a la caridad fraterna.
El eco del Areópago de Atenas
2. En el Areópago de Atenas resonaron las palabras del célebre discurso de Pablo, referidas en los Hechos de los Apóstoles. Fueron leídas en griego y en inglés, y esto fue ya de por sí sugerente: el griego, de hecho, era el idioma más hablado en el área mediterránea al inicio del primer milenio, tal y como sucede hoy con el inglés a nivel global. La «buena noticia» de Cristo, revelador de Dios y salvador del mundo ayer, hoy y siempre, está destinada a todos los hombres y mujeres de la tierra, según su mandato explícito.
En este inicio del tercer milenio, el Areópago de Atenas se ha convertido en cierto sentido en el «areópago del mundo», desde el que se vuelve a presentar el mensaje cristiano de salvación a todos los que buscan a Dios y «le temen», acogiendo su inagotable misterio de verdad y de amor. En particular, mediante la lectura de la «Declaración conjunta», que al final de un encuentro fraterno, firmé junto con Su Beatitud Christodoulos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia, se invitó a los pueblos del continente europeo a no olvidar las raíces cristianas.
El discurso de Pablo en el Areópago constituye un modelo de inculturación y como tal conserva intacta su actualidad. Por este motivo lo volví a proponer, en la celebración eucarística con la comunidad católica en Grecia, recordando el admirable ejemplo de los santos Cirilo y Metodio, originarios de Tesalónica. Inspirándose con fidelidad y creatividad en aquel modelo, no dudaron en difundir el Evangelio entre los pueblos eslavos.
Siria, momento de diálogo con el Islam
3. Después de Grecia, viajé a Siria, donde, en el camino de Damasco, Cristo resucitado se le apareció a Saulo de Tarso, transformándole de feroz precursor en apóstol incansable del Evangelio. Supuso un remontarse a los orígenes –como Abraham–, un volver a la llamada, a la vocación. Pensaba en esto al visitar el Memorial de San Pablo. La historia de Dios con los hombres comienza siempre por una llamada, que invita a dejarse a sí mismos y sus propias seguridades para encaminarse hacia una nueva tierra, confiando en Aquel que llama. Así sucedió con Abraham, Moisés, María, Pedro y los demás apóstoles. Así sucedió también con Pablo.
Siria es hoy un país habitado sobre todo por musulmanes, que creen en un único Dios y tratan de someterse a Él siguiendo el ejemplo de Abraham, a quien con gusto se refieren (cf. «Nostra aetate», 3). El diálogo interreligioso con el Islam se hace cada vez más importante y necesario, al inicio del tercer milenio. En este sentido fue verdaderamente alentadora la calurosa acogida que me reservaron las autoridades civiles y el gran muftí, quien me acompañó en la histórica visita a la Gran Mezquita de los Omeyas, donde se encuentra el Memorial de san Juan Bautista, sumamente venerado por los musulmanes.
En Damasco, mi peregrinación adquirió sobre todo un intenso carácter ecuménico, gracias en particular a la visita que tuve la alegría de realizar a las respectivas catedrales, a Su Beatitud Ignace IV, patriarca greco-ortodoxo, y a Su Santidad Mor Ignatius Zakka I, patriarca sirio-ortodoxo. Después, en la histórica catedral greco-ortodoxa de la Dormición de la Virgen María, celebramos un encuentro solemne de oración. Con íntima conmoción pude ver cómo se realizaba uno de los objetivos principales de la peregrinación jubilar, es decir, el de «reunirnos juntos en los lugares de nuestro origen común, para testimoniar a Cristo que es Uno (cf. Ut unum sint, n. 23) y confirmar el compromiso mutuo hacia el restablecimiento de la plena comunión» (Carta sobre la peregrinación a los lugares ligados a la historia de la salvación, 11).
4. En Siria no podía dejar de dirigir a Dios una súplica especial por la paz en Oriente Medio, movido en parte, por desgracia, por la dramática situación actual, que se hace cada vez más preocupante. Fui a los Altos del Golán, a la iglesia de Quneitra, semidestruida por la guerra, y allí elevé mi súplica. En cierto sentido, mi espíritu se quedó allí, y mi oración continúa y no cesará hasta que la venganza deje el puesto a la reconciliación y al reconocimiento de los derechos recíprocos.
Esta esperanza se funda en la fe. Es la esperanza que confié a los jóvenes de Siria, con quien tuve la alegría de encontrarme precisamente mi última noche en Damasco. Llevo en el corazón el calor de su saldo y rezo al Dios de la paz para que los jóvenes cristianos, musulmanes y judíos puedan crecer juntos como hijos del único Dios.
Malta: la santidad, vía maestra en el tercer milenio
5. La última etapa de mi peregrinación tras las huellas de san Pablo fue la Isla de Malta, donde el apóstol transcurrió tres meses, tras el naufragio del barco que lo llevaba prisionero a Roma (cf. Hechos 27, 39-28,10). Por segunda vez, también yo experimenté la calurosa acogida de los malteses, y tuve la alegría de proclamar beatos a dos hijos de su pueblo –don George Preca, fundador de la Sociedad de Doctrina Cristiana y Nazju Falzon, laico catequista–, junto con sor María Adeodata Pisani, religiosa benedictina.
Una vez más quise indicar el camino de la santidad como vía maestra para los creyentes del tercer milenio. En el vasto océano de la historia, la Iglesia no tiene miedo de los desafíos y las insidias q
ue encuentra en su navegación, si mantiene firme el timón en la ruta de la santidad, hacia la que la ha orientado el gran Jubileo del año 2000 (cf. Novo millennio ineunte, 30).
Que así sea para todos, gracias a la intercesión de María, a la que recurrimos constantemente en este mes de mayo, que le es consagrado. Que la Virgen ayude a todo cristiano, a toda familia y a toda comunidad a continuar con renovado empuje en su compromiso de diaria fidelidad al Evangelio.
Traducción realizada por Zenit