CIUDAD DEL VATICANO, 25 mayo 2001 (ZENIT.org).- La visita de Juan Pablo II a Ucrania servirá para promover la reconciliación entre católicos y ortodoxos. Así lo han afirmado los dos cardenales de ese país, que en la mañana de este viernes presentaron a la prensa la próxima aventura pastoral del pontífice.
Al concluir el consistorio, el cardenal Lubomyr Husar, arzobispo mayor de Lvov de los ucranianos, y el cardenal Marian Jaworski, arzobispo de Lvov de los latinos, revelaron en la Sala de Prensa de la Santa Sede algunos de los aspectos más relevantes de la visita pastoral número 94 de este Papa fuera de Italia.
Entre el 23 y el 27 de junio, Juan Pablo II visitará una realidad muy particular que vive a caballo entre Oriente y Occidente. Y más concretamente, entre la ortodoxia y el catolicismo.
Los greco-católicos, de problema a puente
El patriarcado ortodoxo de Moscú ha lanzado duras críticas al viaje del Papa, pues considera que constituye un apoyo a los greco-católicos, cristianos que mantienen la tradición y la liturgia de las Iglesias ortodoxas, pero que son fieles al Papa. Algunos de sus sacerdotes, por ejemplo, están casados.
El cardenal Husar, que es el líder de los greco-católicos de Ucrania consideró que es exactamente al contrario.
Los greco-católicos en Ucrania, que habían nacido en el año 988, se mantuvieron en la esfera de influencia cultura de Constantinopla, pero no se separaron de la Iglesia de Pedro en el gran cisma de Oriente, en 1054.
Desde ese momento, explicó el cardenal Husar, «esta Iglesia quiere ser al mismo tiempo católica y ortodoxa, pues estos conceptos no se contradicen, sino que se complementan en la universalidad de la Iglesia católica. De hecho, la Iglesia no sería completamente católica, es decir universal, si sólo aceptara un solo rito, el latino. La catolicidad de la Iglesia comporta su diversidad y, como repite con frecuencia el Papa Juan Pablo II, respirar con dos pulmones, el de Oriente y el de Occidente».
Josef Stalin dictó su sentencia de desaparición de los greco-catóilcos: sus obispos, sacerdotes, religiosos y laicos fueron obligados a pasar a la Iglesia ortodoxa. Quienes se opusieron sufrieron duras persecuciones e incluso la muerte. Todas sus propiedades eclesiásticas fueron expropiadas y entregadas a la Iglesia ortodoxa.
Con la Perestroika de Mijail Gorbachov, los greco-católicos recuperaron su personalidad jurídica y, con ella, se trató de restituirles algunos de los bienes que habían perdido. Ahora bien, se trataba de parroquias que durante décadas formaban ya parte de la Iglesia ortodoxa, lo que trajo consigo la evidente oposición del patriarcado de Moscú.
Ignorancia, el auténtico problema
«El futuro de nuestra Iglesia es el de ser puente –aclaró Husar–, o mejor aún, mediadora entre el Occidente latino y el Oriente bizantino. Estando a caballo entre estas dos culturas queremos ayudar a unos y a otros a entenderse recíprocamente, pues las dificultades que encontramos en el campo ecuménico se deben ante todo a la ignorancia, y la ignorancia general miedo».
Este es precisamente el objetivo según el cardenal greco-católico de la visita papal: «Si se diera un mejor conocimiento recíproco habría menos miedo y también más esperanza para podernos conocer mutuamente».
Cismas ortodoxos
Por su parte, el cardenal ucraniano latino Marian Jaworski explicó que uno de los grandes problemas en el diálogo con la ortodoxia se debe a los cismas que se han dado, especialmente en los últimos años. «En mi arquidiócesis –explicó–, además de la Iglesia católica, hay cuatro ramas de la Iglesia ortodoxa. Quienes se llaman cristianos, a excepción de los católicos, no saben por qué pertenecen a una rama o a otra. No saben por qué van una Iglesia y no a otra».
En estas condiciones, dio a entender el purpurado, no es fácil entablar relaciones con la ortodoxia. El viaje de Juan Pablo II se marca este objetivo: será sin duda uno de los más complicados de su pontificado y de él dependerá un posible viaje a Moscú.