DOHA, 9 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Entre importantes medidas de seguridad se inauguró este viernes la Cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Doha, capital de Qatar.

Con motivo de la cita, la primera tras el fracaso de Seattle en 1999, la Santa Sede ha publicado una nota en la que se llama la atención de los 142 países miembros sobre algunos problemas que se derivan del actual orden económico mundial y auspicia una pronta reducción del desequilibrio
creciente entre Norte y Sur del mundo.

El arzobispo Diarmuid Martin, que preside la delegación vaticana en Doha, ha explicado en una entrevista a Radio Vaticano las propuestas presentadas.

--¿Por qué ha publicado la Santa Sede este documento con motivo de la Cumbre de la OMC?

--Monseñor Martin: La nota reconoce la importancia de la Organización Mundial del Comercio, la importancia en el actual orden internacional, pero indica también la responsabilidad de esta organización de cambiar un poco la ruta y tomar mucho más en serio los problemas de los países más pobres.

Es un texto que pone todo el trabajo de esta organización en el contexto más amplio de la responsabilidad por el desarrollo, retomando el principio subrayado por el Santo Padre, según el cual, la economía es una dimensión de la vida y hace falta integrar la economía en una visión más completa de la naturaleza de la persona humana y de las exigencias de la única familia humana.

--Esta invitación tiene lugar en un momento en el que la economía parece tener un peso excesivo...

--Monseñor Martin: Yo diría que hoy se da quizá la tendencia de poner los factores económicos siempre en primera línea y de perder de vista el hecho de que el crecimiento económico es un bien, pero que, como cualquier otra cosa, debe ser puesto al servicio de toda la familia humana.

Hay que promover una idea de crecimiento equitativa y solidaria, de lo contrario este crecimiento servirá a una pequeña parte de la humanidad, e incluso desde el punto de vista económico sería arriesgado.

Tenemos, en la historia de la humanidad, el ejemplo clásico del deseo de crecer sin límites, es el ejemplo del relato de la Torre de Babel en la Biblia: las personas pensaban poder crear una torre que llevaría nada menos que al cielo, sin pensar en la situación de las personas que estaban alrededor.

El resultado de aquella experiencia fue que no sólo la torre se derrumbó, sino que se crearon también nuevas divisiones entre las personas. Por tanto es necesario el crecimiento, pero este crecimiento debe tener en cuenta las necesidades de toda la humanidad.

--Ha llegado el momento, decía usted, de tomar un poco más en serio también la situación de los países pobres. ¿En concreto en qué puntos?

--Monseñor Martin: Ante todo hay que tener en cuenta que cuando se empiezan a aplicar las mismas normas en manera regular a personas que empiezan con puntos de partida radicalmente diversos, se crea el riesgo de consolidar ciertas asimetrías y desigualdades.

Hay por tanto que tratar de realinear el punto de partida: integrar plenamente a los países más pobres y no ponerlos frente a obstáculos casi insuperables.

Por ejemplo, se ha dado la situación de países pobres que han abierto efectivamente sus mercados y se encuentran de frente a nuevas formas de proteccionismo por parte de los países ricos, que imponen tasas altas sobre los productos agrícolas o textiles sobre los cuales los países pobres, en condiciones normales, tendrían ventajas.

No se puede crear un sistema de dos velocidades, sobre todo cuando la desventaja es para el país pobre.

--¿Qué espera la Santa Sede de esta Conferencia?

--Monseñor Martin: Creo que el momento actual indica aún más lo urgente que es tener un sistema «inclusivo» de comercio internacional, en el que todos puedan participar efectivamente con un mismo punto de partida.

O esta conferencia ministerial se convierte en una señal clara de que se quiere un mundo en el que todos puedan participar, en el que todos son iguales en la participación, o se acentuarán las divisiones que ya existen.

En este sentido, se puede decir que en esta ocasión está en juego la credibilidad del sistema multilateral de comercio. Naturalmente hay que decir que se han dado pasos adelante. Durante las negociaciones de las últimas semanas, se han tomado más en cuenta las posiciones de los países en vías de desarrollo.

Pero todavía hay mucho por hacer, sobre todo en la preparación de programas de asistencia técnica a los países más pobres y en ofrecerles fondos para la aplicación de esos programas.

A largo plazo, la persona humana es la fuerza motriz de una economía moderna, pero hay que mejorar las inversiones en la persona, en las infraestructuras sociales que permiten luego a las personas mismas aportar su creatividad, su innovación.