CIUDAD DEL VATICANO, 10 abril 2002 (ZENIT.org).- Cuando Dios nos parece lejano y casi adormecido, más importante es nuestra oración y nuestra conversión a Él, afirmó Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles en la que desbordó buen humor.
El pontífice comentó así el Salmo 79, la composición poética escrita por el pueblo de Israel en la que se compara a la famosa viña del Señor, «un canto intensamente marcado por el sufrimiento, pero también por una inquebrantable confianza».
En el pasaje bíblico «los enemigos se ríen de este pueblo humillado y ofendido; y sin embargo, Dios no parece quedar sorprendido, no «se despierta», ni revela su potencia en defensa de las víctimas de la violencia y de la opresión», recordó el sucesor de Pedro ante unos 20 mil peregrinos.
Se convierte así en «un llamamiento apremiante para que [Dios] vuelva a ponerse en defensa de las víctimas, rompiendo su silencio».
«Dios siempre está dispuesto a «regresar» a su pueblo, pero es necesario que también el pueblo «regrese» a Él con la fidelidad», siguió aclarando el Papa que continuó con la serie de meditaciones sobre los salmos y cánticos del Antiguo Testamento que se han convertido en oración de los cristianos.
«Si nos convertimos del pecado, el Señor se «convertirá» de su intención de castigar: es la convicción del Salmista, que encuentra eco también en nuestros corazones, abriéndolos a la esperanza», afirmó el Santo Padre explicando la conclusión a la que llega el Salmo.
A Karol Wojtyla se le veía mucho mejor que en los días de Semana Santa. En la plaza de San Pedro, sentado en el atrio de la Basílica, al saludar a unos quinientos peregrinos polacos, improvisó un canto pascual en su idioma, con una sonrisa de oreja a oreja.
Cuando el pontífice terminó, los polacos comenzaron a aplaudir y alentarle. Animado, el pontífice volvió a cantar otra estrofa de la «Secuencia» del Domingo de Resurrección.
En ese momento, los fieles de Cracovia presentes en Roma ya estaban en delirio. Le seguían con los brazos como sucede en los grandes conciertos de música pop. Y el Papa, entusiasta, volvió a entonar por tercera vez otra estrofa de su canto.
En ese momento, un grupo de muchachas del «Regnum Christi» de América Latina y España se puso a gritar el típico «Juan Pablo II, te quiere todo el mundo». En ese momento, la plaza de San Pedro se convirtió en una fiesta desbordante.
Sólo la petición de oraciones por la ensangrentada Tierra Santa, lanzada por el Papa al despedirse de los peregrinos, enfrió el ambiente.