ROMA, 8 mayo 2002 (ZENIT.org-Avvenire).- En el siglo IV, en Egipto, no sólo surgió el fenómeno de los anacoretas varones sino también de mujeres, como las hermanas de los santos Antonio y Pacomio. Incluso san Jerónimo creó un círculo ascético femenino.
Lo constata el libro publicado ahora en Italia «Meterikón. Los dichos de las madres del desierto» («Meterikòn. I detti delle madri del deserto»), coordinado por Luciano Coco, de la editorial Mondadori.
Del fenómeno dio cuenta san Juan Crisóstomo que decía: «Por toda esta región es posible ver el ejército de Cristo, el rebaño real y la comunidad de las virtudes celestes. Y esto no se verifica sólo con los hombres sino también con las mujeres. En efecto, ellas no menos que los hombres se dan a la vida ascética».
Entre estas mujeres, en el siglo IV en Egipto, estaba la hermana de Antonio, organizador de la vida monástica solitaria, confiada a una comunidad femenina. Y María, la hermana de Pacomio, fundador del monaquismo comunitario, a la que el hermano confió la guía del monasterio de Tabennisi.
En Capadocia, fue la hermana de los grandes monjes y teólogos Basilio de Cesarea y Gregorio de Nissa, Macrina, la que inició la vida monástica femenina. Poco después, en la segunda mitad del siglo, el fenómeno se extendió a Occidente, gracias a viajes, contactos, traducciones de textos, con el nacimiento de una literatura filomonástica.
Fundamental, también para el monaquismo femenino, fue el papel de san Jerónimo. En torno a él se reunieron círculos ascéticos femeninos formados por aristócratas, apasionadas y cultas, primero en Roma y luego en Palestina, como Marcela y Paola. Empezó entonces una historia que no ha acabado y que ha inspirado al cristianismo de Oriente y Occidente.
El libro ahora publicado recoge unos seiscientos textos atribuidos a estas mujeres o dirigidos a ellas. Autor de la recolección fue en torno al 1204 el monje bizantino Isaías, consciente de que nadie había compilado «un libro tan femenino».
A mediados del siglo XIX un obispo ruso encontró en Jerusalén el Meterikòn e hizo traducir esta «rareza absoluta», que después sería publicada tanto en griego como en ruso.
Santa Melania la Joven, aristócrata romana, llevó una vida monástica en una villa de los suburbios, como ya había hecho su abuela homónima. Destinó su patrimonio a los pobres. Trasladada a Nola, pasó luego a Sicilia y luego a África, donde conoció a san Agustín, y a Egipto para visitar a los monjes del desierto. En Jerusalén practicó primero la vida eremítica y fundó un monasterio femenino y un segundo masculino. Murió en 440. Su fiesta se celebra el 31 de diciembre.
Santa Pelagia era una actriz bellísima y famosa de Fenicia que, al llegar a Antioquía se arrepintió y abandonó su vida disoluta, viviendo el resto de sus días en gran austeridad. Murió en 290. Su fiesta se celebra el 8 de octubre.
No faltaron casos curiosos de mujeres, de quienes se citan textos en el libro, como el de Teodora, quien para entrar en el convento se disfrazó de hombre y sólo tras su muerte se supo su auténtico sexo, o el de Matrona, fundadora de un famoso monasterio de Constantinopla, quien abrazó la vida monástica huyendo del marido.
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May 08, 2002 00:00