ROMA, 14 junio 2002 (ZENIT.org).-Monseñor Marchetto, observador permanente de la Santa Sede ante la FAO, afirma que la reciente cumbre de este organismo de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura ha sido en sí un hecho positivo, a pesar de las notables ausencias de los jefes de Estado y de Gobierno de la mayoría de los países industrializados.
En una reflexión que aparecerá en el próximo número del Servicio de Información Religiosa de la Iglesia Italiana (SIR), monseñor Marchetto afirma que «el hecho de encontrarnos juntos para debatir sobre problemas tan importantes y estudiar un relanzamiento de los compromisos ya asumidos en 1996, debe ser valorado positivamente».
«Creo –subraya el observador permanente de la Santa Sede– que, al juzgar tal evento, hay que hacerse una pregunta: ¿Y si no se hubiera celebrado? A pesar de sus aspectos oscuros y débiles, de todos modos, perfila la voluntad de responder al escándalo de 815 millones de personas que sufren hambre en el mundo».
Lamentablemente, «la cumbre no ha contado con la presencia de los principales jefes de Estado y de Gobierno. Y esto indica ciertamente un desinterés. En efecto, cuando hay una preocupación, hay también una presencia», añade.
Según monseñor Marchetto, este juicio negativo no debe hacer despreciar el trabajo de quien se ha empeñado en la preparación de la cumbre.
«Además ha habido contrastes –constata –, dificultades sobre la visión y la metodología a adoptar durante la cumbre. Por esto, tal defección no debe interpretarse como rechazo de una llamada a empeñarse más a fondo en los compromisos previstos».
Sobre el uso de los organismos genéticamente modificados (OGM), monseñor Marchetto reconoce que «la batalla del hambre puede ganarse sin recurrir a ellos. Pero esto no significa cerrarse al progreso de la ciencia humana cuando ésta se conjuga con la preocupación por el bien de la comunidad y respeta la biodiversidad, factor de intercambio de riqueza para los países más pobres».
La cumbre, celebrada del 10 al 13 de junio, contó con 6.613 participantes de 181 países; 74 jefes de Estado y de Gobierno; mil organizaciones (550 no gubernamentales) y 1.600 periodistas.
El director general de la FAO, Jacques Diouf, se lamentó de que la prensa no ofreciera una imagen correcta de la cumbre: «¿Cómo se puede afirmar que la cumbre ha sido inútil? Por primera vez, hemos sido capaces de estudiar asuntos concretos y de poner en marcha Programas para la Seguridad Alimenticia en 69 países».
Sin embargo, admitió que se verificaron importantes ausencias: «Habría querido tener aquí a los jefes de Estado del G-8 (los ocho países más industrializados) y de la Unión Europea (UE) por el mensaje psicológico que se habría dado. Han venido muchos jefes de Estado del Pacífico, de África, de América Latina y muy pocos del mundo rico: no creo que sea una buena señal política».
En suma, numerosos comentarios afirman que no se han tomado decisiones concretas, vinculantes y serias.
La única certeza es que el objetivo asumido en la cumbre de 1996 (reducir a la mitad los hambrientos del mundo antes de 2015) ha fracasado.
Por ello Diouf ha pedido a la comunidad internacional un esfuerzo extraordinario de veinticuatro mil millones de dólares para volver a proponer este objetivo. Pero no hay modo de obligar a cumplir la promesa. Ni siquiera ha servido evocar varias veces la conexión entre pobreza y terrorismo.