Envejecer tranquilamente: Juan Pablo II sigue adelante

Un Papa enfermo al que no le asustan las arrugas

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ROMA, 15 junio 2002 (ZENIT.org).-Prácticamente todo lo que publica la prensa sobre el Vaticano estos días hace siempre mención a la salud de Juan Pablo II. Muchos usan este asunto, legítimo en sí mismo, como trampolín para hacer presión en el seno de la Iglesia.

El seguimiento del reciente viaje del Papa a Azerbaiyán y a Bulgaria es un ejemplo. Un reportaje del Times del 28 de mayo decía que muchos en la Iglesia católica –no se mencionaban nombres– piensan que el liderazgo de Juan Pablo II resulta ahora “grotesco”.

“Sus peregrinaciones parecen el último grito de una figura pasada a la historia que no puede ver que sus logros le han dejado atrás y debería dejar el cargo”, escribía el reportero Richard Owen. Defendía que el Papa de 82 años es incapaz de hacer frente a los problemas actuales de la Iglesia.

Si uno sigue leyendo, es fácil percatarse de lo que realmente quiere Owen. Se queja de un Vaticano que está “herméticamente sellado” y expresa su esperanza de “un papa latinoamericano o africano” que “traiga algo de aire fresco”.

Habría que tener cuidado con lo que se desea. El arzobispo de Sydney, George Pell, hacía notar en la entrega de mayo de la revista «AD2000», que el teólogo Hans Küng y algunos de sus amigos escribieron (coincidencia) al Times sobre la muerte del papa Pablo VI. Trarzaba el perfil del papa que querían: no italiano, que de preferencia no fuera del Primer Mundo, preocupado por los temas sociales, un intelectual, y mentalizado teológicamente. “Con la elección como papa de Juan Pablo II, lograron exactamente lo que pedían y lo opuesto de lo que deseaban –hacer presión para lograr más liberalismo–”, observaba el arzobispo Pell.

Otro ejemplo fue el número del 10 de junio de la revista Time. El artículo hace referencia a fuentes convenientemente guardadas en el anonimato para describir el horario diario del Papa. Se citaba a una persona “del interior del Vaticano” que afirmaba que “los cardenales le traen papeles y le dicen ‘firme esto’”.

El artículo retrata al obispo Stanislaw Dziwisz, secretario privado del Papa, como una figura parecida a Rasputín, que ahora supuestamente controla las decisiones que toma el Papa y que, según Time, tiene “un grado de poder sólo soñado por los más ambiciosos prelados”.

¿En qué coincide este cuadro con los informes de primera mano de quienes se han encontrado recientemente con el Papa? Un reportaje de Zenit del 28 de mayo citaba al nuncio papal en Bulgaria, el arzobispo Antonio Mennini, que afirmaba, “a pesar de sus evidentes limitaciones físicas, el Papa no sólo tiene una gran energía espiritual sino que también tiene una lucidez mental que me ha impresionado especialmente”.

El 24 de mayo, Zenit publicaba los comentarios del director de cine polaco y amigo del Papa, Krzysztof Zanussi. Se había reunido recientemente con Juan Pablo II y afirmaba que era más fácil ver su “lucidez y agudeza” en privado que en público. “El Papa no es un gerente, que, vuelto débil y enfermizo, se sustituye porque se cree que será incapaz de manejar los intereses del negocio con efectividad”, afirmaba Zanussi.

El Papa mismo ha expresado su deseo de seguir adelante a pesar de sus dolencias físicas. Durante su estancia en Azerbaiyán, declaraba: “Mientras tenga voz gritaré. ‘Paz en el nombre de Dios’”.

La generación del Botox
Juan Pablo II no oculta su edad lo que actualmente produce un choque contracultural. Cada vez más gente no puede ni aceptar la idea de tener algunas arrugas. Numerosos artículos de las últimas semanas, por ejemplo, han analizado el creciente uso de inyecciones de Botox para alisar la frente y reducir las señales de la edad avanzada.

El Botox es una solución extremadamente diluida de la toxina botulínica tipo A, que en su forma más concentrada es uno de los venenos más letales conocidos, como explicaba Newsweek en su edición del 13 de mayo. Es un paralizante, que inyectado en los músculos controlan la frente, los relaja temporalmente, alisando la piel exterior.

En Estados Unidos se realizaron el año pasado más de 1,6 millones de intervenciones cosméticas con Botox, en cerca de 850.000 pacientes, según cifras de las asociaciones médicas. El fabricante de medicamentos, Allergan, reconocía que el año pasado las ventas de Botox para todos los usos alcanzaron los 310 millones de dólares, un tercio de lo que probablemente se gasta en fines cosméticos. La compañía espera que el uso de cosméticos crezca entre un 25% y un 35% este año, ayudado por una campaña informativa de 50 millones de dólares.

El uso del Botox para eliminar las líneas de la frente recibió la aprobación del gobierno de Estados Unidos, informaba Associated Press el 15 de abril. La Administración para Alimentación y Medicamentos aprobó el uso médico del Botox hace años y ahora ha procedido a la aprobación para su uso con fines cosméticos.

La vanidad tiene un precio. El tratamiento cuesta entre 250 y 1.000 dólares, y debe repetirse cada tres o seis meses, explicaba el Wall Street Journal el 16 de abril. La gente está organizando fiestas del Botox, que cuentan con champaña e inyecciones en grupo, a descontar de los 250 dólares que paga cada persona.

El Botox no es el único ejemplo de cómo los baby boomers temen los signos de envejecimiento. En el 2000, cerca de 7,4 millones de americanos decidieron que la cirugía estética era la respuesta a sus perceptibles imperfecciones corporales, informaba el 21 de febrero el Christian Science Monitor. Los tratamientos antienvejecimiento y sus productos mueven un negocio de cerca de 30.000 millones de dólares al año.

Según la Sociedad Americana de Cirujanos Plásticos, las intervenciones de cirugía plástica casi se triplicaron entre 1992 y el año 2000. Y no es del todo cierto que sean las mujeres ancianas las únicas que estén optando por la cirugía: los pacientes con edades entre 35 y 50 años son ahora casi la mitad, con un millón de hombres intervenidos en el año 2000.

No es ésta una práctica que se restrinja a Estados Unidos. Según un reportaje de la BBC del 11 de marzo pasado, el año 2000 mostró una fuerte demanda de cirugía estética en Brasil y Gran Bretaña, con la inyección de Botox como el procedimiento más popular en el Reino Unido.

La obsesión de la eterna juventud
Los intentos por escapar de los efectos de la vejez no son nada nuevo. Lo que es nuevo, sin embargo, según un artículo del 7 de abril publicado en el diario británico Observer, es que “la habilidad genuina para combatir las apariencias de envejecimiento está desarrollándose en un momento en que la población misma envejece, cada vez más preocupada y obsesionada que nunca con el culto a la juventud”.

El Botox es sólo una de las medidas que están utilizando aquellos que buscan invertir el curso de la naturaleza. Están disponibles inyecciones faciales de otras sustancias químicas y la propia grasa de los pacientes se puede transferir a otras partes de la cara. Los láser se están también usando para estimular las células que producen el colágeno natural que rellena la carne y reduce las arrugas. En otros procedimientos, los láser limpian la piel, eliminando las capas externas.

Resulta evidente el contraste entre el vigor físico de Juan Pablo II al iniciar su pontificado y su estado presente. Pero con una mente aún lúcida y sin haber perdido nada de su espíritu, no se pone en duda su capacidad para continuar como vicario de Cristo para quienes mejor le conocen. Su lucha contra los efectos físicos del envejecimiento es también una valiosa lección a una sociedad que considera muy duro aceptar el volverse viejos.

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ZENIT Staff

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