CIUDAD DE MÉXICO, 8 julio 2002 (ZENIT.org).- Un indígena fue elegido para ser el enviado especial de la Madre de Dios. A pocas semanas de la canonización del beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el cardenal Norberto Rivera Carrera subrayó así el acontecimiento guadalupano en su homilía de este domingo.
Con estas palabras, pronunciadas durante la celebración eucarística que presidió en la catedral metropolitana, el cardenal Rivera quiso dirigirse en particular a los participantes del Congreso Nacional de Mariología, celebrado en la archidiócesis de México como preparación a esta canonización.
La predilección de Jesús por los «pequeños» se confirmó en el acontecimiento guadalupano, explicó. Mediante la preferencia por un indígena, para muchos entonces y ahora «escandalosa», la Virgen demostraba que el indígena no es un siervo, sino un hijo suyo, añadió el arzobispo de México.
«Este hecho tiene un profundo significado –afirma el purpurado–. Es el reconocimiento de la dignidad de Juan Diego. El indígena, a quien todavía muchos negaban el rango de persona, ha sido elegido para ser emisario personal de la Madre de Dios».
A partir de ese momento, Juan Diego y toda la población indígena «son llamados a ser en el pueblo elegido, portador de una profunda religiosidad que hará de América Latina el continente de la Esperanza», declara el arzobispo primado de México.
Este elemento genera aún resistencias, subrayó constatando que «los indígenas continúan, de hecho, aunque las leyes cambien, marginados en sus derechos políticos y económicos y sirviendo de pretexto para enarbolar otras banderas que no son las de su progreso y desarrollo».
La dignidad de la mujer india también es rescatada en el acontecimiento guadalupano. La Virgen del Tepeyac no aparecía con la tez blanca, sino con rasgos mestizo, afirmo Rivera Carrera. «María, al presentarse como doncella y madre, reafirma la dignidad de la mujer india humillada y oprimida. La maternidad adquiere en María una dignidad sublime».
De esta forma, se recibe de Santa María de Guadalupe un mensaje de plena actualidad, cuando a la mujer, por otros motivos y otros caminos, «se la quiere envilecer y reducir a un objeto de placer y a un elemento más del gran mercado», advirtió el cardenal Rivera.
Al concluir la celebración Eucarística, en declaraciones ofrecidas a los medios de comunicación presentes, el arzobispo Primado de México se refirió a los preparativos de la de canonización del beato Juan Diego, ceremonia que presidirá Juan Pablo II el 31 de julio próximo.
La celebración está abierta a todos: no existe una invitación especial y personal, según confirmó el cardenal Rivera. Se calcula que ocho mil personas podrán presenciarla en el interior de la Basílica y doce mil desde la plaza.
La imagen de Juan Diego, como santo, no tendrá que responder a un modelo artístico único, aclaró el purpurado. Existe libertad para representarlo, según la inspiración de cada artista. Si es una imagen digna, se presentará a la veneración de los fieles, concluye el arzobispo de México.